Aristide Briand nació en Nantes en 1862 en una familia humilde. Su vocación política temprana se vinculó claramente hacia el socialismo. En 1901 llegó a ser secretario general del Partido Socialista. Al año siguiente fue elegido diputado, y no dejó de serlo nunca hasta su muerte. Briand rompió con el Partido Socialista en 1906 porque se opuso a la decisión del mismo de no participar en los gobiernos, una de las cuestiones que más debate venía generando desde finales del siglo pasado en el seno del socialismo occidental. Briand pensaba que era una oportunidad para influir y cambiar si ministros socialistas entraban en los ejecutivos. Desde entonces se vinculó a los radical-socialistas. Desde ese momento, la participación de Briand en gobiernos fue constantes.
En julio de 1909 sucedió a Clemenceau como presidente del Consejo de Ministros, siendo presidente de la República Armand Fallières. Estuvo en el cargo hasta marzo de 1911. Volvió a repetir en el cargo durante apenas dos meses entre enero y marzo de 1913. En octubre de 1915, como apuntábamos al principio, volvió a ser primer ministro, y en esta responsabilidad estuvo hasta marzo de 1917. Volvió a tener esta alta responsabilidad durante varias ocasiones entre 1921 y 1929, siendo, por tanto, una figura fundamental de la Tercera República durante los años veinte.
Aristide Briand fue un gran defensor de la idea y organización de la Sociedad de Naciones al terminar la contienda. Sin lugar a dudas, fue uno de los políticos que más se implicó en construir una paz duradera, en llegar a entendimientos, demostrando una talla y altura políticas muy poco comparables en su tiempo y posteriormente. Briand fue uno de los protagonistas de los Acuerdos de Locarno, que supusieron el intento de superar el rencor del pasado en Europa, entre Francia y Alemania, para construir un mundo más seguro, a pesar de que las tensiones de los años treinta dieran al traste con lo acordado.
Estos Acuerdos deben entenderse en su contexto. Francia giraba a la izquierda en 1924 y apartaba del poder a Poincaré, un político que se había destacado por su dureza en política internacional, como había demostrado con la ocupación del Ruhr. Por su parte, en Alemania destacaba la figura de Stressemann que entre 1923 y 1929 va a inspirar la política exterior de la República de Weimar. Estamos hablando de un político comprometido con la causa de la paz, muy valorado por los británicos y por el francés Aristide Briand. Eso no significa que no intentara sacar ventajas para su país, pero siempre bajo las premisas de la paz y de la reconciliación. En este sentido, conectaba con un cambio en la política exterior francesa, que se suavizaba y entendía la necesidad de rebajar las exigencias. El tercer factor clave para entender el fin de las tensiones postbélicas vendría del otro lado del Canal de la Mancha. Los británicos llevaban mucho tiempo empeñados en la defensa de la causa de la reconciliación entre franceses y alemanes, y siempre fueron contrarios a apretar en exceso a Berlín. El arbitraje inglés fue, por lo tanto, fundamental.
Los Tratados de Versalles no garantizaban la paz en Europa. Muy pronto se vio que la Sociedad de Naciones, a pesar de su ferviente convicción a favor de la paz y de la convivencia internacional, no tenía medios prácticos para conseguir estos objetivos. Además, las dos grandes potencias emergentes del momento, Estados Unidos y la URSS, no pertenecían a esta organización. En 1924 se firmó el Protocolo de Ginebra que pretendía poner fin a las políticas de agresión. Fue firmado por catorce países, pero el Reino Unido no intervino en el mismo, otro problema. Así pues, serían París y Berlín los que, como hemos apuntado, deciden, con el firme apoyo de Londres, sentarse a dialogar.
Así pues, en Locarno se reunieron Gustav Stressemann, Aristide Briand y Joseph Austen Chamberlain, además de Mussolini, llegando a siete acuerdos de arbitraje y/o alianza que afectaban a Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Polonia y Checoslovaquia, además de una declaración final sobre garantías mutuas sobre la forma de interpretar algunos puntos de la Carta de la Sociedad de Naciones.
El Pacto de Locarno fue una clara apuesta contra la guerra, es decir, se prescinde del uso de las armas. El recurso a la violencia solamente estaría legitimado en caso de agresión o en cumplimiento de las órdenes de la Sociedad de Naciones. Las fronteras de los Estados deben ser respetadas. Todos se comprometen a recurrir al Tribunal de la Haya para resolver conflictos, agravios y litigios. Alemania solicitará el ingreso en la SDN y lo obtiene, aunque al exigir ser miembro permanente del Consejo, habría que reformar los estatutos de la organización.
Pero Locarno tenía algunos puntos más complicados o débiles. Aunque planteó soluciones a los problemas de las fronteras en la Europa occidental no hizo lo mismo en la oriental. Tampoco se produjo una evacuación inmediata del Renania, como deseaban los alemanes. Tampoco se solucionó la cuestión de las reparaciones. Cuando se terminó el Plan Dawes se hizo necesario elaborar otro nuevo, el Plan Young, para reducir la deuda alemana y establecer un plazo más largo, 59 años, para el abono de las mismas.
En todo caso, había nacido el espíritu de Locarno, algo muy distinto a lo que se había vivido desde 1918, y de lo que se vivirá después en los años treinta, en plena crisis económica, con auge del nazismo y los virajes hacia la guerra.
Pero, además de su participación en estos acuerdos, y desde su responsabilidad en Exteriores, conviene señalar la importancia del pacto Briand-Kellog, por el que Estados Unidos aligeraba un tanto su política aislacionista, al prestar su apoyo a la causa de la paz.
En 1926 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, galardón que compartió con el alemán Stresemann.
Sin lugar a dudas, el precedente más interesante de la Europa unida por su audacia fue el de Aristide Briand. El ministro de Asuntos Exteriores francés pronunció un discurso en la Sociedad de Naciones en 1929 en el que defendió una federación europea basada en varios principios: solidaridad, prosperidad económica y cooperación política y social. La propuesta tuvo mucho impacto mediático y fue muy bien recibida, aunque concitó la oposición de las fuerzas políticas más nacionalistas y las comunistas. La Sociedad de Naciones encargó al político francés la elaboración de un memorando de proyecto. Briand lo presentó en 1930. El proceso de unidad comenzaría con una serie de acuerdos para crear un mercado común europeo, aunque no planteó un procedimiento específico para alcanzar este objetivo, dejando muy claro que no pretendía atacar a las respectivas soberanías nacionales. Briand buscaba que la paz se consolidase en Europa y se superasen las tensiones del pasado. La respuesta al proyecto de Briand fue favorable en su gran mayoría, con la excepción británica. Pero no había mucho entusiasmo detrás de la respuesta positiva. Briand solamente consiguió que se creara una Comisión de Estudios para la Unión Europea, pero que dejó de reunirse en 1932 cuando Briand falleció. La nueva década sería de tensiones constantes hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. A pesar del fracaso, Briand ha quedado en la Historia como uno de los pioneros más destacados de la unidad europea y su influencia puede detectarse en los padres fundadores de la Europa unida.