La aurora es el inicio del litigio: por el color, por la forma, por el código ajeno de símbolos que definen la vida de lo otro, del otro. Equivale a la lucha que anida en todo gesto de vivir, en toda percepción, que es, al fin, el destino del caminante.
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Al percibir aquel olor tan intenso, miré a ambos lados y vi, a mi izquierda, un pequeño camelio que tenía algunas flores caídas en su entorno. Ahora bien, a menos que haya un pacto establecido del camelio con la noche, no podía provenir de ahí el aroma intenso, dulzón, esquivo entre los edificios, mezclado con el aroma indefinible y fresco del próximo amanecer. Fué para mí una visita inesperada y placentera que iba más allá del mundo concreto de las cosas para adentrarse (para adentrarme) en el de las sensaciones ¿De dónde provenía?; como tantas cosas.
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La noche es tan grande que no hay miedo a perderse, pues su grandeza está también en su acogimiento. La noche parece que pensase, y tuviese voluntad, y su pretensión fuese coincidente con quien pasea: reparar en las cosas, acompañar el silencio palpitante, buscar el mar...
La noche es la amante más permisiva donde es dado esperar todo gozo o toda compañía sin palabra alguna mientras se espera sin saber qué.
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