El libro se inicia con la época de bonanza económica española. Ésta la acota cronológicamente entre 1996 con el primer gobierno del PP del cual valora positivamente algunas de las medidas adoptadas (por ejemplo, la privatización de determinadas empresas) y el final de la primera legislatura de Rodríguez Zapatero (2008).
A la economía le dedica los primeros capítulos con una finalidad: demostrar que el escenario económico que heredó Mariano Rajoy en 2011 era muy complejo, lo que obligó al político del PP a adoptar una serie de medidas que, si bien han aliviado en parte la situación económica, han sido insuficientes. Esta suerte de trabajo inconcluso le sirve al profesor Buesa para explicar su metáfora, la pachorra conservadora, en los siguientes términos: “en mi opinión, Rajoy es un dirigente lampedusiano; y es precisamente este carácter el que le conduce a adentrarse por territorios a veces incómodos, incluso hostiles, cuando las circunstancias buscan una transformación que, en todo caso, es inevitable para dar continuidad al sistema económico y político. Lo ha hecho siempre tratando de minimizar los daños, pues es consciente de que toda reforma, por el mero hecho de realizarse, provoca damnificados y crea descontentos entre los que ven afectados sus intereses. Ha sido, precisamente, ese control de los daños el que le ha conducido a limitar el alcance de las reformas y a dejarlas muchas veces inconclusas” (p. 53).
La formación y trayectoria profesional del autor (economista y catedrático en la UCM) permea por buena parte de la obra. En un primer momento cuando explica lo que en términos coloquiales podríamos llamar el “boom económico” español. Posteriormente, cuando analiza tanto las consecuencias potenciales de una hipotética secesión de Cataluña como las reales y tangibles derivadas del terrorismo de Eta. Sobre estas últimas, profundiza en asuntos que en la actualidad parecen haberse dejado de lado ante la desmedida euforia suscitada por el alto el fuego decretado por la organización terrorista.
En efecto, Mikel Buesa nos recuerda algunos aspectos relacionados con la historia y trayectoria de Eta que resultan fundamentales si se quiere escribir un relato veraz sobre lo que aquélla ha implicado. En primer lugar, la importancia de la ilegalización de su “brazo político” (Batasuna) ya que cortó de raíz su financiación. En segundo lugar, la necesidad de dotar de significado político a las víctimas de Eta (p.263). En tercer lugar, el rechazo de medidas como las que viene impulsando el gobierno del PNV, a través de las cuales persigue “reivindicar a los que pagaron a Eta como víctimas del terrorismo” (p. 269). Finalmente, recuerda algunos datos incómodos como por ejemplo que la sociedad vasca ha callado ante el terrorismo o que la mera existencia de Eta provocó un evidente debilitamiento del Estado en el País Vasco (p. 283).
Mike Buesa cuestiona, o cuando menos no admite sin una rigurosa investigación previa, algunas “verdades” que se han ido consolidando en el imaginario colectivo, como por ejemplo las (supuestas) ventajas derivadas de la descentralización fiscal. En íntima relación con esta idea, tampoco acepta que el Estado de las autonomías mejore necesariamente la economía en el citado espacio geográfico. Con sus mismas palabras: “las supuestas ventajas económicas de la autonomía regional no aparecen por ninguna parte (…) Ello no significa que esta haya sido lesiva para las economías regionales. No es eso lo que muestran los estudios sobre el tema; pero tampoco lo contrario. Puede decirse,(…), que la autonomía es neutral: ni resuelve los problemas económicos ni los perjudica” (págs. 121-122).
Buesa da algunos pasos más en su incorrección política y señala que el hecho de que el nacionalismo haya gobernado en una determinada comunidad autónoma no implica la mejora de la situación económica de aquélla, poniendo como ejemplo Cataluña. Pese a lo cual, el nacionalismo periférico brinda continuos ejemplos de deslealtad constitucional, primero el PNV con el Plan Ibarretxe y recientemente CIU-ERC con “la consulta” del 9N, de ahí la urgencia de proceder a su desarme ideológico, el cual no puede partir “de la idea de que a los nacionalistas hay que hablarles con suavidad para no herir sus sentimientos” (p. 159).
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