La obra dista mucho de ser una biografía convencional, repleta de datos, o el libro de una vida, rebosante de fechas; antes bien, se trata de un ensayo biográfico, urdido con habilidades de orador, o el retrato de un carácter, el de un hombre representativo de su siglo.
Como la mayor parte de los jóvenes europeos del siglo XIX, Emilio Castelar había contraído una deuda de gratitud con el autor de Don Juan, traducido en España durante los años treinta y cuarenta: «¡Debemos todos los hijos de este siglo incierto y enfermo tantas emociones a Byron!»
De modo que, aprovechando las horas muertas del exilio parisino, se propuso rehabilitar la figura del peregrino de la libertad con «este pobre trabajo consagrado a uno de los genios que más consuelo nos han procurado en nuestros dolores presentes con la lectura de sus obras».
George Gordon, Lord Byron (Londres, 1788 – Missolonghi, 1824) es una figura legendaria de la literatura europea. Educado en el Trinity College de Cambridge, publicó su primer libro de versos, Horas de ocio, en 1807, a cuya mala acogida replicó con la sátira Bardos ingleses y críticos escoceses (1809). Entre 1809 y 1811, llevó a cabo un viaje por el Mediterráneo, que le permitió conocer Portugal, España, Malta, Grecia y Turquía. A su regreso a Inglaterra, publicó los dos primeros cantos de Las peregrinaciones de Childe Harold (1812), a los que siguieron entre 1812 y 1816, sus Oriental Tales: El Giaour, La desposada de Abydos, El Corsario, Lara, El sitio de Corinto y Parisina, entre otros muchos. Abandonó definitivamente Inglaterra en 1816. A partir de ese año, su vida fue un continuo peregrinaje por Europa, con estadías en Suiza, Italia y Grecia. Compone el tercer y el cuarto cantos de su Childe Harold (18016 y 1818) e incursiona en el teatro con Manfredo (1817), al que siguieron Marino Faliero, Los dos Foscari, Sardanápolo y Caín (todos en 1921). También compone el extenso poema de tono burlesco Don Juan (1818-1824), considerado por los críticos su obra más representativa. En 1823 decidió tomar parte en la independencia de Grecia, pero al año siguiente enfermó gravemente y murió el 19 de abril en Missolonghi.
El poema narrativo El Corsario (1813) presenta una nueva exaltación del héroe byroniano: en este caso, el pirata Conrad, que lleva a cabo sus andanzas y tribulaciones en el mar Egeo, así como sus amoríos con la bella Medora. El relato semeja un trasunto del periplo mediterráneo del autor, de sus anhelos de libertad, de sus amores fabulosos; y representa una imagen del hombre que, andando el tiempo, se convertiría en la imagen del héroe romántico:
Presa de un mundo que fue escuela del Desencanto,
en las palabras muy sabio, en la conducta insensato;
muy firme y muy orgulloso para ceder y humillarse,
víctima de sus virtudes que su condena le traen.
Tras el éxito inmediato que le reportó El Corsario, Lord Byron pasó a ser el poeta rebelde por excelencia, modelo para quienes abogan por la crítica social, la libertad política y la exaltación incondicional del individuo.
Las traducciones de la obra de Byron al castellano y otras lenguas peninsulares no son tantas ni tan destacadas como cabía esperar, lo que confiere más valor si cabe a la acendrada y melodiosa versión que Pedro Pérez Prieto acaba de ofrecernos.
Emilio Castelar y Ripoll (Cádiz, 1832 – San Pedro del Pinatar, Murcia, 1899) fue catedrático de Historia de España, ministro de Estado y presidente de la Primera República Española (1873). Maestro reconocido de la oratoria, defendió un republicanismo moderado desde el Partido Posibilista.
Fundó y dirigió La Democracia. Escribió novelas, ensayos y libros de historia. Entre las primeras destacan: Emilio. Novela de costumbres (1855) y Fra Filippo Lippi. Novela histórica (1879-1880). Sus Ensayos literarios (1880) y su Historia de Europa en el siglo xix (1895) pueden leerse todavía con agrado.
Mención especial merecen sus ensayos biográficos, entre los que sobresale Vida de Lord Byron (1873), sus libros de viajes, muy principalmente Recuerdos de Italia (1872), o su copiosísimo epistolario, Correspondencia de Castelar (1868-1898), en el que Benjamín Jarnés encontró lo preferible de su obra.
A juicio de Azorín, «desde él, la prosa castellana es otra».
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