Pienso, a la vez, que su relación con Verlain ha servido para madurar en él el sentido último de la poesía, el más elaborado sobre la base de una soledad asumida y profunda (de ahí, tal vez, el que haya quedado sobresaltado en su obra la alusión perenne a la idea del amor) Por otro lado, es un hecho que los versos de Verlain perduran hoy como flores íntegras por su belleza, por sus cualidades significativas.
Así pues, siempre será de saludar la aparición de un libro donde el joven Rimbaud muestre su sufrimiento innato, su prístino sentido de la belleza, todo ello en un breve período de tiempo, pues pronto habría de sucumbir a aventuras ignotas donde la literatura quedaba alejada, si no de sus intereses, sí de su expresión textual. Bien, la condición de los genios es el no prolongar su vida física, alargando por el contrario la raíz de su influencia. Y su herencia está en sus versos.
Habiendo constituído muchos de sus temaspoéticos, el amor y la guerra supusieron una constante, y en este sentido me gustaría destacar un emocionado sentimiento del poeta a la vista de un soldado tendido en la hierba: “Hay un claro del bosque donde canta un río/ que engancha locamente a las hierbas harapos/ de plata: donde el sol, desde el monte orgulloso,/ brilla: un pequeño valle que rayos espuma// Un joven soldado, con la boca abierta, la cabeza al aire,/ y la nuca bañada por el azulado y fresco berro,/ duerme; está tumbado en la hierba, bajo la nube,/ pálido en su verde lecho sobre el que llora la luz// Duerme, con los pies entre los gladiolos. Sueña, /sonriendo como sonreiría un niño enfermo:/ Naturaleza, acúnalo cálidamente: tiene frío// Los perfumes no estremecen su nariz; duerme al sol, con la mano sobre su pecho/ inmóvil. Tiene dos orificios rojos en el costado derecho”.
He querido reproducir todo el poema por sí, para cualquier lector atento y sensible. ¿Supone un alegato contra la guerra? ¿Un canto de soledad? Tal vez la inmensa soledad del hombre, al fin.
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