En el último cuarto del siglo XIX va cuajando un estado de opinión, favorecido por la Gran Depresión de 1873, que generó el primer gran paro masivo europeo, y, sobre todo, por el esfuerzo de las corrientes de izquierda, ya fueran socialistas, ya de la izquierda burguesa, además de la toma de conciencia social por parte de la Iglesia, que defendía la intervención del Estado en la vida socioeconómica, en el mundo laboral, partiendo del hecho de que las personas tenían derecho al trabajo y, a partir de este derecho, legislar para que se garantizase con unas determinadas condiciones.
En 1919 se aprueba la Constitución de Weimar para la nueva República alemana. Este texto constitucional ocupa un lugar destacadísimo en la Historia del constitucionalismo, precisamente, por su dimensión social, por el reconocimiento y garantía de derechos sociales, y por diseñar el primer Estado del Bienestar, sin olvidar la Constitución del México revolucionario.
El artículo 163 en la Sección V de “La vida económica” de la Constitución alemana se establece lo siguiente:
“Todo alemán tiene el deber moral de emplear sus fuerzas intelectuales y físicas conforme lo exija el bien de la comunidad y sin perjuicio de su libertad personal. A todo alemán debe proporcionársele la posibilidad de ganarse el sustento mediante un trabajo productivo. Cuando no se le puedan ofrecer ocasiones adecuadas de trabajo, se atenderá a su necesario sustento. Leyes especiales del Imperio dictarán las disposiciones complementarias.”
Pues bien, la creación de la OIT en ese mismo año de 1919 es fundamental en esta Historia. Esta organización tenía como precedente la Asociación Internacional para la Protección de los Trabajadores, creada en 1901 en la ciudad de Basilea. Ahora se fundaba la Organización Internacional del Trabajo, por mandato del Tratado de Versalles. Nació en Washington, y como una organización que podemos considerar como tripartita en su gobierno, al integrarse representantes de los gobiernos, trabajadores y empresarios. Su primer director general fue el socialista francés Albert Thomas. Se da la circunstancia que Francisco Largo Caballero estuvo en el origen de la Organización, representando a la UGT, siendo elegido miembro del Consejo de Administración de la OIT, además de ser un colaborador estrecho de Albert Thomas. La OIT se convirtió en el organismo encargado de velar por el derecho del trabajo, de las normas laborales en todo el mundo, coronando, por un lado, el interés creciente por regular el mundo laboral, después de haberse superado la supuesta neutralidad del Estado liberal en esta materia, y, por otro lado, impulsando una nueva etapa de mayor intervención, con una compleja Historia desde entonces, vinculada a las relaciones internacionales, y a los vaivenes de los ciclos económicos, especialmente en las épocas de depresión con momentos de paro masivo como a partir de 1929.
Por último, hay que mencionar la Declaración de Filadelfia de mayo de 1944 que establece cuatro principios fundamentales que ligan la dignidad humana con el trabajo. Son los siguientes: el trabajo no es una mercancía, las libertades de expresión y asociación son esenciales para el progreso, la pobreza constituye un peligro para la prosperidad, y la necesidad de emprender una verdadera guerra contra las carencias porque todos los seres humanos, sin ningún tipo de distinción, tienen el derecho a perseguir su bienestar material y su desarrollo espiritual en condiciones de libertad, dignidad y seguridad económica, así como en igualdad de oportunidades.