Quien haya visitado los países nórdicos se habrá fijado en que muchas casas no hay visillos, sobre todo en la de los políticos. Ese afán por la transparencia es una constante en esos países. Si en nuestro país se tuviese la misma costumbre, estoy seguro que las ventanas no se limpiarían, jamás. Se parecerían más a esas mansiones decimonónicas británicas llenas de suciedad y telarañas. ¿Por qué digo esto? Porque lo que Marta Sanz nos propone en su nuevo libro es ver de manera nítida parte de su intimidad. Marta es una mujer de cristal ante nuestros ojos. Podemos ver sus sentimientos, sus dolores, sus inquietudes, sus carencias o sus relaciones personales, a través de las páginas de “Clavícula”.
La autora se muestra en las páginas del libro tal como es ella y tal como la ven sus amigos y familiares, todas las personas cercanas a ella. No esconde nada, es más, se expone demasiado con la valentía y el arrojo de la persona que reconoce su miedo ante muchas cuestiones, como son las enfermedades o su propia situación económica, tan solo por poner dos ejemplos.
Algo de hipocondriaca tiene Marta Sanz o quizá sea que al llegar a la menopausia se haya vuelto más temerosa. Durante la mayor parte del libro busca poner nombre a su dolor. Nos relata su peregrinación por la Seguridad Social y todos los médicos especialistas que se ponen a tiro de una cita. Ni que decir tiene que los diagnósticos son dispares, como ella misma apunta; si ese recorrido, un poco histérico, lo hubiese realizado en los Estados Unidos, la hubiesen echado de cualquier seguro médico con total seguridad.
El libro tiene, también, mucho de diario y de autobiográfico. Sus padres o Chema, su marido, ocupan un papel principal en el mismo. Ellos la ayudan en la búsqueda de la identificación del dolor y Marta se recrea en ese dolor que la cuesta identificar. “Clavícula” no es una continuación de “Lección de anatomía”, pero está encuadrada en ese género personal que ha creado la autora madrileña porque pocos libros hay del estilo de éste.
Su prosa sigue siendo clara, sencilla y eficaz. El lector queda prendado de la literatura brillante a la vez que transparente con que nos deleita página tras página, en capítulos, casi siempre cortos como si de disparos se tratase, que consigue dejarnos impactados. Sí notamos, un cierto tono quejica que no se corresponde con su personalidad. Se dice miedosa, pero alguien que escribe un texto cómo éste, ¿puede ser miedosa? Por supuesto, que no.
“Clavícula” está escrito por una escritora en la cima de su madurez que quiere hacer un balance de un momento determinado de su vida, que no toda. Como hemos señalado está escrito en capítulos cortos salvo en tres diferentes momentos que le dan un barniz especial y en los que podremos conocer mejor, si cabe, a la autora. El cruce de correos con Chema tiene una dulzura especial que hace que nos acerquen más a la escritora. La colaboración de Chema en el libro le convierte en un auténtico protagonista literario. El segundo momento es la inclusión del cuento que escribió para una antología de la editorial Demipage titulado “Buscamos una amapola que no se marchite”. Aquí incluye fotografías de sus pies, ¿puede ser una obsesión suya?. Escrito con mucha sensibilidad es un recorrido por diversos escenarios donde va a presentar sus libros y su relación con ciertos medicamentos. El tercero y último es el relato de Manila, texto muy original y distinto al resto del libro, rompe el ritmo de la narración intimista y confiere una visión radicalmente diferente de la escritora.
Marta Sanz vuelve a conseguir una obra, no me atrevo a denominarla novela, original, honesta y diversa. Una especie de caleidoscopio de su propia vida. Después del libro, la conocemos un poco más, lo justo para decirla que ningún miedoso escribiría algo como ella ha hecho. Pese a sus dolores y miedos sigue en forma y es una de las escritoras españolas más interesantes de esta cruda realidad que vivimos.
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