José Canalejas (Ferrol, 1854) tuvo una intensa vida política en la Restauración. Antes de la vuelta de los Borbones se situó en la izquierda del liberalismo, pero terminó aceptando la apuesta de Sagasta de aglutinar las distintas familias liberales no conservadoras en una suerte de posibilismo para poder influir en el nuevo sistema diseñado por Cánovas del Castillo. En las elecciones de 1881 entró en el Congreso de los Diputados, siendo reelegido en numerosas ocasiones, al frente de distintas circunscripciones. Presidió la Cámara entre 1906 y 1907.
Canalejas se incorporó a los gobiernos de Sagasta en la época de la Regencia, cuando los liberales accedieron al poder en el turnismo, y aprovecharon para emprender importantes reformas en distintos campos. Nuestro protagonista fue ministro de Fomento, de Justicia, de Hacienda y de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas. De su paso en esta última cartera, a comienzos del siglo XX, quedaría su impulso al Instituto de Trabajo. Ya reinando Alfonso XIII estuvo al frente de esta misma cartera, pero también de Justicia.
Si por un lado parecía un prototipo de político de la Restauración y del reinado de Alfonso XIII, por otro lado, fue un personaje peculiar, muy brillante y en algún aspecto excéntrico. Prueba de ello fue que se alistó como soldado en la Guerra de Cuba en 1897, cuando ya había sido ministro en varias ocasiones. Quería conocer la realidad de Cuba y del conflicto. Regresó a España intentando, sin éxito, que Sagasta atendiera sus peticiones y observaciones.
Otra de sus facetas más interesantes fue la periodística, muy propia de los políticos del momento, que solían colaborar activamente en la prensa para influir. Canalejas lo hizo desde “La Democracia”, pero, sobre todo, desde “El Heraldo de Madrid”, fundamental diario nacional, que fundó.
Canalejas decidió en 1902 crear un nuevo partido, el Liberal-Demócrata porque consideraba que había que hacer un giro a la izquierda en el seno del liberalismo para democratizar el sistema y plantear una clara división entre el Estado y la Iglesia, muy influyente desde el regreso de los Borbones. Canalejas siempre defendió desde la prensa, el escaño y cuando accedió al poder la necesidad de reformar las relaciones del Estado español con la Iglesia, algo que le concitaría una oposición cerrada del catolicismo oficial, a pesar de ser un convencido católico, aunque anticlerical en el sentido de que no creía que la Iglesia debiera seguir teniendo una posición de privilegio, preeminencia y poder en la España de comienzos del siglo XX.
El rey le llamó a desempeñar la Presidencia del Gobierno el 9 de febrero de 1910, protagonizando uno de los ejecutivos más interesantes del reinado de Alfonso XII, al encabezar un proyecto claramente regeneracionista en su versión progresista, frente al fracasado proyecto regeneracionista conservador de Antonio Maura, caído en desgracia después de la intensa represión de la Semana Trágica. Canalejas consiguió, por el momento, unificar las distintas tendencias del liberalismo español. El siglo XX había comenzado con el inicio de la crisis profunda de los partidos clásicos de cuadros que habían protagonizado la vida política española en el último cuarto de siglo XIX: el conservador y el liberal. Se dividieron en facciones en las que, además de algunas diferencias ideológicas internas, estaban sujetas a distintas personalidades políticas. En el conservadurismo fueron intensos los conflictos entre los mauristas (pro Antonio Maura) y los idóneos, partidarios de Eduardo Dato. En el seno liberal destacaban las personalidades del conde de Romanones, García Prieto o Santiago Alba, sin olvidar a nuestro protagonista, el más dotado intelectual y políticamente.
Canalejas pretendió democratizar la vida política española, ensanchar las bases sociales del sistema político, dinamizar las Cortes, reformar la organización territorial en algunos puntos, iniciar un proceso de mayor intervención del Estado en materia socioeconómica, además de secularizar el Estado español.
Canalejas se centró en la cuestión religiosa, como ya hemos apuntado. En 1910 se aprobó la Ley de Asociaciones Religiosas o “Ley candado”, que limitaba la creación de nuevas órdenes religiosas con la intención de frenar la influencia de la Iglesia. Pero eso le valió una férrea oposición del clero y de los sectores políticos y sociales católicos, además de un fuerte conflicto diplomático con Roma. A pesar de la Ley la secularización en España avanzó muy poco. En materia educativa también entró en colisión con la Iglesia.
En relación con la organización del Estado y para atender las demandas de la Lliga Regionalista, con el fin de conseguir, además que se incorporara más a la vida política estatal, se inició el proyecto de Ley de las mancomunidades, con un afán descentralizador, a pesar de la férrea oposición de los diputados y políticos de tendencia centralista de los dos partidos dinásticos.
Canalejas promovió una importante reforma militar al hacer obligatorio el servicio militar y eliminar las redenciones en metálico, con una nueva legislación sobre el reclutamiento. Precisamente, en la guerra de Marruecos se lanzó a desarrollar una estrategia de cierta firmeza en lo militar y en lo político. Ordenó la ocupación efectiva de Larache y otras plazas, y con Francia firmó un tratado en 1912 para poner en marcha el doble protectorado en Marruecos.
En materia económica y social, nuestro protagonista también fue muy activo. Abolió el impuesto de consumos y promovió leyes con contenido social: arbitraje del Estado en los conflictos laborales, reducción de jornada laboral, prohibición del trabajo nocturno, regulación del trabajo femenino, legislación sobre accidentes de trabajo, regulación sobre la huelga, etc…
Canalejas fue asesinado en la Puerta del Sol en noviembre de 1912. Con él, realmente, se terminó la última oportunidad seria de reformar profundamente el sistema político español. Los dos partidos dinásticos estaban profundamente divididos después de la caída de Maura y la muerte de Canalejas. El turnismo político, cuestionado desde fuera del sistema, entraba en una larga agonía. La estabilidad del sistema peligraba. Era una cuestión de tiempo.