Hace unos días, un viernes ya por la tarde, justo antes de desearnos un buen fin de semana, él me preguntó – como normalmente hace – qué estaba leyendo esos días. Le dije que acababa de leer un libro, un muy buen libro – Una temporada en Tinker Creek, de Annie Dillard –, que lo había reseñado ese mismo día y que, casualidades de la vida, en ese momento no tenía ningún libro más por reseñar y por fin podría darme unos días para avanzar con lecturas pendientes. Le dije que me acababa de comprar un libro al que le tenía ganas desde hacía mucho tiempo. Él me preguntó por el título y yo le contesté Lord. Asintió sonriendo. Me preguntó por el autor y yo le contesté Joao Gilberto Noll. Me dijo todavía sonriente que lo conocía y que le dijera qué me había parecido el libro cuando hubiera acabado de leerlo. Le dije que claro, que en ese fin de semana lo leería, que era un libro muy fino y que eso en una noche lo tendría más que finiquitado. Se rio, me dijo que no, me dijo «ya verás cómo no». No le entendí, ahora ya sí. ¿Me pasará lo mismo con Luis Rodríguez? ¿Es su libro de entendimiento retardado? Personalmente, creo que todavía los estoy leyendo - y os aseguro que hace ya varios días que pasé su última página -.
Ahí va otra historia. Alguna vez he caído en las azucaradas fauces de la literatura de autoayuda. Una de las máximas de estos libros es que debemos salir de nuestra zona de confort – ¡como si en alguna estuviéramos confortables! –. Y lo dicen ellos, unos libros que duermen en la “zona de confort” editorial, porque están escritos como todos los demás, editados como todos los demás, hechos como todos los demás. En cambio, un día cualquiera aparece un libro cualquiera, se pone delante de ti en la posición que crees normal, te mira, lo miras. Miras el (al) libro y decides leer su contraportada y te das cuenta de que vuelves al mismo lugar del principio. Comienzas a dar vueltas al libro – sin todavía abrirlo – y ves que estás ante dos portadas, en una, una calavera, en la otra, una ventana; en las dos un escenario y un telón. Empieza el juego. Dos solapas idénticas con información idéntica del autor. Dos notas preliminares idénticas. Estás perdido. Ya eres de Luis. Y lees que da igual por donde empieces y empiezas y lees lo mismo pero recortado o agrandado - según por donde hayas decidido empezar -, como si lo que te estuvieran ofreciendo es el juego de la memoria representado físicamente en letras que se pueden leer y releer continuamente. Lees y relees continuamente y cada vez lees algo diferente. Y empiezas a comprender que ese es el juego: darte cuenta de la precipitación que es leer, de la precipitación que es vivir. Porque leemos, al igual que vivimos, siempre una vez. Y esa vez puede ser vista desde el futuro y convertirse en otra, incluso a veces puede verse desde el pasado y ser distinta a la que será.
No sé qué he leído pero es algún tipo de juego teatral en el que los personajes son anécdotas y las anécdotas personajes. No sé qué he leído pero sé que me ha gustado. Y mucho. Reconozco que he tenido miedo en algún momento de encontrar mi nombre en el libro. He tenido miedo de que Luis Rodríguez hubiera sido capaz de meterme en él. No sé qué he leído y espero no saberlo nunca.
Hay dos partes del libro divididas en tres actos que se van consumiendo como la vida y como la lectura. Hay dos posiciones de lectura. Hay mil lecturas – y me quedo corto –. El retablo de no es una conjunción de narraciones a veces conectadas y otras no que parecen autónomas entre sí y que bien podrían dar pie cada una de ellas a una novela distinta. Y el argumento, para mí, es lo de menos. Porque si cuando le vas a decir a alguien el retablo que has presenciado lo importante es lo que va después de “el retablo de” y aquí lo que aparece es “no”, creo que puedo decir yo también «no». No a las reseñas convencionales para libros que no lo son, no a leer como me han enseñado sino a intentar buscar una nueva vía desconocida en la que el despojo de todo lo aprendido sea el inicio del camino, no a ser yo quien descifre este libro, primero porque no soy quién para hacerlo, segundo porque no sabría y tercero porque creo que no se lo merece. Quien quiera destripar un libro que se aleje de este. Quien quiera ser destripado por uno que se acerque. Acercaos mucho, jugad al juego, sed un libro rebelde. Sed siempre otro. Sed siempre no.
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