Ahora bien, no parece ser un impedimento expresivo para él, aforista casi prolífico, por cuanto se mueve por la brevedad con una gracia, una soltura y una carga de sustancia que no solo cada nuevo texto suyo no defrauda, sino que enriquece su obra y, por extensión, enriquece al lector.
Cuando escribe, por ejemplo: ‘la idea es un viaje de vísperas’ o ‘Lo nuevo se inhibe y lo novedoso se exhibe’, al demorado lector –que así ha de ser para sacar toda la sustancia a su deliberado discurso trascendente- le viene como una sospecha (seria, pero también feliz) de que ahí conviene hacer un alto, detenerse, tomar aliento y disfrutar del paisaje textual que el autor le propone.
¿Idea, acaso, no es víspera, intención, proyecto, inicio y, por extensión, ilusión? Víspera como espera de un deseo, de camino por hacer: una descripción ontológica pura. Iniciamos, al nacer, un camino que ignoramos (tal vez por fortuna) dónde rematará. Pero el bien es el camino en sí, su realización como impulso de nuestra voluntad.
En cuanto a ‘lo nuevo’, el segundo aforismo transcrito, en efecto, éste jamás se presta a fantasías vanas, a un exhibicionismo innecesario, pues será nuevo en la medida de su realización (un descubrimiento científico, un pensamiento por pulir) Otra cosa es la necesidad de exhibicionismo (lo cual, al contrario, inspira por sí recelo y desconfianza) de aquello que sólo será vanamente nuevo (su naturaleza es pura cáscara) en la medida en que se exhiba, se haga público; mero entretenimiento, frivolidad adictiva, artificio sin sustancia más allá de su propia vanidad.
Y, como discurso de fondo en este libro, el tiempo; siempre, en la raíz de todo, el tiempo: el significado íntimo del tiempo, el que fecunda y consolida a las cosas y a los hombres y su ser. Tal parece la reflexión de hondura a que nos anima, una y otra vez, en cada uno de sus libros, este autor que todo parece indicar que ama sinceramente las palabras; y se trata de un amor de convicción, un amor fiel.
Tal sensación transmite y tal se lo traslada con convicción al paciente lector que, atento, sorprendido, advierte, al fin (muchas veces añadiendo a la comprensión una sonrisa) que está hablándole a él (a cada uno de nosotros) El autor ha entrado a hurtadillas en el interior de nuestros sueños-secretos y nos hecha una mano de amigo, nos desvela –quitando el velo, para la buena desnudez de la vida, de la verdad- y nos consuela.
Sin dejar de mostrar esa sonrisa cómplice:la del secreto compartido; la de la comprensión, me temo. Entretanto, a modo de un juego de la aforística, el autor piensa (nosotros pensamos): sombras sí, más sombras desveladas.
Y punto.
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