Un mundo, el de la Dickinson, lleno de apariencias que ella, con su innata rebeldía, trató de combatir con una obra poseída por esa inabarcable libertad que nada más produce el anonimato a lo largo de toda una vida. En ese territorio inhóspito y cruel, fue donde la soledad, el silencio, la oscuridad y un profundo sentido del significado del dolor, se fundieron para proporcionarnos una visión única del mundo del siglo XIX, un tempo en el que los poemas de la escritora norteamericana vencieron al transcurrir de los días y se proclamaron victoriosos ante el incomprensible olvido por parte de una sociedad apegada a la religión y a unas costumbres exentas de la palabra libertad. Ahí, también, fue donde la sociedad no había llegado todavía, y donde la poetisa de Amherst se manifestó con premura y bajo el símbolo de una rectitud y una honestidad sólo comparables a la búsqueda de la eternidad en el más allá por parte de su familia, lo que nos habla de un tiempo oscuro y poco proclive a la libertad de pensamiento. Todo esto es lo que logra transmitir Terence Davis en Historia de una pasión, y lo hace a través de un montaje minucioso y una puesta en escena teatral, donde la luz y la expresión de sus actores lo son todo, como si en cada gesto estuviese el enigma y la clave de una obra poética, la de Emily Dickinson que, si por algo se caracteriza, es por la rectitud y disciplina hacia sus sentimientos. Una rectitud y unos sentimientos que la conllevaron más de un problema con su familia, amigos y una sociedad que todavía no estaba preparada para talentos tan mayúsculos como el suyo, pues si alguien nos puede servir de ejemplo como un escritor dedicado a su obra, esa es Emily Dickinson que, se refugió en la casa paterna y en su protección, para cuidar su talento y escribir de noche, protegida por un silencio sólo vigilado por las melodías de las ramas de los árboles. Su meta: escribir, al menos, un poema al día, lo que sin embargo no le sirvió para que ese alma atormentada que se desnuda a través de sus poemas, no dejase de ser ignorada por una sociedad profundamente machista, en la que los valores del éxito y la creación únicamente estaban reservados para los hombres. En ese páramo de incomprensión que compartió, entre otras, con las hermanas Brönte, se refugió también Emily Dickinson. De ahí que un espíritu libre y rebelde como el suyo, trabajara su obra literaria bajo el signo de un dolor fabricado a través de las palabras y de los versos vertidos en los confines de una libertad utópica que la obligó a imaginar el amor, el sexo o las convenciones sociales y religiosas desde la transgresión de los valores de la sociedad que le tocó vivir. Condenada a ser virgen si no se casaba, y a imaginar el amor a través de los demás, aún tuvo el consuelo de encontrar algo de afecto tanto en su cuñada como en el reverendo Wadsworth. De ahí, que no nos deba extrañar que su refugio y su propio foso fuese su familia, pues una vida cuyo pilar fundamental es el espacio reservado al núcleo familiar, se desmorona cuando los miembros de la misma van desapareciendo. Y así, Emily Dickinson, comenzó a cavar su propia tumba cuando desaparecieron sus padres.
Historia de una pasión no es una película convencional al uso, pues impregnada de un desarrollo lento y minucioso, nos intenta narrar la vida interior de la poeta (de por sí, casi limitada a su propia habitación), y hoy en día ese estatismo, no es sólo incomprensible, sino que también nos introduce casi sin querer en un lenguaje dialéctico y visual más cercano al teatro que al cine. Sin embargo, con ello, se nos permite descifrar ese afán de Terence Davies por mostrarnos una vida, la de Emily Dickinson, consagrada a la contemplación del mundo a través de su obra y de su cada vez más agrio y aislado carácter. Esa similitud fílmica con en el devenir existencial de la poeta, apenas es interrumpido por una magnífica elipsis a través de un prodigioso morphing de los personajes ante la cámara, lo que nos demuestra lo efímero de nuestro paso por el mundo, pues nuestra huella es plenamente abarcable en una múltiple composición de planos que apenas duran unos segundos. Contra esa finitud fue contra la que luchó Emily Dickinson con todas sus fuerzas hasta el final. Una fuerza que en sí misma, ya está presente al inicio de la película a través de uno de sus poemas: «Por cada instante de éxtasis/ tenemos que pagar una angustia/ en afilada y temblorosa proporción/ al éxtasis». Una exposición de ida y vuelta que, de una forma más poética, y quizá, no tan sobria, pudimos ver de la mano de Ana Pastor en la obra teatral La Bella de Amherst, donde la actriz da vida, en un largo e intenso monólogo, a la poetisa, describiendo con su interpretación un universo lleno de matices sin otra ayuda que la de su propia voz. Comparaciones aparte, hay que destacar el trabajo de Cynthia Nixon en el papel de una Emily Dickinson madura, pues nos transmite una gran fuerza con la mirada y esa manera suya de dirigirse y estar frente a los demás, en una especie de combate sin final del que sólo se apartará cuando la enfermedad acabe con ella a la temprana edad de cincuenta y seis años, pues sin duda, Historia de una pasión, es la historia de Emily Dickinson contra la oscuridad del universo.
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