Y, luego de declararle su amor al objeto alado de sus deseos, la describe, expone su forma de amar lo observado, lo sentido: “Llega de lo alto, baja con un vuelo/ solemne y cansado, que sabe el entomólogo,/ se detiene en las cúspides de los cardos,/ se enfada con una erebia, con una virgaurea,/ comensales suyos en la misma flor” Así ha de entenderse, el amor verdadero ha de ser único, no compartido.
Más adelante, aborda la descripción de la belleza en un vuelo de humo: “se encamina, se eleva, prueba el viento, baja,/ vibra, se cierne, se equilibra, explora/ el abismo, cae a lo largo de las paredes/ vertiginosas con las alas tensas: Muerta”.
Se ha consumado el amor, se ha ofrendado a la muerte. ¡El deseo tiene, tantas veces, ese fin! Más, en el camino, el poeta nos ha dejado un inagotable mensaje de movimiento, de colorido intuido, de armonía aleteante, de camino hacia ese algo que otorga belleza valiéndose del silencio…
Una lectura sugestiva, aérea, hermosa. La vida del hombre, en ocasiones, se le parece; pero la mariposa es más dúctil poéticamente.
Al fin, como conclusión de un viaje esperanzado, desciende el entomólogo-poeta a una realidad que nos ha de ser más próxima, y escribe: “Con un temblor leve de los dedos/ abro el estuche de hierba entrelazada/y en un resplandor de oro y de esmeralda/ he ahí que aparece la mariposa enorme que me llega de allá, que reconozco”.
Y en sus palabras, pensará el lector, he hallado el camino de la cordura que, aceptado con sumisión, me llevará más allá: de la flor, de la mariposa, hasta ese allá donde es posible soñar; el hogar de la poesía.
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