Jacques Issorel es un profesor (catedrático honorario de la Universidad Perpiñán Via Domitia) y ensayista con una dilatada trayectoria de estudio y análisis de la poesía española, en la que cabe destacar la edición crítica de la poesía completa del autor “lateral” del 27 Fernando Villalón. La publicación del libro Últimos días en Collioure, 1939 y otros estudios breves sobre Antonio Machado confirma esa trayectoria y nos sitúa en la cotidianidad apenas conocida de Antonio Machado en el período comprendido entre la llegada del poeta a Barcelona en 1939 y el 22 de febrero de aquel año, día de su muerte. Junto a ello, el libro recoge interesantes aproximaciones a parte de la obra del poeta sevillano, desde el análisis del último verso que escribió (“Estos días azules y este sol de la infancia”) hasta acercamientos, siempre originales, a poemas especialmente significativos de su trayectoria pasando por la relación de Machado con Alfonso Reyes, por las aportaciones de Josep Maria Corredor a la memoria de los últimos días del sevillano y por la carta que en, julio de 1954, José y Joaquín Machado, hermanos del poeta, dirigieron, desde Santiago de Chile, a Marcel Bataillòn.
El apartado de mayor interés del libro es el capítulo que lo abre y que da título al conjunto. Issorel se adentra, con el apoyo de los textos de Corpus Barga, que acompañó al poeta en su viaje a Collioure, de los testimonios de Juliette Figueres, dueña de la mercería que había frente al hotel en que se alojarían los Machado, y de Jacques Baills, antiguo jefe de la estación suplente de Collioure que, tal y como se nos relata en la introducción, “vio bajar del tren de las cinco y media de la tarde, procedente de Cerbère, aquel 28 de enero de 1939, a Antonio Machado, su madre, Ana Ruiz, su hermano José y Matea, la esposa de este”. Es probable que la inmensa mayoría de los machadianos, o de los simples lectores de poesía que alguna vez se emocionaron con sus versos, que visitan Collioure y pasan unos minutos ante su tumba homenajeando en silencio al autor de Campos de Castilla, desconozca los detalles de aquellas tres semanas o poco más que uno de nuestros más grandes exiliados vivió en la pequeña ciudad de Collioure aquellos días negros en los que las playas colindantes se iban llenando de refugiados cuyo único destino eran los campos de concentración como estación de paso hacia nadie sabía dónde. Issorel nos ofrece testimonios directos de quienes fueron acompañantes privilegiados de la vida de Machado durante aquellos días. El orgullo de algunos vecinos al saber que a la ciudad había llegado uno de los más grandes poetas españoles, algo de lo que se sorprenden gratamente los propietarios del hotel en que se alojaría, la plena disposición del comisario de policía de Collioure (lo cuenta Corpus Barga) para poner a disposición de los Machado su propio coche oficial para trasladarlos a un alojamiento seguro y cómodo dentro de los límites de la situación (al final fue el hotel Bugnol-Quintana), el paso torpe e indeciso de Antonio cuando ha de caminar desde la estación al hotel junto a su madre y su hermano cargado con la maleta porque las obras del pueblo impedían la circulación de vehículos, la gestación de la que fuera, quizá, la última frase de la anciana Ana Ruiz mientras caminaban hacia el hotel, contada por Corpus Barga,: “La madre de los Machado me iba preguntando al oído: ‘¿Llegaremos pronto a Sevilla?’”, o los paseos del poeta junto al mar con la conciencia de estar viviendo sus últimos días. Una serenidad dolorosa y un pesimismo profundo, unido a la nostalgia por los días de infancia y juventud, la sima emocional provocada por la derrota de la República y la conciencia —porque lo había vivido en Cerbère, donde milagrosamente se había salvado de entrar en una de las sacas destinadas a los campos de concentración— de que decenas de miles de compatriotas no iban a tener su suerte (si a su experiencia podía llamar suerte), presiden los últimos días de Antonio Machado.
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