P.- Tengo en mis manos su libro y, luego de leerlo con atención, lo primero que se me ocurre es preguntarle acerca de una duda que me ronda desde que lo terminé, amor y poder, ¿conforman una pareja de hecho o de desecho?
R.- Una pareja de hecho destinada al desecho, creo… La hermosa mentira elaborada por nuestros amos para nosotros en los umbrales de la modernidad, allá por los siglos doce y trece, y, luego, definitivamente, en el catorce, por los poetas señores, o al servicio de los señores, nos ha complicado mucho el asunto, y nos ha abocado irremediablemente a la neurosis o a la frustración; esto es, a un dolor interminable y estéril… Todo por una idealización que nació como juego masculino en las cortes feudales provenzales y que fue interiorizada como verdad psicológica por los nuevos poetas burgueses, señores urbanos en sentido estricto, los stilnovistas, primero, y los petrarquistas, después, en la Florencia del Trecento y Quatrocento… Un desaguisado que remataron finalmente los poetas románticos, entre el dieciocho y el diecinueve… En fin, una pareja imposible de “yoes” absolutos y pretendidamente omnipotentes, que son expresión, ante todo, de dominio y posesión.
P.- ¿Con qué taimada intención ha escrito, entonces, este "Del amor (de los amos) y del poder (de los esclavos)"? ¿Y qué pinta un poeta como usted en medio de esta peculiar 'matrimoniada'?
R.- Pues, al principio, sí creía tenerlo claro, lo que uno pintaba en medio, sobre todo, cuando ideé el libro y empecé el proceso de investigación para su escritura; pero a medida que reflexionaba y que profundizaba en la cuestión lo iba teniendo menos claro, y ahora, créame, no lo tengo nada claro; por eso, en este libro, al final, hay más indagación y preguntas que respuestas… Quizás sea eso, que frente al concepto tan rocoso y cerrado del amor de los amos, el nuestro, el de los esclavos, es abierto e incierto… Aun así creo que tiene sentido tratar de establecer un lenguaje poético materialista y crítico, más allá del imaginario y del universo romántico y épico que lo domina todo y que nos asfixia, para expresar dos de las experiencias fundamentales de un ser humano en la cultura occidental, como son el poder y el amor… No es posible ni aceptable que los esclavos compartamos el mismo lenguaje del amor que nuestros amos, cuando nuestras vidas y experiencias nada tienen que ver con las de ellos; por ejemplo, cómo incorporar en esa expresión nuestro cansancio y agotamiento, o el hecho de que no seamos dueños de nuestro tiempo ni de nuestros destinos, o de que estemos sometidos, o que tengamos expropiadas nuestras almas y nuestros deseos… Ese es el reto y la exigencia de la que parte este libro… Para que se me entienda mejor, un excelente poema de Luis García Montero, de Diario cómplice, termina de esta forma…
Son
las sábanas más tristes de la tierra.
Mira
cómo vive la gente.
Lo que yo digo es que la poesía no está tanto entre las sábanas de los amantes, por tristes que sean, sino justamente en “cómo vive la gente”, pero tampoco exactamente en cómo vive la gente, sino en “cómo vivimos la gente”, pues el poeta no es ningún ser espiritual o angélico diferente de la gente, es la gente, por eso la materia poética sería realmente “mira / cómo vivimos la gente”. Eso es lo que separa a un tipo de poesía y a otro, espero que esté más claro ahora.
P.- De cualquier modo, lanzarse a hacer poesía amorosa en tiempos 3.0, ¿no tiene algo de suicidio?
R.- No, pues creo que el desarrollo de las herramientas tecnológicas no va parejo al desarrollo emocional y moral en nuestras sociedades, idénticas en lo esencial a las que pusieron los cimientos y pilares psicológicos, sociales, culturales y económicos que nos construyen aún hoy… En lo esencial, no hemos dado ni medio paso hacia delante, salvo en nuestra capacidad de destruir y destruirnos, o de provocar y provocarnos dolor… Si mira usted a su alrededor verá que las bases sobre las que construimos nuestro concepto del amor o nos comportamos a la hora de ejercer o sufrir el poder es idéntica a la de los viejos amos y siervos del inicio de la modernidad, y encontrar un lenguaje poético que lo exprese, como le decía, sigue teniendo la misma e idéntica urgencia… En ese sentido, este libro, creo, sería y es pertinente y necesario.
P.- Arremete, en buena medida, contra toda la poesía amorosa reciente. ¿Era realmente necesario? ¿Por qué tanto odio?
R.- No es odio exactamente, como le decía, es más una necesidad de explicarme por qué pensamos lo que pensamos y sentimos lo que sentimos, o cómo hemos llegado a ser construidos así y por quiénes… Si dialogo, en este libro, de ese modo irónico y sarcástico, a veces, con figuras iconos de nuestra cultura y memoria poética, como Neruda, André Breton, Marivaux o Roland Barthes, y, en general, con la mayor parte de nuestra tradición, es por un afán de entenderme y entender cómo diablos nos hemos hecho este lío con el amor…
P.- Defina su concepto de amor en la medida de un haiku.
R.- Aborrezco los haikus, lo reconozco… Me parece una moda cateta y fruto de una globalización de turismo cultural depredador e improductivo. Entiéndase, estos jaikus hechos desde el Occidente por gentes que no han visitado siquiera Japón, ni menos aún dominan la lengua japonesa, ni se han impregnado de su cultura, tradiciones, sensibilidad y literatura… Es como un finlandés haciendo coplillas o soleares en lengua finesa sin haber venido a España, ni saber español, ni tener ni pajolera idea de nuestra historia, cultura y tradiciones poéticas y literarias; si ya me resultaría raro una soleá en un castellano, en un vasco, o en un gallego, o en un catalán, no me imagino a Salvador Espriu componiendo soleares en catalán, escribiendo La pell de brau, sí, claro, ¿pero soleares…? Pues imagínese en un finlandés… En mi caso, solo he escrito, recientemente, dos haikus, a propuesta de la Organización Internacional del Trabajo, la OIT, no se lo pierda, pero de cachondeo, claro; se pueden encontrar por ahí en la Red. Y sé que hay compañeros míos, muy queridos, que se pirran por los haikus… Bueno, pues perfecto, si se lo pasan bien, no voy a ser yo quien les quite la ilusión… Quizás es que me he perdido algo en esto de la globalización poética y resulta que es una incapacidad mía; también puede ser.
P.- Pues haga uno de cachondeo con su concepto de amo.
R.- Vamos allá… Mmm…
El amo nos mira
Las alondras se caen
Pero no nos ve
P.- Bien, casi le ha salido a usted en serio la cosa, ¿no?
R.- Bueno, casi… Habrá sido el estro poético…
P.- El caso es que mi amo no me mima, ni tampoco me ve, creo, cuando me mira… ¿Y el suyo?
R.- El mío particular es un auténtico zarrapastroso ídolo cabrón hecho de retales y remiendos, frío como un cadáver, estúpido, ciego e inepto, que tiene vocación de becerro de oro, pero que se queda en eso, en un patético cabroncete astroso con bigotes, a veces, hecho de trapo y de remiendos rojigualdos de ropavejero… Se le podría denominar Neoliberalismo Casposo Gürtel-Pujolista al Hispánico Modo.
P.- Para arremeter así, como usted lo hace, contra todo, en general, y contra el discurso amoroso rampante, en particular, ¿hay que haber amado u odiado mucho?
R.- Sí, uno tiende a pensar que le han querido más de lo que ha querido, pero quizás seamos demasiado exigentes con nosotros mismos y, en realidad, hayamos amado más de lo que nos creemos o pensamos… En cuanto al odio, mi odio es un odio esencialmente de clase; pero también un odio, digamos, geográfico… Desde que tengo uso de razón ideológica, odio todo lo que significa y me encadena a esta España castiza y casposa que aún pervive a mi alrededor; la mostrenca servidumbre de una buena parte de sus pobladores, la ineptitud y voracidad de sus élites, y la ignorancia de los enterados, o de esos intelectuales pesebreros y contertulios de medio pelo que nos inundan con su arrogante y chillona estupidez... Si el hermano Larra resucitase se volvía a la tumba inmediata y definitivamente.
P.- ¿Y a quién, o quiénes, cree que odian más los poetas de hoy en día? ¿Al resto de la poetambre?
R.- La mayoría, creo, nos somos capaces siquiera de odiar, no tenemos ya la fuerza y energía necesarias para odiar, como mucho para sentir envidia o recelos… La poetambre somos un patético enjambre de egos desvalidos y desorientados que, en efecto, cree odiar a la otra mitad de la poetambre, pero, como mucho, más que odio, es pelusa rastrera y mimosa… Salvo excepciones, por supuesto; salvo aquellos que son sinceros y obran con verdad… A esos se les reconoce en seguida por su rareza y, si estás atento a su aparición, son un auténtico gozo para la vista y el oído… Y un descanso para el espíritu… Afortunadamente, tengo entre mis amigos y compañeros a un buen ramillete de ellos, porque, cuando los encuentro, como “yo no soy tonto, compro en mediamarkt”, trato de cultivar su amistad y de admirar de cerca, aunque muy discretamente, su fuerza humilde y tranquila, alejada normalmente de toda pose epatante, impostada, vocinglera y efectista.
P.- ¿Y su poeta amado es...? Acompañe la respuesta con tres poderosas razones.
R.- Son muchos, imposible reducir todo a un solo nombre, si hubiese que hacerlo, pues mi vida dependiese de ello, entonces diría, sin duda, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita; el porqué lo explica Fernando Aróstegui, el protagonista de mi última novela, El tiempo cifrado (Amargord, 2015); y yo mismo lo he hecho en uno de los artículos que publiqué en Verba Hispanica, la revista de filología del Departamento de Lengua Española de la Universidad de Ljubljana, en donde, como sabe, estuve trabajando.
P.- ¿Y su poeta más odiado? Acompañe, acompañe.
R.- Muchos de mis amigos creen que es Luis García Montero, por los artículos que escribí cuando pidió que se expulsase de la Universidad de Granada a un compañero suyo; pero no es exactamente así… Bien entendido que estamos hablando de un “odio literario”, no personal, en absoluto, pues, para empezar, yo no lo conozco, ni lo he tratado personalmente, y tengo amigos que lo estiman y le tratan… Es como en el caso de mis artículos sobre Vargas Llosa, no hay nada personal en ello, sino ideológico y literario… En realidad, Montero me resulta, por lo general, indiferente, algo que te suena ya a leído y releído, una y otra vez, el buen polvo que me eché aquel día, la llegada del amanecer después de una noche loca, lo jodidos que estamos, los taxis, aeropuertos y viajes de la gente guapa y cool, lo encantado que estoy de conocerme, en fin, lo de siempre… Aunque, de vez en cuando, te encuentras algunos poemas excelentes, sin duda… Lo que más odio, si se puede decir así, aunque, ya le he dicho que no tenemos la energía ya para odiar de verdad, es lo que representan… Lo que representan él y otros como él, de esa izquierda socialdemócrata y liberal tan característica de la plétora desarrollista, durante los últimos años ochenta, los noventa del siglo pasado, y los inicios de este siglo, que tanto se beneficiaron del régimen de la burbuja, como son los casos también de un Antonio Muñoz Molina o de un Javier Cercas, por no cansarnos diciendo nombres, en la novela y en el periodismo de opinión; gentes que en relación con la escritura son algo semejante a lo que representa El País, en el periodismo impreso, o La Ser, en el ámbito radiofónico, y por eso están en la órbita de estos medios: esa impostura liberal moderna “de izquierdas”, la de, según Montero y otros, por entonces, la del “hombre normal” (¿quiere alguien decirme qué significa eso del “hombre normal” en poesía y literatura, o en política?); una impostura detrás de la cual se oculta el verdadero amo, el mercado y el capital… Uff, me produce urticaria este tipo de cosas… Porque si, en otro nivel de la realidad mediática, escuchas al Marhuenda, al Inda o al Alfonso Rojo, o a Sánchez Dragó, Reverte, De Prada y compañía, bueno ya sabes lo que son y qué representan, no lo ocultan, te cabreas o te ríes y ya está… En estos casos es como cuando leíamos en la escuela a Pemán, García Nieto, Rosales, Panero padre, o a los demás poetas católicos y falangistas, que no te engañaban… El problema son estos impostores de esa supuesta izquierda moderna cultural y liberal, que, no solo vaciaron su escritura de cualquier sentido material e histórico, “deshistorizaron” la ciudad y sus propias existencias, las vaciaron de cualquier conflicto, por comodidad poética, para subirse a la ola creciente o agradar a todos en el mercado de los “hombres normales”, si se puede decir; reduciendo todo a un mero juego individualista, onanista y sentimentaloide, ni siquiera sentimental; y, al mismo tiempo que lo hacían, se encargaron de tender una muy bien trabada red de influencias literarias y políticas, de poder mediático y de medias verdades entorno a ellos que mantiene obnubilados a una buena parte del personal… Tanto es así que, a partir de este momento, muchos de los que estén leyendo está entrevista, personas “de izquierdas”, dejarán de hacerlo escandalizados… Es como me pasa a mí en cuanto empieza a sonar una canción de Sabina en la radio, que cambio de emisora inmediatamente… Lo comprendo… De todas maneras, habría que hablar largo y tendido del poder engatusador de esta gente aparentemente “de izquierdas” y de los poderosos medios liberales que los han construido, los usan y los soportan… En este sentido, recomendaría leer el análisis lúcido y demoledor de las razones y mecanismos últimos de este engaño que hizo en los noventa el colectivo de Alicia Bajo Cero, en Poesía y poder, respecto de la obra de Montero, de Felipe Benítez Reyes y de algunos de los llamados poetas de la experiencia. Esclarecedor. Como tomar un taxi.
P.- ¿Siguen los burros siendo cebras en la Franja de Gaza?
R.- Los burros-cebras de Gaza como los burros-cebras de todas las franjas del mundo, desde Tinduf, el paso de Calais, hasta Idomeni, pasando por las concertinas y los CIES de este país, están literalmente hasta los cojones de nosotros… Demasiado buenos y pacíficos son… Luego nos quejamos.
P.- Si todavía hay amores que matan, ¿cuál sería su amor de destrucción masiva preferido?
R.- El de las series y películas tipo Sexo en Nueva York, y todo ese pasteleo cursi, insufriblemente vomitivo… Dios, pero qué coño de adultos tenemos a nuestro alrededor, o niños agilipollados o gilipollas aniñados, no lo sé bien…
P.- Si el amor es mentira, como dice “el joven” en su libro, ¿cómo es que se sufre tanto? ¿Puede haber algo de amor y/o poesía en estos oscuros tiempos del Tinder?
R.- Se sufre porque a una pulsión natural e irremediable, verdadera, a la necesidad del otro, se le oponen, como supo ver el viejo Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en el primer tercio del siglo catorce, enormes fuerzas de todo tipo, materiales, económicas, ideológicas, culturales, psicológicas… Fuerzas, todas, que al unísono laboran contra nosotros, como otro genio lúcido castellano ratificó, a finales del quince, con una obra monumental, pero monumentalmente incomprendida, como es La Celestina, que, más allá del folleteo o de la absurda relectura vulgar a lo Romeo y Julieta (por cierto, vaya engendros de versiones que ha dado el cine español), es una pura demoledora respuesta nihilista y rabiosa, llena de un odio auténtico y justificado, contra todas las mentiras sobre las que se estaba construyendo un mundo fallido, el nuestro en lontananza.
P.- Vuelve usted a abrir, con este nuevo poemario, una puerta cerrada a cal y canto para que eche a andar, sin gilipolleces, la nueva poesía. ¿Lo hace aposta?
R.- Todo lo que escribo está escrito a pura conciencia, puede que sea finalmente una escritura fallida, eso es otra cosa, pero cada coma, cada punto, cada punto y coma, cada palabra, oración, paréntesis o guión de mis escritos, sean novelas, relatos, ensayos, artículos o teatro, están pensados, muy pensados… Este poemario, por ejemplo, es el resultado de dos años de trabajo.
P.- Sí, hablando de novelas y de relatos, es cierto que sucede algo parecido con sus novelas, por ejemplo, con Un mar invisible y con El tiempo cifrado, que usted ha citado antes, de la que saldrá, creo, próximamente una segunda edición, pero también con los relatos de Historias de este mundo, ¿cuándo y de dónde nace la necesidad de contar la realidad así, contra aquel tipo de obras y literatura que piden y demandan los lectores de best-sellers y la industria editorial?
R.- Solo se vive una vez y, si no hacemos lo que deseamos verdaderamente hacer en esta vida que tenemos, cuándo lo vamos a hacer… Escribir cuesta mucho tiempo y no estoy dispuesto a derrochar mi tiempo en tonterías, si hay otros que lo hacen por diversión o por la fama, o la carrera literaria y esas cosas, y se divierten haciéndolo, y les va bien, y sacan su buena pasta, encima, de ello, y sus quince minutos de fama también, pues fenomenal, pero eso no va conmigo… Y no es que mi opción sea mejor, ni peor, es que fue la mía desde el principio; decidí que ya que me ponía a escribir, lo haría a mi modo, demostraría que es posible una novela literaria, o una poesía, construida, materialista y crítica en castellano, que no renunciasen a ser respuesta al tiempo presente, nuestro tiempo histórico común; que entroncase con una determinada forma de escribir en extinción y que tuviese en cuenta, no solo el siglo veinte, sino los setecientos años de literatura que esta lengua, que casualmente es la mía, lleva a sus espaldas... Que esa decisión me sitúa a contracorriente, que me aleja del mercado editorial, pues qué le vamos a hacer… Me han dicho cosas increíbles, desde “su novela es demasiado literaria…” (joder, cómo la literatura puede ser demasiado literaria, es la caña, ¿no?); a “es demasiado buena para nosotros…” Y no es de coña… Si dijese el nombre de quien me reconoció que mi única opción era seguir publicando en pequeñas o medianas editoriales que “aún apuestan por la literatura”, se sorprendería usted, pues trabaja para una de las más reputadas casas de la industria literaria, que, por lo que se ve, ya no apuesta por la literatura… En fin, que decidí presentar batalla en las trincheras del campo literario al enemigo de clase, junto con otros buenos compañeros y compañeras, cuyos nombres se desgranan en dos estudios recientes de referencia (uno, sobre la novela crítica actual, de David Becerra Mayor, y, el otro, sobre la Poesía de la Conciencia Crítica, de Alberto García-Teresa); igual que lo hice durante mi juventud en las calles, o lo hago ahora con la Marea Verde. Son opciones que uno toma y que marcan lo que somos y lo que decidimos ser.
P.- ¿Hacía dónde dirigirá sus próximos dardos? Lo digo por ponernos a cubierto.
R.- Tengo sobre la mesa una par de proyectos bastante ambiciosos y costosos, en tiempo, claro; la verdad es que no tengo remedio… Uno es emendar la plana a, al menos, cincuenta grandes relatos de la tradición literaria occidental, empezando por el primero de todos, la Odisea, y terminando con algunas de las grandes novelas del siglo veinte… Hasta aquí puedo leer… Y el otro es una novela de anticipación, verosímil y fundamentada, claro, nada de gilipolleces febriles de coches voladores, códigos ocultos y ciudades de plexiglás y esas memeces… Veremos qué sale de todo ello… El caso es que estoy aprendiendo un montón de cosas; porque, al final, sabe usted, escribo, creo, para aprender y comprender. Y hay afortunadamente cada vez más lectores que me lo agradecen, y eso compensa de mucho.
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