Así lo atestigua su última colección, que lleva el significativo título de Vitral de instantes, no podía titular mejor su autor el libro pues en él reúne precisamente eso, instantes precisos (y preciosos) que su atenta mirada de haijin ha sabido captar y eternizar en el centro del folio, y he aquí una de las grandes virtudes de este libro, la disposición tipográfica del haiku en medio de la página como parte de un todo que se opone a la nada del blanco que lo circunda.
Entrando de lleno en el poemario, observamos que viene muy bien avalado por un excelente prólogo firmado por uno de los mayores expertos en la materia: Vicente Haya, que no acostumbra a escribir sobre autores occidentales contemporáneos, esto hace que aún tenga más valor el hecho de ocuparse de los cuarenta y un haikus que componen un libro que es un haiku en sí mismo, así la ilustración, de un colibrí, obra de Flor Gutiérrez, en unos pocos trazos de tinta china y la pureza del blanco que lo acoge, unido al pequeño formato del volumen, sintetizan el espíritu oriental que recorre estos haikus donde la naturaleza, y su milagro cotidiano, es el marco donde se desarrolla la mínima acción que desencadena los versos.
En cuanto a la estructura del libro, éste se organiza en dos grandes apartados: “Al otro lado de la luz”, bajo cuyo epígrafe se agrupan dieciocho haikus; y “La mirada interior”, que a su vez reúne otras veintitrés composiciones. Dos partes complementarias donde Elías Dávila cultiva prácticamente todos los subgéneros, de hecho comienza con un haiku que podríamos definir como cruel:
“Hojas de otoño:
El aire también mueve
mariposas muertas.”
Por sus páginas discurren infinidad de elementos que Elías Dávila ha sabido combinar con una sencillez asombrosa, de esa sabia combinación de elementos a veces opuestos deviene la belleza de un mundo ancho y ajeno en el que el haijin tiene la fortuna de adentrarse para hallar la esencia de lo verdadero. He aquí otro ejemplo donde la mirada limpia del poeta acierta a desvelar la belleza intrínseca que le rodea:
“Después de llover:
El potro blanco
oculto en la niebla.”
Pero también hay una mirada piadosa, cuya sola visión es capaz de concienciar con ternura:
“Banca del parque:
Indigente y su perro
comparten un pan.”
Elías Dávila tiene, además, la fortuna de no ceñirse a un esquema rígido pues sabe, como los clásicos, que una sílaba más o menos no puede comprometer lo bello y auténtico, así se entrega con pasión a la mera contemplación de un mundo mutable. Y es por ello que se contenta con ser mero testigo, eso sí, privilegiado, de este mundo en constante movimiento. Veamos otro magnífico ejemplo:
“La cigarra
por un momento da voz
al árbol muerto.”
Vitral de instantes se erige en un sensitivo y colorido conjunto de haikus “insólitos”, producto, sin duda, de una contemplación directa, pues no hay mayor asombro que aquello que sucede en el momento más inesperado, de ahí el valor de un poeta sensible, capaz de fijar por escrito una pincelada de ese momento único e irrepetible.