El poeta barcelonés posee una amplia trayectoria que se afirma en 2006 con la publicación de Ladino (Ediciones Trea), que reúne sus tres primeros libros de poesía en prosa: Intihuatana (Sin lugar a luz), Ixtab (La soga en el ojo) e Ipalnemoani (Por quien vivo), y se confirma en 2012 con 365 haikus y un jisey (Rúbrica editorial). Una interesante actividad literaria a la que debemos sumar su encomiable labor como editor, desde 2004, al frente de La Garúa Libros.
El volumen se abre con ocho citas que amalgaman los temas que vertebran el poemario, que se inicia con una composición en cursiva a modo de prólogo lírico, “Para la ceniza”, que marca el estilo que caracteriza todo el conjunto: concisión, verso libre, encabalgamiento abrupto, palabra en abismo, ausencia de signos de puntuación, y versos entre corchetes, donde a menudo interviene el autor, que se expresa en catalán, para complementar el significado. En suma rasgos que le permiten cantar “a viva voz” a las cosas animadas e inertes que conforman su entorno, para ello adelgaza los versos, para lograr la máxima expresión y devanarse en lo esencial (“tú yo quiénes…/ mutilación de los pronombres”), pero siempre con una actitud crítica que impele al lector a la reflexión.
Otro poema, también en cursiva, marca el final del libro, “En manos del aire”, que actúa como epílogo lírico y cierra de forma coherente un poemario maduro e intenso, que sorprende por su perfecta estructura, organizada en torno a tres grandes apartados: “Ojo de nieve”, “Bajo tierra” y “En manos del aire”. En el primero el yo lírico se diluye en el anonimato para formar parte de un paisaje que pasa de verde a nevado, de azul a páramo, y tras el que se oculta la nada y su trama de tiempo que concita al silencio. En el segundo los poemas adoptan la forma de prosa para yacer fosilizados “bajo cero en una latitud donde se sobrevive al volumen del oxígeno”, poemas breves donde la oscuridad subsume la luz “en horas bajas” a vista de fosa, entre “sentencias de lodo”, “polvo y espinas”. Una cita de Eduardo Moga abre el tercero, el más extenso, donde de nuevo el verso recupera el espacio, que se torna bilingüe, así el castellano y el catalán se combinan en armonía para desentrañar el paisaje con el filo de la palabra aguda, “en do”, “afín al silencio”, poemas ofrecidos donde el símbolo y la metáfora enhebran “las venas del verbo”.
En definitiva, Joan de la Vega reúne setenta poemas, fechados entre diciembre de 2011 y septiembre de 2013, dotados de un tono polifónico por la pluralidad de matices que apuntan sus versos “de pedra i de paraula/ germans”.
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