“De corazón y alma (1947-1952)”, de Carmen Laforet (Barcelona 1921, Madrid 2004) y Elena Fortún (Madrid 1886-1952), dos de nuestras grandes escritoras del siglo XX, es el nuevo volumen de Cuadernos de Obra Fundamental, editado por Fundación Banco Santander. La presentación tuvo lugar el jueves 9 de febrero en el Instituto Cervantes, con una conversación acerca de estas dos escritoras, en la que participarán Paula Ortiz (directora y guionista de cine), Cristina Cerezales Laforet (escritora) y Nuria Capdevila-Argüelles (Catedrática de la Universidad de Exeter), además de la presencia del Responsable Literario de la Fundación, Francisco Javier Expósito.
Como cuenta Cristina Cerezales -escritora e hija de Carmen Laforet- en uno de los tres prólogos que inician este volumen –los dos restantes son obra de Silvia Cerezales, otro de los cinco hijos de la escritora, y Nuria Capdevila-Argüelles, Catedrática de Exeter en Estudios Hispánicos y de Género-, acceder a esta correspondencia fue casi cosa de magia y sincronías, un halo que envolvía la vida de Carmen Laforet, y Elena Fortún, embargada ésta durante años en búsquedas que iban de lo budista a lo cristiano pasando por el antroposofismo, como vimos en sus textos pioneros, Por qué, recogidos en El camino es nuestro –antología junto a Matilde Ras de la Colección Obra Fundamental-.
Esta espiritualidad y ese humanismo rebosan en las cartas que presentamos, y que, de buenas a primeras, dice Cristina Cerezales,“sin pretender ser literatura, lo son, y además, de alguna forma, trascienden lo literario. Son el vehículo para dar voz a dos personas en busca del sentido de la vida y el sentimiento de lo religioso”. Las de Fortún, “escritas en su lecho de muerte, son de una sencillez y profundidad que, a pesar del dolor que contienen, emocionan sobre todo por su belleza”. Y respecto de las de su madre, dice: “volví a hallar, como en el caso de Ramón J. Sender, una amistad elevadísima, nacida y alimentada por ambas partes de lo que destila la literatura del otro”. Loli Viudes, Carolina Regidor o Marisol Dorao son nombres importantísimos en el encuentro de este epistolario que permaneció oculto.
“Era necesario poner al alcance del lector este tesoro compartido de Fortún y Laforet, porque nos enseña cosas sobre la vida, el amor, y la expresión más profunda del sentir, en pos de esa libertad para ser sin amarras que añoramos todos”, dice Fco. Javier Expósito Lorenzo, responsable de la Colección Obra Fundamental y editor del volumen. Sin duda “portan un mensaje de amor y verdad de una hondura difícil de encontrar en nuestra literatura epistolar”.
Como menciona Silvia Cerezales en su prólogo, la figura de Celia fue importantísima en esa admiración primera que Laforet detentó para Fortún, a raíz de sus lecturas infantiles de Gente Menuda en su infancia, lo que le movería a escribirle en 1947 por primera vez. Su primer encuentro personal se produciría en 1948 con motivo del primer viaje de Elena Fortún a España desde la guerra, y habría algunos más, como el de 1950 en Barcelona, con el que Elena comienza una de las cartas, “Pensé: ya se ha ido, y me pareció que me rodeaba el desierto”. Carmen se sentía de alguna manera como Celia, incomprendida por su entorno, y eso facilitó el acercamiento de las dos escritoras en esa relación de amistad y compasión que desde pequeña Laforet había alentado en sus sueños.
Recoge Nuria Capdevila-Argüelles en su prólogo sobre las dos mujeres, cómo le cuenta Fortún a una amiga tras un encuentro con Carmen en la Casa del Libro que “Carmen Laforet es una humildad franciscana, me presentó enseguida a todos diciendo que soy su maestra…”. Le dice en una de las cartas de 1951 Carmen Laforet a Fortún “cuántos años me he pasado yo monologando para ti, y qué parecida eres a como yo presentía, desde chiquilla, no sé por qué…”, en esa admiración inicial del lector al autor que le descubre un mundo nuevo, “desde que tenía 7 años y empezó Celia a publicarse en Blanco y Negro he tenido la costumbre de hablar contigo a solas”.
Elena, cuyo marido había muerto suicidándose en 1948, llegó a España muy enferma, y será ese sentimiento de sufrir el que rezumen muchas de sus cartas, aun con una tremenda espiritualidad y misticismo que la lleva a la aceptación, y que bordea una literatura de entrega a su amiga antes de morir. Capdevila-Argüelles cree que “Fortún ve en Carmen a un genio, una versión muy mejorada de ella misma, y le invita a abrazar un vivir armónico con escritura y familia, un vivir difícilmente conciliable”. Y Carmen ve en Fortún “una reconfortante figura maternal a la que querer y con la que vincularse, el origen de su voz, una madre literaria”. En opinión de la Catedrática de Exeter, ambas comparten esa raíz del misticismo “de que el sufrimiento es parte de la vida. Hace falta pudrirse, podarse, reprimirse para llegar a la paz y la pureza”.
LAS CARTAS
Desde el año 1947 en que Elena Fortún contesta a una carta admirativa de Carmen Laforet que, desgraciadamente, se ha perdido, hasta 1952, que muere la periodista y escritora en Madrid tras un cáncer devastador en Madrid, se sucede una correspondencia muchas veces de una intimidad desbordante, llena de confidencias y recomendaciones, que la creadora de Celia escribe desde el Sanatorio Puig de Olena, en Barcelona en un alarde de claridad vital en su lecho de muerte, y Laforet a dentelladas, en todo sitio y lugar sin fecha clara y a veces de forma desordenada.
En estas cartas son nombradas muchas mujeres silenciadas por el tiempo que lucharon por su libertad de expresión y sentir, intelectuales que promovieron un feminismo activo como Josefina Carabias, Paquita Mesa, Lilí Álvarez, Fernanda Monasterio, Carmen Conde o Matilde Ras, un “nosotras”, escribe Nuria Capdevila en su prólogo, que se prolonga en Elena Quiroga, Carmen Martín Gaite, Marisa Röesset, Consuelo Gil, la propia Gloria Fuertes, y otros mucho nombres aún por descubrir.
Nos encontramos en las misivas la certera visión de Fortún sobre Laforet, “ya no estaré en este mundo cuando eso llegue, pero acuérdate de que te lo dije…escribe y que te traduzcan porque tu literatura es universal”, o “usted es un genio, lo dice su letra. Pero no hay nada más lejos que usted de una mujer de hogar”. También hallaremos testimonios impresionantes de Fortún tras el suicidio de su marido, cuando tras un mes sellada su casa por la policía, logra entrar, “hasta he tenido que fregar el último plato en que comió y la cuchara…y tirar las cáscaras de la fruta que había comido pocas horas antes de morir”, o sus opiniones de Europa en 1949, “es sólo un museo, la vida se va retirando de ella como un cuerpo muerto, y por eso solo puede vivir del pasado. Es el final de una civilización…”.
Vemos también a una Carmen Laforet que escribe desde la profunda humildad y la certeza de su vocación a pesar de la angustia, “me entrego a ella a sabiendas de sus muchos defectos, de sus enormes lagunas, de su mezquina talla, me meto en ella con cansancio, rabia, con todo…me sirve de huida de mis malos fondos revueltos…y ya está; por eso escribo, aunque me angustie escribir también”. La lucha entre la madre y la escritora, que pensó que cuando iba a tener su primer hijo no volvería a escribir “los hijos de carne y hueso son cosa aparte y uno, por lo menos yo, no se puede entregar enteramente a ellos”.
Confidencias de infancia, la visión de vida de Fortún que no llegó a vivir, “despertarse cada día en un nuevo lugar, no saber lo que hay detrás de cada casa, de cada cuesta de la carretera, me parece la forma más perfecta de vivir”, su sufrimiento “a ratos lloro porque creo que no puedo sufrir más, pero sí puedo. Se puede sufrir mucho”, y la generosidad de Carmen en sus respuestas, “no me escribas, tiene que fatigarte el hacerlo, yo te escribiré lo mismo”. O la exigencia de Carmen consigo misma, “no sé cómo te gustan mis artículos, que escribo sin ganas y a la fuerza, en el último minuto, porque me hace falta el dinero”, o “no creo que mi literatura tenga nada de particular para las gentes…para mí misma es un trabajo que me arrastra, me desespera y me causa alegrías. Es como un enamoramiento, ¿sabes?...”
Mucha, mucha literatura en estas cartas aparentemente sencillas, sólo hace falta leer el párrafo final de la carta diecinueve por ejemplo, que le escribe Elena Fortún a Laforet como botón de muestra.
Dice Nuria Capdevila que Carmen y Elena “nunca vieron grandeza literaria en sí mismas. Pero por suerte para todos, cada una la vio en la otra”.
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