“No he concebido la saga de Michel Fleury como una trilogía, de hecho, ya estoy escribiendo el cuarto volumen de la serie. Ahora he llegado al siglo XIV y, sinceramente, no sé hasta dónde llegaré”, confiesa el escritor alemán en la entrevista que mantuvimos en un conocido hotel madrileño. “Para mí, la Edad Media es fascinante. Se diferencia enormemente de la época actual. Era un mundo totalmente distinto; el trabajo, la forma de pensar y, sobre todo, el concepto de la religión que ha variado muchísimo”, explica minuciosamente.
La saga de Michel Fleury comienza en 1173, en la segunda novela, “La luz de la tierra”, discurre entre 1214 y 1232. El tercer volumen recorre el resto del siglo XIII y con el cuarto libro llega al siglo XIV. El escenario principal de la saga es la población de Varennes Saint Jacques, una imaginaria ciudad del Ducado de Alta Lorena. En la época que narra en sus libros Daniel Wolf había una lucha por el poder entre la Iglesia y las ciudades del Sacro Imperio Germánico. Hay que recordar que en aquellos tiempos Lorena pertenecía al Imperio y no a Francia como en la actualidad, aunque tenía mucha influencia de Paris.
“Los mercaderes intentaban adquirir poder a costa de la Iglesia Católica, lo que ocurría en muchas ciudades alemanas y me parecía muy interesante contarlo, ya que la Edad Media no era tan oscura e irracional como nos quieren hacer creer”, explica y añade “en mis novelas, está en primer plano la ficción. Mis novela no son libros de historia, aunque sí procuro que las historias inventadas que cuento sean factibles de acuerdo a los acontecimientos reales de la época”.
Para ello, realiza un proceso de documentación muy riguroso. “Normalmente ese proceso me lleva unos seis meses, durante ese tiempo estudió cómo vivían en la Edad Media, cómo trabajaban, cómo pensaban. Me formo una idea muy precisa de la época y procuro encajar los hechos históricos con los inventados. El proceso de escritura de una novela me suele llevar entre 18 y 20 meses”, apunta de manera precisa.
Toda buena novela que se precie debe tener unos protagonistas arrolladores. En esta ocasión el contrapunto a Michel Fleury es el malvado usurero Anseau Lefèvre que intenta, por todos los medios, destruir la labor del alcalde y sumir a la ciudad en la pobreza. “Todo protagonista necesita un antagonista, un enemigo que le dé el contrapunto. Alguien por el que el lector sienta rabia y odio”, expone el autor alemán.
Cuando comienza a escribir una historia Daniel Wolf, tiene en su cabeza la idea hacia dónde se dirigirá la novela. “A pesar de toda mi planificación, los personajes suelen tener vida propia y, a veces, me cambian el final, como ha ocurrido en esta ocasión”, reconoce el autor de “La sal de la tierra”. Otra característica de su narrativa es la gran cantidad de personajes que maneja en su desarrollo. “En ocasiones se hace difícil, por lo que suelo hacer muchas fichas y esquemas para no perderme”, nos confiesa divertido.
A Daniel Wolf le encanta la Edad Media y cree que en aquellos tiempos se produjo un renacimiento cultural. Lo que narra sobre los talleres de escritura, así lo demuestra. Es gracias a Rèmy, el hijo de Michel, cómo nos enteramos del trabajo de estos artesanos. “Rèmy se parece mucho a su padre, son personajes avanzados a su época pero, también, son muy diferentes. El padre es un líder carismático y el hijo es un solitario”, analiza.
Los años que se trata la narración de “La luz de la tierra” eran muy duros para vivir. “Los mercaderes se tenían que unir en gremios para luchar contra el poder del clero. También se unieron para conseguir seguridad en su ciudades ya que los caminos estaban lleno de ladrones y bandoleros”, señala y agrega “los gremios también tuvieron su vertiente oscura, ya que entorpecieron en muchísimas ocasiones el progreso”.
Los personajes ficticios e históricos conviven en la novela de una manera natural y fluida. Hay ciertos personajes históricos por los que siente una auténtica devoción, son el caso del trovador Walther von der Vogelweide –del que se conoce muy poco de su vida-, los eruditos Alberto Magno o Leonardo Fibonacci y, sobre todo, el emperador Federico II, “Me fascina todo lo concerniente a él. Fue el primer rey cristiano amante de la ciencia”, concluye el escritor alemán Daniel Wolf.
Puedes comprar el libro en: