Fernando Aramburu, con su libro de relatos
"Los peces de la amargura", que publicó en 2.006 en Tusquets, nos heló la sangre. Nos hizo enfrentarnos a unas situaciones que algunas personas del País Vasco padecen, como vivir ocultos en las ciudades vascas, algunos huyendo de las fuerzas de seguridad, otros, los menos, ocultándose o viviendo con miedo por las iras de un sector nacionalista que parece vivir en otro tiempo... Un tiempo que parece que no ha pasado y que no son capaces de romper.
Más de 100.000 vascos han tenido que dejar su tierra por no comulgar con las ideas nacionalistas. Algunos por culpa de un clero que ha fomentado un exacerbado nacionalismo, anclado en tiempos pretéritos que ya debía de haber olvidado. Magnífico es el pasaje donde la madre de Julen, Maripuy, le arrea un descomunal bofetón al cura del barrio, don Victoriano, por difundir infundios no demostrados, aunque algo de razón podría llevar.
Aramburu creció en el barrio humilde de Ibaeta de San Sebastián. Conoce de primera mano lo que cuenta, aunque se inventa un gracioso subterfugio para narrar una historia de segunda mano. Txiki es un niño de ocho años, navarro, que por problemas familiares es acogido por la familia de su tía, Maripuy, hermana de su madre, que no puede hacer frente a la manutención de sus tres hijos al haber sido abandonada por su marido. Los dos hijos mayores van a dar con sus huesos a la Casa de Misericordia de Pamplona. El pequeño tiene más suerte y la familia de la hermana decide educarle y mantenerle.
El niño, pasados los años, cuenta cómo era la vida en un barrio humilde. Sus relaciones con la familia, con su tía, con su tío Visentico, un acobardado trabajador manual que no quiere problemas con nadie y del que se ríen sus amigos del barrio y la fábrica; su prima Mari Nieves una casquivana adolescente que mantiene relaciones sexuales con medio barrio y que termina embarazada sin saber quién es el padre de lu hija que va a nacer y, por último, su primo Julen, un radical nacionalista que en la complicidad de la habitación cuenta a su primo muchos pormenores de su pensamiento.
En la habitación que comparten son muchos los secretos que le cuenta y le da una visión de un país que él no conoce y del que vive ajeno, aunque poco a poco, esa otra realidad se va enfrentando con la suya, ya que ve cómo la policía persigue a su primo y cómo éste tiene que huir a Francia perseguido por ella, después de pasar unos días en comisaría, donde recibiría fuertes palizas y que marcarían su vida de forma definitiva, teniendo que huir meses más tarde al extranjero debido a la presión que sobre él ejerce el entorno abertzale de su ciudad.
El escritor donostiarra escribe la novela de dos formas radicalmente distintas y originales. Una es en primera persona en la voz del niño Txiki, donde va escribiendo el día a día de su estancia en casa de sus tíos. Lo narra como si no fuese una novela, sino una historia que escribe a Aramburu para que él decida cómo escribirla. Es como si le sugiriese lo que tiene que contar, diciéndole qué y cómo hacerlo. Señalándole lo que quiere que destaque y lo que quiere que obvie, pero dándole total libertad para hacerlo.
La otra, es una serie de apuntes que va tomando el escritor para hacer la novela. En ellos incluye posibles diálogos y descripciones de lo que puede que escriba y lo que no. Incluye descripciones de los protagonistas, tanto físicas como psicológicas. Es un juego del escritor pero que nos dice mucho de cómo se arma una novela, qué pasos da y cómo se enfrenta a las situaciones y cómo las elige para derivar la obra hacia un lado u otro.
Este interesante y original juego es una forma novedosa de acercarse a un texto. Es la forma en queAramburu arma una novela, cómo la construye y cómo reflexiona para tratar uno y otro tema. Cómo la dirige hacia lo que él quiere destacar y subrayar. Consigue, pues, una novedosa novela que podríamos calificar como única.
Los finales de los años sesenta, como los primeros años de los setenta fueron años lentos, como titula el libro. Para unos transcurrieron rápidamente porque se olía en el ambiente que algo iba a cambiar, la llegada de la democracia. Pero, para otros, esos años transcurrieron lentamente. No llegaba lo que tenía que llegar y algunos escogieron un camino plagado de errores para forzar una situación de manera violenta, que lamentablemente ha llegado hasta nuestros días.
Fernando Aramburu, como siempre, plantea esos años de forma valiente y real, de un realismo que a unos gustará y a otros, no. Una historia plagada de gente humilde, con poca escuela, manipulados por un clero nacionalista, donde la cobardía y el heroísmo se dan la mano. Describe algunos pasajes llenos de humor: leer cómo Mari Nieves pretende abortar con peregrinos métodos como atiborrar el bajo vientre de perejil, es una prueba de la comicidad y dramatismo con el que dota la trama; otros son totalmente dramáticos, como la soledad del incipiente nacionalista que guarda una ikurriña debajo del colchón de su cama, y que, poco a poco, le van haciendo el vacío más desolador que se puede imaginar.
Consigue, pues, Aramburu una narración vibrante, llena de registros diferentes y profundamente real que se lee con facilidad, que asombra a los que no conocen ese mundo del que escribe y que merece ser leído, pues muestra una realidad que pocos tratan como él, con la maestría de siempre, con la maestría de un escritor valiente y único que subyuga por su prosa vigorosa y sencilla, que llama a las cosas por su nombre. Esos años pasaron lentamente, pero su novela se lee rápidamente, porque una vez empezada no se puede dejar.
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