¿Acaso no es, lo diferente, lo que ayuda a resaltar cada una de las partes distintas? Es más, una se distingue en la otra, una se realza en la otra por razón precisamente de su diferencia.
Hasta ahora, en el arte primaba casi como único valor la belleza, ignorando en ello el valor intrínseco de la monstruosidad o lo deforme, que era quien ayudaba a obtener, por contraste, la medida de aquello que nos satisfacía estéticamente.
No son en vano, desde luego, las palabras de un estudioso tan atinado de la significación de lo estético cual es el caso de Freud quien escribió: “La monstruosidad y la abyección suscitan un deseo abrumador de establecer un límite entre nosotros y su temida otredad” Y aún añade una valoración de gran relevancia: “Esta respuesta revela un elemento fundamental común por objetualizar, re-presentar o conservar la imagen en nuestras propias mentes y, al hacerlo, cuestiona nuestra postura como seres independientes” He aquí, pues, que el celo de nuestra independencia está precisamente ahí, en la estimación de lo otro, de lo distinto, de lo contario como construcción de nuestra apreciación, de nuestro sentido de lo bello en sentido lato. Y el contenido de este libro didáctico y profundo nos da buenos ejemplos de ello.
Dividido en grandes capítulos a saber: ‘Grutescos’, ‘arabescos’, ‘el cuerpo carnavalesco’, ‘el fracaso de la representación’ y ‘juego profundo’, hace un recorrido cultural y gráfico por las representaciones –sobre todo pictóricas- de la cultura occidental, pudiendo obtener de ello el lector una más fundada, digamos, percepción estética de lo mirado, y admirado. No conviene ignorar que, como dice la autora: “Lo grotesco está enraizado en el cuerpo sensible y en el mundo terrenal que habita. A través de esta realidad inmanente e inmediata, los artistas han creado obras de gran poder”.
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