En su caso, las vallas son los libros. Cada año salta una (valla], y abraza un libro, aprovechando la ocasión para reunirse con escritores y lectores –ya convertidos en amigos- en destacados eventos que marcan la agenda del género negro en España. Lo hace con total normalidad, es decir conociendo ya su organismo, sabiendo cuando relajar el ritmo o disfrutar de las sensaciones que otorga un sprint disputado entre colegas.
En 2016, su agenda personal se ha visto trastocada por el nacimiento de una nueva criatura. No se trata de un libro –como se imaginarán muchos de sus seguidores–, sino de una colección completa bajo la marca de la “Orilla negra”.
Su cargo de director literario en Ediciones del Serbal, que inaugura con la elaboración y el lanzamiento de esta nueva colección de género negro, nos permite conocer el libro “Relatos de la orilla negra” y actualizarnos sobre un segmento literario que no deja de crecer.
¿Relatos de la Orilla Negra es la carta de presentación de una nueva editorial dedicada al género negro?
José Luis Muñoz | En efecto. La idea ha sido arrancar la colección con un libro de relatos que fuera un poco el ideario de lo que pretende ser y, al mismo tiempo, reivindicar el género corto. Pero hay que tener en cuenta que junto a ese libro de relatos, que es el primer disparo de la colección La Orilla Negra, salen al mismo tiempo nada menos que siete novelas: La sonrisa del caimán, Mala hierba, Disparen a Anderson, Papel picado, Cosas que no me importa olvidar y Bala morena. Y que ya tenemos un buen número de cartuchos en la recámara.
¿Qué puede encontrar el lector en esta nueva antología?
Lo que va a encontrar en la colección. Voces diferentes alrededor de un género. Las cadencias que tiene el castellano aquí, en la Península, y allá, al otro lado del Atlántico. Las formas de delinquir en esos dos continentes. Hay autores consagrados en la antología como Raúl Argemí, Juan Ramón Biedma, Julián Ibáñez, Fernando Martínez Laínez, Guillermo Orsi, Fritz Glockner Corte, Marcelo Luján, Guillermo Saccomanno, José Carlos Somoza, Lorenzo Lunar, Alejandro M. Gallo o Mariano Sánchez Soler. Hay autores emergentes, con muy buenos libros a sus espaldas, como Paco Gómez Escribano, Francisco Balbuena, Francisco Bescós, Nacho Cabana, Pablo de Aguilar, Javier Valdez Cárdenas o José Vaccaro Ruiz. Escritores extraordinarios, dentro del género, como Dauno Tótoro Taulis o Marcos Tarre Briceño que, incomprensiblemente, se conocen apenas en España. El elemento femenino está representado por Elia Barceló, Rosa Ribas, Rebeca Murga y Angelique Pfitzner. Hay autores de España, Venezuela, México, Argentina, Cuba, Chile… Escritores de diversas generaciones y países que nos pueden dar una idea calidoscópica de cómo abordan el género.
¿Cómo explicaría el éxito del género negro en el público lector?
El género negro entra dentro de la literatura que denominaríamos popular, que no es ningún desdoro sino todo lo contrario. El incremento de lectores hacia la novela negra es exponencial y está sujeto a modas. Cansado un poco de los nórdicos, ha sido como ha surgido La Orilla Negra, que es literatura del sur, más cálida, más pasional. Nuestra idea es fidelizar un público lector. No le estamos dando un libro sino una colección. Queremos crear una adicción a La Orilla Negra.
¿Cuáles son los elementos que hacen de un relato o una novela una buena obra de género negro?
La novela negra, por su temática, por abordar esa zona oscura del ser humano, tiene capacidad de enganche. Una buena novela negra atrapa al lector en su trama y no lo suelta hasta el final. Una de los valores, que se le suponen, es su agilidad, que entretenga. Pero yo exijo a una buena novela negra que sea verosímil, tenga personajes de carne y hueso, para lo que es fundamental el dominio del diálogo, tenga profundidad, aborde temas sociales, sea capaz de alterar al lector que se sumerja en ella, que el lector no salga indemne de su lectura. No me gusta, en general, la novela enigma, que es un juego de entretenimiento bastante vacuo.
¿Qué ha cambiado en el género negro en la última década? ¿Ya no se mata de la misma forma?
Bueno, creo que precisamente se mata de una forma más atroz. Una nueva modalidad del Estado Islámico es disolver vivos en ácido a sus víctimas. Lo copian de los cárteles de la droga mexicano que utilizan las motosierras, además. La barbarie humana es estremecedora. Por desgracia no hay manera de erradicar la violencia. Se asesina por la patria, por Dios, por dinero y por celos. La tortura forma parte del modus operandi de las dictaduras, de las bandas de delincuentes y de los terroristas. La falta absoluta de empatía está detrás de todo ello. El psicópata no siente nada mientras mata a un semejante. Algo falla en la sociedad, pero viene fallando desde siglos atrás. Los asirios daban de beber a sus prisioneros plomo fundido; Vlad Drácula, sobre el que acabo de publicar El hijo del diablo, empalaba a sus víctimas y en la guerra de la ex Yugoslavia se sacaban los ojos con cucharillas de café. Así es que se sigue matando de la forma más espantosa posible. Literariamente el género negro, según mi opinión, ha derivado hacia lo social, es una herramienta eficaz para denunciar la corrupción política y económica que impera en el mundo que nos ha tocado vivir, que adolece de falta de valores. Un libro no puede cambiar una sociedad, pero puede abrir los ojos de los lectores y hacerlos reflexionar.
¿Cuáles son los retos de una editorial y de un escritor a la hora de publicar una obra de género negro?
Encontrar al lector y fidelizarlo. Es uno de los retos que nos planteamos en La Orilla Negra, complejo porque hay ya otras buenas colecciones de novela negra. El centrarnos en la novela que se escribe en castellano puede ser nuestro punto más fuerte. Y la apuesta por la calidad, por supuesto. Hay escritores que venden por el nombre y algunas de sus obras son flojísimas. Ocurre con Andrea Camilleri y la novela que ganó precisamente el RBA de Novela Negra. Las cuentas, a final de año, han de salir, pero existen otras prioridades por encima de las meramente económicas, y en eso el entendimiento en la editorial ha sido absoluto.
Como director literario de Ediciones del Serbal, ¿qué tipo de escritos quisiera llevar al mercado?
Novelas de género negro, que no necesariamente tenga que ser policiales, que entretengan pero también ilustren. Novelas que comuniquen algo al lector, que no le causen indiferencia. Como muestra un botón, las seis primeras novelas que publicamos, todas muy diferentes entre ellas. Papel picado, de Rolo Diez, es una novela política, que habla de crímenes de estado y represión en una Argentina que el propio autor vivió en sus carnes; La sonrisa del caimán es una epopeya que arranca del nazismo y zigzaguea por diversos países del continente americano no sin ciertos rasgos de humor muy elegantes gracias al buen hacer del chileno Dauno Tótoro Taulis; Bala morena es una novela atroz sobre guerrilleros de las FARC embrutecidos por la violencia y un infiltrado que es peor que ellos, una novela excepcional del venezolano Marcos Tarre Briceño; Destruyan a Anderson, de mi colega y buen amigo Fernando Martínez Laínez, es un thriller que tiene como eje el terrorismo de extrema izquierda que pretendió, en determinado momento, vapulear el sistema democrático europeo y fue liquidado por métodos ilegales y drásticos; Cuéntame cosas que no me importe olvidar, de Pablo de Aguilar, tiene sus patas hundidas en esta España de la crisis de la que no hay manera de salir; mi aportación, Mala hierba, es una novela coral que transcurre en la América profunda y desmonta la hipocresía que impera en Estados Unidos. Pero queremos descubrir y difundir esa buena literatura negra que se da no sólo en España sino en lugares poco conocidos, literariamente hablando, como Ecuador, Panamá, Guatemala. Nuestra única preocupación es la calidad de los escritos y que remuevan al lector en su asiento.
¿Cuáles son las lecturas por las que todo amante de género negro debe haber pasado?
Las mías en particular son variopintas. Crimen y castigo, de Fedor Dostoievsky, imprescindible para entender una mente criminal, extraordinaria composición de personajes, cumbre literaria. El cartero siempre llama dos veces, de James Cain, uno de los grandes del género, una novela soberbia sobre las pasiones que muchas veces están detrás de un acto criminal; La mirada del observador, de Mac Bhen, para mí la cumbre de la literatura negrocriminal, la historia de una persecución obsesiva que une a una misteriosa mujer y a un no menos misterioso hombre, sencillamente magistral; Tarántula, del francés Thierry Jonquet, perversa y malsana, sobre la que Pedro Almodóvar se inspiró para su thriller La piel que habito; de los españoles me quedo con tres clásicos de colegas: Días contados de Juan Madrid; Prótesis de Andreu Martín; y Galíndez de Manuel Vázquez Montalbán. Ah, y todos los libros de Jim Thompson, con el que habitualmente se me compara.
En Serbal también publica su obra “Mala hierba”. ¿Se trata de otro asesinato premeditado?
Recupero un libro perdido que se editó en 1992, inmediatamente después de La Sonrisa Vertical y que ganó el premio Ángel Guerra de Teguise, Lanzarote, otra historia negra, la del premio que tardé ocho años en cobrar. El libro tuvo muy buenas críticas y era inencontrable. Recuerda, aunque es muy anterior, al ambiente malsano de David Lynch en Twen Peaks. Un pueblo pequeño, de esa América “feliz” y religiosa, cuya calma se ve alterada por la llegada de un peligroso delincuente fugado y un asesinato atroz que le imputan automáticamente. De la tarta de cerezas en el porche se pasa a la violencia extrema y a las pasiones ocultas. Es una crítica a la forma de vida de Estados Unidos, su puritanismo, país que visito con mucha frecuencia, y que me atrae y repele al mismo tiempo pero me inspira un sinfín de novelas, la última la que tengo en el ordenador, sobre Alaska, y que espero terminar algún año más tranquilo que este en el que se han juntado cinco novelas (Ascenso y caída de Humberto da Silva, El hijo del diablo, Cazadores en la nieve, El sabor de su piel y Mala hierba) y pilotar una colección.
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