Todo camino –dice, ahora, el proverbio chino, ‘comienza con el primer paso’- Y ello supone iniciación, donde voluntad, ilusión, esperanza y las capacidades heredadas se ponen en movimiento en procura de una meta, ya sea ésta real o hipotética. La iniciación, pues, incluso en su carácter religioso, está presente en toda actitud de camino (A veces se camina por dentro, sin el caminar físico) Y a la vez siempre, siempre, se camina hacia el conocimiento y la sorpresa, hacia la pregunta y la respuesta. ‘Solvitur ambulando’ dejó escrito –también con su propio ejemplo, con el ejemplo de su curiosidad puesta a prueba en los disitintos caminos- el gran caminante Fermor.
He dicho curiosidad, el gran estímulo platónico para el aventurarse, el ir hacia algo, hacia alguien, hacia una forma de descubrimiento. Y escribe Onfray: “De ahí la necesidad de un ojo vivo, de una mirada acerada, de una percepción de predador. El águila nitzscheana proporciona la metáfora. La expansión del cuerpo es necesaria para el ejercicio del viaje” Y añade, un poco más adelante: “El alma material debe partir al encuentro del mundo que se manifiesta de manera atómica, en virtud del modo de propagación inmanente a los simulacros. El viajero se deleita con ellos, los busca y los persigue, los acecha y los caza: lo real bajo todas sus formas, esa es su presa”.
El libro, este libro, constituye, todo él, una invitación no solo a la realización del viaje –cualquier viaje, ya sea en sentido real-físico, ya lo sea en sentido espiritual-, y tal tarea es algo que se presenta algo así como necesario complemento vital, como necesidad de manifestarse, de ser. En ese sentido otro aforismo vendría a ratificar lo expuesto, a sabiendas: “siempre se camina hacia el final, el que no existe”.
Algo realmente, verdaderamente, emocionante. Y la lectura, siempre, como necesaria compañía para toda, para cualquier aventura.
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