Amelia Pérez del Villar, tras un incontable número de magníficas traducciones (Gabriele d'Annunzio, Emily Brönte y Robert L. Stevenson, son tres de los autores a los que ha traducido recientemente) y tras un ensayo de referencia, Dickens enamorado: Un ensayo biográfico (2012), se ha estrenado en el campo de la narrativa con una obra atípica, en cierto modo extraña, en la que desarrolla una reflexión sobre uno de los males contemporáneos: la soledad. Se trata de una novela formalmente rupturista: su “aspecto”, su evolución sobre la página nos acerca a la experiencia de lectura de un largo poema. Sin embargo, mantiene su condición de obra narrativa porque cuenta una historia. Renovación estética y tradición argumental son dos categorías puramente literarias que dan envoltura a un monólogo que evoluciona, con una tensión creciente, como una suerte de flujo de la conciencia ("un flujo de conciencia / una sarta de reproches", escribe) en el que unas veces advertimos una forma de respiración, otras una sucesión de pequeñas salvaciones y, considerado todo el libro en su conjunto, algo parecido a una petición de ayuda, una indagación en la imposible felicidad al modo en que la advertíamos en los poemas de madurez de Sylvia Plath.
La protagonista y narradora, Lola B, una esposa que aguarda, en soledad, diversos regresos del marido ausente, inicia su indagación a partir de una escena de la que es testigo en un restaurante. En ella, una mujer, impedida, en silla de ruedas, dialoga con un marido solícito,atento, sensible. El lector no tarda en darse cuenta de que esa imagen es el reverso de la historia que ha comenzado a leer. Una historia que tiene algo de espera sin plazo y que evolucionará a través de la presencia de distintos personajes: además de Lola B, sabremos de S, de Norma y Brenda, nombres con claras resonancias literarias, y de RD, aunuqe sólo tendremos noticias directas y reveladoras de la narradora y de S, nombre que adjudica al marido. Ella es la mujer que vive el desajuste entre el amor soñado, idealizado, y la realidad. Que busca su peculiar refugio, émula de la esposa a la que vio conversar en el restaurante, en una silla de ruedas que, por sí misma, tiene algo de petición de auxilio y de símbolo de rebeldía y de protesta. Él, S, es el gran ausente, el que incumple promesas, el que siempre está llegando, y se anuncia y nunca aparece, el ejecutivo cargado de compromisos y vuelos y reuniones: la fuente de la frustración.
La dialéctica entre ellos, que se salda en una sucesión de decepciones, se desarrolla en un espacio opresivo, agobiante: no se trata sólo del piso relativamente amplio y lujoso en que su vida de paralítica voluntaria se desenvuelve, sino de una presencia que crece con la narración y que ejerce de mediador y acompañante: la pantalla del televisor o del pc. Ese extremo recuerda en parte, el círculo obsesivo de una película emblemática de los años ochenta, Arrebato, de Iván Zulueta. Si en la película es una cámara quien succiona la conciencia del protagonista, en la novela de Amélia Pérez del Villar es la combinación de las dos pantallas, seres complementarios convertidos en ventanas a otra realidad, a un mundo distinto, y a la quimera de una posible realización amorosa y erótica con alguien que "vive ahí". La conciencia de Lola B. deposita en esas ventanas la posibilidad de torcer el curso de un sueño incumplido e imposible: el del erotismo, el de la ternura, el de la conversación, el de la comunicación que ablande la soledad. Es decir, el de un amor platónico que vive en un futuro deseado.
En el fondo, el libro en su conjunto es una metáfora de la condición femenina en el mundo en que vivimos. Es un acercamiento crítico, corrosivo casi, a las frustraciones de la mujer, a su cuasi irrelevancia frente a la centralidad del hombre.En la literatura española hay un precedente de monólogo que alcanza el grado de tensión que advertimos en esta novela: el que establece la Carmen de Cinco horas con Mario frente al cadáver de su marido. Es obvio que en El pulso de la desmesura no hay un marido “de cuerpo presente” (el marido está ausente), como lo es que el mensaje de la Carmen de Delibes, hecho de reproches a un marido no convencional, raro, comprometido con el mundo y desdeñoso de las normas sociales establecidas, está a años luz del de Lola B. La protagonista/narradora de El pulso de la desmesura, quien no ahonda en la memoria compartida ni en el pasado de un marido con "preocupaciones sociales", sino en la dimensión de sus decepciones, en su comportamiento egoísta, en lo no vivido: en definitiva, evoca y denuncia un vacío. Es verdad, sin embargo, que una y otra construyen el reverso del hombre con el que han convivido o conviven, la imagen de aquel que ambas hubieran querido o deseado: un marido convencional y adaptado en el caso de Carmen, el hombre atento de la conversación antes aludida en el restaurante, en Lola B. O el que, en su recuerdo, ve salir de una floristería: "El otro día al cruzar la calle vi salir a un hombre de una floristería con un ramo maravilloso / y deseé ser su mujer" [...] "Yo envidio a todas las mujeres que se saben amadas".
Amelia Pérez del Villar ha dado un paso muy importante en su trayectoria literaria con esta novela. Un relato que a nadie deja indiferente. Innovador, raro, emocionante: una novela atípica, casi a contracorriente, en la que el fantasma de la soledad y de la frustración, tejidos lentamente en una espera consustancial a nuestras sociedades contemporáneas pero con raíces en la mitología clásica (la Penélope de la Odisea). ¿Consustancial a la condición femenina? Sobre todo, aunque la lectura nos ayude a reconocerla, más allá de esa realidad, en quienes poblamos la sociedad fragmentada del siglo XXI. Lola B/Amelia Pérez del Villar noa ofrece la lucidez pesimista que a todos compromete.Una novela intensa, espléndidamente escrita, con la que Fórcola ha iniciado de la mejor manera posible su colección de narativa. Para felicitarse y para felicitarnos.
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