La obra cuenta, además, con un prologuista de tronío como es Felipe González, de cuya aportación destacan algunos aspectos como la diferenciación entre Transición interior y exterior o la definición de la actitud del gobierno de Adolfo Suárez en lo relativo a la política exterior, caracterizando a aquélla como “dialogante” (pág. 14). Asimismo, cabe señalar una suerte de confesión realizada por el ex Presidente del gobierno: en todo momento consideró la política exterior una prioridad que no podía ni debía disociarse de la política interior.
Finalmente, González nos introduce la tesis principal que manejará el autor: “el libro que tienen en sus manos parte de la idea de que la Transición interior termina en 1982 y la exterior continúa hasta el final del año 1988” (pág. 14). No obstante, quien presidiera España entre 1982-1996, también emplea el prólogo como medicina contra una suerte de amnesia histórica muy de moda en nuestros días, reivindicando la Transición, en concreto, los años inmediatos que siguieron a la muerte del General Franco. En este apartado, enumera retos y deberes que hubo de cumplir la clase política. El listado, al respecto, resulta ingente, incluyendo desde la tarea de dotar a nuestro país de un marco de convivencia que garantizara los derechos y libertades hasta recomponer las relaciones con América Latina, el Mediterráneo y Estados Unidos.
En cuanto a la obra a la obra en sí, el autor opta por una exposición cronológica (lo que facilita la lectura y comprensión) y una estructura en cuatro capítulos, a los que añade introducción y epílogo. Desde la primera página, se mantiene fiel a una tesis: si la Transición interior puede decirse que finaliza en 1982 con la llegada del PSOE al gobierno por la vía de las elecciones, rubricándose de esta manera la alternancia, la exterior no culmina hasta 1988.
En dicho año, hallamos a una España plenamente incorporada al escenario internacional en el cual no es espectador pasivo sino que trata de influir. Sin embargo, durante el intervalo transcurrido entre 1982 y 1988, fueron muchos los acontecimientos problemáticos que hubo de resolver el gobierno socialista, saldados con éxito en la mayoría de las ocasiones (integración de España en la CEE), aunque no sin dificultad e incluso polémica (referendo sobre la permanencia en la OTAN).
Al respecto, sobresale la capacidad del autor para hacernos llegar las diferentes visiones que sobre política exterior existían en el gobierno del PSOE, pudiéndose apreciar posiciones contrarias, a veces antagónicas, entre sus principales portavoces (Felipe González vs Fernando Morán). Discrepancias al margen, España supo en todo momento buscar espacios en la esfera internacional en los que exponer ideas constructivas, siempre orientadas a la consolidación de la democracia y, en consecuencia, a garantizar los derechos y libertades de los ciudadanos. Así, los procesos de paz que afrontó Centroamérica durante los años 80 encontraron en nuestro país un valioso aliado.
Francisco Villar concede máximo protagonismo a lo largo de los cuatro capítulos a la integración de España en la CEE ya que este hecho “no sólo debía contemplarse en el contexto y dentro del objetivo más amplio de la normalización, sino que además estaba encaminado a asegurar la consolidación democrática y a contribuir a la modernización económica del país” (pág. 44). Sin embargo, como matiza, dicho fin revestía elevadas dosis de complejidad puesto que “la Comunidad no era el Consejo de Europa. En el Consejo de Europa había bastado la democratización, la celebración de elecciones generales y ni siquiera había sido necesaria la adopción de la Constitución para conseguir un rápido ingreso. En la Comunidad Europea no bastaba. Todo ello era condición necesaria pero insuficiente. (…) En la Comunidad imperaba ya la confrontación más descarnada y casi diaria de los intereses nacionales de sus miembros” (pág. 66).
En este sentido, el autor no se conforma con explicar los pormenores que condujeron a la adhesión final sino que recalca que ya como Estado miembro, España practicó una actitud proactiva, formando parte del núcleo más eurófilo. A modo de ejemplo de esta afirmación, de cara a la Conferencia Intergubernamental de 1991, el gobierno del PSOE presentó una batería de propuestas relevantes, calificadas por Villar como “progresistas”: la ciudadanía de la Unión; la defensa de la cohesión económica y social; y la suficiencia de medios, con el fin de paliar el déficit democrático de la UE.
Con todo ello, el autor tiene la capacidad de no descuidar otros escenarios de la política exterior que ocuparon espacio destacado en la agenda gubernamental. Así, sobresalen las relaciones con los países del Mediterráneo y América Latina o aquellas otras de carácter bilateral, por ejemplo, con Estados Unidos (cuestiones de seguridad y defensa), Reino Unido (Gibraltar), Francia (por la equidistancia que mostró en un primer momento hacia el terrorismo de Eta el país vecino) o la Santa Sede.
Además, el autor relaciona estos escenarios más particulares con el contexto más global tanto a nivel nacional (análisis sobre las dificultades financieras de España al inicio de los años 80 y la necesidad/obligatoriedad de modernizar las estructuras económicas, sin olvidar el hándicap que suponía para la consolidación de la democracia el terrorismo de ETA) como internacional (implosión de la URSS y la caída de las “democracias populares”; o la guerra en la antigua Yugoslavia durante los 90).
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