Uno regresa a Ángel González en este otoño de novedades editoriales porque hay palabras que nunca dejan de acompañarte, a las que crees volver sobre el papel, pero que, en realidad, ya están en ti. Son ellas las que regresan a tus pensamientos, a tu voz, quizá quebrada tras un largo silencio de días solitarios, para soltarle al salón pequeño y frío: ¡“Esperanza,/araña negra del atardecer.”! Y es que versos sueltos de Ángel González sobrevuelan mi cabeza a todas horas como gaviotas. Sí… “Son las gaviotas, amor./Las lentas, altas gaviotas”.
En esta época del año que tanto me ha gustado siempre, que, cuando llega el frío, huele como en los cuentos de John Cheever y donde la luz de whisky de algunos atardeceres me insufla de un imaginario espíritu micológico, leo a Ángel González maravillado por su pervivencia en mí, por el eco indudable de su Palabra sobre Palabra en mi forma de mirar y enfrentarme (o esconderme, a menudo) a este Áspero mundo.
A veces uno regresa a esos libros que lo fueron todo buscando entre sus páginas el refugio de la nostalgia, “bálsamo falaz”. Otras, son las palabras las que se nos aparecen como bondadosos espíritus de otros tiempos: “En ocasiones,/el corazón se siente abrumado por la melancolía,/y al pensamiento llegan/viejas palabras leídas en libros olvidados:/felicidad, misterio, alma, infinito.”
Releo a Ángel González y se adivinan ya los días más cortos y el frío, el olor a humo de leña, o “Alamedas desnudas,/mi amor se vino al suelo./Verdes vuelos, velados/por el leve amarillo/de la melancolía,/grandes hojas de luz,/días caídos/de un otoño abatido por el viento.”