Siempre, por ello, es un momento oportuno para rendir homenaje del modo más sincero, recordándole. O, mejor aún, recordando su obra, lo que le otorga vigencia y prolonga todo aquello que ha sido la esencia de su discurso. Recordemos, así, aquellos versos tan duros y firmes, sólidos con la solidez de la convicción y el hacerse propio en la realidad de una España uncida a un trágico destino en aquel momento: “Se ha retirado el campo/ al ver abalanzarse/ crispadamente al hombre./ ¡Qué abismo entre el olivo/ y el hombre se descubre!”
Era un campo necesario para su mantenimiento, pero otro era el propietario, el que apneas tenía compasión por el pobre. Era la lucha diaria por el sustento, una realidad oscura e inexcusable sobre la que había que intentar sobrevivir día a día: “El sabor de la tierra se enriquece y madura:/ caen los copos del llanto laborioso y oliente,/ maná de los varones y de la agricultura,/ bebida de mi frente”.
Miguel resultó ser para su tiempo un poeta ineludible porque cada palabra suya, cada llamada suya tenía el marchamo del hombre comprometido con la verdad social, tan doliente para el pobre o el campesino, de ahí que el oírle todavía equivale a una forma de redoble de conciencia tal como escribió otro compañero y coetáneo, comprometido también con la España más oscura y sus problemas, cual fue el caso de Blas de Otero. Hoy acaso no sea necesaria formalmente tal poesía porque las circunstancias han cambiado, pero la idea de justicia ha de ser enarbolada permanentemente, tal como ellos hicieron en su día. De ahí que su obra permanezca, que su decir continúe vigente en la necesidad de los días.
Este poeta constituyó en su día un símbolo en la defensa del oprimido, en la defensa del desheredado cuando concurrían en nuestro país dos hechos trágicos: de un parte la presencia, tan cruenta, de una guerra civil, y de otra toda la pobreza y miseria que, como siempre, no entiende de repartos equitativos sino, al contrario, extiende las desigualdades favoreciendo injustamente a unos en detrimento de otros. También la del derecho a la libertad.
Para esa circunstancia, para ese dolor allí estuvo la palabra del poeta que, avivada en espacios públicos y a través de la fuerza del verso, fue la denuncia inquebrantable de todas las injusticias. Y he aquí que las palabras adquirieron un fuerza inusitada: “Por eso las estaciones/ saben a muerte, y los puertos./ Por eso cuando partimos/ se deshojan los pañuelos./ Cadáveres vivos somos en el horizonte, lejos”.
Pues bien, todavía hoy, en cada flagrante opresión por parte de los dominantes, el sistema, resuena el eco de la voz del poeta, y eso, y la consciencia social que puede aportar la poesía es lo que recordamos como reivindicación, como discurso humano.
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