Político y diplomático, las dos facetas se suceden y se complementan en la vida de Javier Rupérez. Como nexo entre ambas aparecen ciertas características innegociables: su defensa de la democracia, de la religión cristiana y, sobre todo, de los intereses de nuestro país, tanto a nivel doméstico como en diferentes organizaciones internacionales (por ejemplo, en la Asamblea Parlamentaria de la OTAN).
El contenido de la obra queda objetivamente reflejado en su título. En efecto, Rupérez no se cobra facturas a posteriori, afirmación que resulta compatible con el rechazo mostrado antes y ahora de determinados comportamientos (por ejemplo, la actitud oportunista que ante la OTAN mostraron algunos dirigentes del PSOE, como el ex Ministro de Exteriores Fernando Morán, quien sin rubor afirmaba que “no le correspondía al gobierno de un proto fascista como Suárez traer la democracia a España, sino a un gobierno progresista” (pág. 101).
Rupérez escribe sin auto-censurarse ni sus ideas políticas (siempre en la órbita de la democracia cristiana) ni sus orígenes sociales (estudios en El Pilar, compartiendo pupitre y amistad con nombres como Ignacio Camuñas o Juan Luis Cebrián, sin olvidar el tributo constante a Joaquín Ruiz Giménez) ni aquellas otras facetas que integran su esfera más privada (al respecto, sobresalen las frecuentes referencias de cariño y admiración hacia Geraldine, su esposa, fallecida en 1983).
A través del recorrido cronológico que hace de su propia vida, nos describe el activismo político y social propio de la España de los 60. En aquellos lejanos años, Rupérez se puso como objetivo la exigencia/obligatoriedad de la reconciliación entre los españoles. Dicho con otras palabras: las heridas generadas por la Guerra Civil debían cicatrizar, descartando el posibilismo como herramienta para tal fin. Él siempre se decantó por la reforma, frente a la ruptura postulada por la izquierda. En este sentido, afirma que el principal valor y significado de la Constitución de 1978 descansa en el consenso que la misma rezumaba, convirtiéndola en un referente para generaciones futuras.
Asimismo, a través de su dilatada carrera como diplomático obtenemos una visión de cómo era el mundo de ayer y de hoy. Para ello, Rupérez se aparta de la ortodoxia o, por mejor decir, del pensamiento políticamente correcto cuando analiza la figura de George W. Bush, de quien reconoce sus méritos y capacidades, sin olvidar sus simpatías por España. Igualmente, su estancia en la embajada de Polonia le permitió comprender la verdadera cara del “socialismo real” y el grado de sumisión que la URSS exigía a sus aliados (pág. 65).
Parte fundamental del libro y del currículum de nuestro protagonista está íntimamente ligado a los presidentes del gobierno Adolfo Suárez y José María Aznar. Con respecto al primero, junto a la descripción del trabajo que realizó, Rupérez explica el proceso de implosión vivido por la UCD, partido que pasó en un abrir y cerrar de ojos de la mayoría parlamentaria a la marginalidad.
En cuanto a Aznar, Rupérez no tiene reparos en afirmar que su llegada a la Presidencia del Partido Popular “devolvió al electorado español que se movía en el centro y en la derecha del espectro político la esperanza de ganar unas elecciones. E introdujo en la formación política una importante dosis de paz integradora. Aznar hizo que los militantes y votantes de la variopinta y amplia composición en que se había llegado a convertir la organización se sintieran razonablemente cómodos en el seno de la misma” (pág. 266).
Como nexo entre Aznar y Suárez, destaca la autocrítica al rol jugado por el Partido Demócrata Cristiano o la actitud contraria a lógica mostrada por Alianza Popular cuando se celebró el referendo sobre la OTAN en 1986, organización hacia la que no escatima elogios, considerándola garante de la libertad. Finalmente, estima que una de las razones por las que el PSOE de González logró elevadas cuotas de apoyo electoral tuvo que ver con su rechazo de la radicalización, la cual había formado parte de la trayectoria histórica del socialismo español.
En definitiva, una obra tan amena como bien trabajada, imprescindible para saber de donde venimos y poder de esta manera afrontar el complejo escenario actual con argumentos sólidos. Rupérez, por méritos propios, forma parte de la historia reciente de España, cuya madurez ha ayudado a configurar y ha defendido in situ.
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