El despotismo ilustrado intentó conciliar el absolutismo monárquico con el espíritu reformador de la Ilustración. El despotismo ilustrado fue la teoría política dominante en Europa durante parte del siglo XVIII, y se basaba en tres principios fundamentales. En primer lugar, supuso una reafirmación del poder absoluto de la Monarquía, por lo que no significó ninguna ruptura con la tradición política absolutista anterior. En segundo lugar, se planteó el ideal del “rey filósofo”. El monarca, amante de las artes y las ciencias, era asistido por las minorías ilustradas, sabía lo que convenía a los súbditos, y estaba en condiciones de impulsar reformas racionales necesarias para el conjunto de la sociedad con el fin de progresar y otorgar la felicidad al pueblo. Y, precisamente el tercer rasgo se refiere al pueblo, que es considerado como objeto, nunca como sujeto de su propia historia, según la archiconocida expresión: “todo para el pueblo pero sin el pueblo”.