El Museo Thyssen-Bornemisza presenta, junto con el Denver Art Museum, la primera retrospectiva en Europa sobre Andrew Wyeth (1917-2009) y su hijo Jamie (1946), destacados representantes del realismo americano del siglo XX. Más de 60 obras procedentes de instituciones públicas y colecciones privadas, algunas de ellas nunca antes expuestas en público, ofrecen al visitante la oportunidad de conocer la obra de estos dos artistas, así como detalles de su vida y de su capacidad creativa.
La exposición
“Wyeth: Andrew y Jamie en el estudio” permite además descubrir cómo, en ocasiones, el trabajo de ambos discurría en paralelo, se complementaba o, incluso, servía para plantear desafíos entre ellos. El generoso acceso a las colecciones privadas de Andrew y Betsy Wyeth y de Jamie Wyeth ha permitido al comisario de la muestra, Timothy J. Standring, conservador de pintura y escultura de la Gates Foundation del Denver Art Museum, desarrollar un completo proyecto expositivo, con importantes obras de ambos que recorren todos los periodos de sus carreras.
“Pinta lo que conoces y amas”
Junto al gusto por lo teatral, el humor negro o la experimentación técnica, los Wyeth compartieron una misma sensibilidad. Los dos trabajaron en Pensilvania y Maine y en un relativo aislamiento del mundo artístico. Ambos fueron niños prodigio y se educaron en casa donde, además, aprendieron las técnicas artísticas de miembros de su familia y dedicaron miles de horas a dominar el oficio y a buscar, hasta encontrarlo, el universo que querían mostrar a los demás.
También tienen en común la utilización de técnicas y materiales de una forma muy heterodoxa. Tal vez como reacción a su rigurosa formación académica, ninguno de ellos aplicó nunca a los dibujos ni a las obras acabadas ningún tipo de jerarquía formal. Todo empezaba cuando sentían una emoción profunda que, en palabras del comisario, se resumiría en: “pinta lo que te inspire en cada momento, pinta lo que conoces y amas”.
Recorrido de la exposición
La exposición está planteada como una conversación artística entre los dos pintores en torno a algunos de los temas que han marcado su producción, y que sirven para organizar el recorrido en los siguientes capítulos: Padre e hijo; Amigos y vecinos; Lugares compartidos; Desnudos; Animales; Control y exuberancia y Extraños prodigios.
Padre e hijo
Andrew y Jamie se criaron en casas llenas de libros y de creatividad. El padre de Andrew, al que se conocía como N.C., adquirió notoriedad como ilustrador de clásicos del género de aventuras como Robin Hood o La isla del tesoro. N.C. alimentó las inquietudes artísticas de Andrew, y este transmitió a su vez ese espíritu a Jamie. En Lejanía (1952), una de sus primeras obras a pincel seco, Andrew pinta a su hijo tratando de captar los detalles con la máxima nitidez; “busco esos momentos, el instante fugaz pero no congelado”, comentó sobre este cuadro. Jamie recordaría después que, mientras posaba, se dio cuenta de que había perdido en la hierba un soldado de juguete, lo que explicaría su mirada perdida en la “lejanía”.
En su juventud, Jamie aspiraba a hacerse un nombre como pintor de retratos. Con 23 años realizó uno de su padre, en el que el sencillo chaquetón típico de los amish, que apenas se distingue del fondo oscuro, le da al retrato un aire sombrío. Según él, su padre era una persona muy divertida que “se tomaba muy en serio su obra y la de los demás”.
Amigos y vecinos
Los dos artistas buscaban inspiración en los objetos y personas que conocían bien. Sus modelos son en su mayoría amigos, vecinos y familiares –además de pintarse el uno al otro-. En los pocos retratos que hicieron por encargo, se empapaban del mundo de sus modelos: compartían con ellos historias, estudiaban sus movimientos y su entorno, observaban lo que hacían a diario. “Cuando decido pintar a alguien, no es por su fisonomía sino por lo que transmite” -dice Jamie-, “tienes que saberlo todo de tu modelo. Si no, te quedas en la piel”. Y lo mismo pensaba Andrew: “Me involucro con las personas a las que retrato. Me hago amigo de ellas. No las pinto y sanseacabó”.
Para Andrew, hasta las habitaciones en las que no hay nadie reflejan la personalidad de los que viven en ellas; es el caso de Maíz para sembrar (1948), donde pinta el desván de la casa de sus amigos Álvaro y Christina Olson. “Creo que una persona impregna un sitio… En los cuadros que representan esa casa, las ventanas son casi unos ojos, o fragmentos del alma. Cada ventana es para mí una parte distinta de la vida de Christina”.
Lugares compartidos
Cada mes de mayo, los Wyeth se trasladaban desde Pensilvania hasta las pequeñas localidades costeras e islas de Maine. Pocas veces se alejaron de esos sitios familiares. Se sentían libres cuando trabajaban en ambientes que conocían bien. En las colinas, bosques, paisajes rocosos y casas que tenían un significado personal para ellos, podemos comprobar lo distintas que eran sus visiones artísticas: a Andrew le obsesionaban los temas cotidianos –y por eso a menudo olvidados-, mientras que Jamie busca lo extraño, lo peculiar.
Desnudos
En la obra de Andrew Wyeth escasean los desnudos hasta 1968, año en el que diversas circunstancias le llevaron a explorar la figura humana. La muerte de Christina Olson, su amiga y modelo durante mucho tiempo, dejó, como él mismo reconoció, un vacío en su creatividad. Poco después, movido quizás por los dibujos que Jamie estaba haciendo de su prima (Desnudo de Robin McCoy, 1968), Andrew empezó una serie de desnudos de una joven vecina, Siri Erickson (La Virgen, 1969 o Estudio para Amantes, 1981) y esas obras llevaron después a otras del mismo género.
Animales
Los animales domésticos de los Wyeth siempre fueron parte de la familia. Padre e hijo se identificaban mucho con ellos cuando los pintaban en obras como Racoon (1958), El isleño (1975) o Durmiente nocturno (1979), poniendo tanto esmero y concentración como cuando trataban otros temas.
Control y exuberancia
Durante su etapa de formación, ambos pintores aprendieron a ser rigurosamente disciplinados, a crear contornos y volúmenes dibujando una y otra vez formas geométricas a partir de modelos reales y vaciados de escayola, y a realizarlos después de memoria. Esa práctica constante les enseñó a ser muy observadores. Entendieron que, con esa preparación, podrían trabajar después de una manera más libre e intuitiva; muestra de ello son obras como Rompiente en el arrecife (1949), Estudio para castañas asadas (1956) o La buhardilla (1962), todos ellas de Andrew. Como él mismo dijo “para saltarse las normas, tienes que conocerlas”.
Extraños prodigios
Representar pequeñas obras teatrales con vestuario, gastar bromas, crear mundos en miniatura y complicadas historias, o celebrar Halloween como la principal fiesta del año son tradiciones de la familia Wyeth que ejercieron una gran influencia sobre Andrew y Jamie. Su afinidad con lo fantástico está en el origen de obras como Danza de la muerte (1973) de Andrew o Lluvia de meteoros (1993), una de las creaciones más originales de Jamie, no solo por el contenido -un espantapájaros vestido con una casaca militar de 1812 que, tanto él como su padre, utilizaron en muchas de sus obras-, sino también por los valiosos materiales empleados: Jamie “tomó prestado” un collar del joyero de su mujer y molió sus perlas para fabricar el pigmento con el que pintó las estrellas que titilan en el cielo.
Autor del video y de las fotografías: José Belló Aliaga