"Con el cielo a a cuestas" del escritor y cineasta ovetense Gonzalo Suárez es u na historia llena de engaños y personajes oscuros en la Francia de los dorados cincuenta, de la mano de uno de los creadores vivos más importantes del mundo del cine y de la literatura. El libro ha sido publicado por Literatura Random House.
Gonzalo Suárez tiene una de las trayectorias más asombrosas del panorama cinematográfico y literario: Julio Cortázar ensalzó sus inicios como novelista, Ray Bradbury elogió su capacidad para crear política ficción y Javier Cercas certifica su vocación camaleónica de sorprender al lector con puntos de vista inesperados a lo largo de su extensa bibliografía.
La crítica ha señalado en numerosas ocasiones que Suárez es un maestro del disfraz: publicó sus primeros textos periodísticos con el seudónimo de Martín Girard, mutó a cineasta en París, filmó películas tan variadas en su estilo como en su contenido y sus libros tuvieron tal repercusión que Sam Peckinpah escribió la adaptación al cine de una de sus novelas: Doble dos, publicada también
por Literatura Random House (2015).
Una trayectoria envidiable tanto en lo literario como en lo cinematográfico que hace de Gonzalo Suárez, nacido en Oviedo con la revolución minera de 1934, uno de los escritores más selectos e importantes del panorama español.
ÉRASE UNA VEZ PARÍS
La personalidad artística de Suárez, inquieta y cambiante, en aleación con su vocación por el misterio y por los límites entre la realidad y la ficción, queda totalmente representada en su última novela:
Con el cielo a cuestas, un thriller con elementos surrealistas, una novela de crímenes y pasiones engañosas repleta de trampas metaliterarias.
Una historia siniestra en la agitada Francia de los años 50 y, por encima de todo, un cuento de brujas, caperucitas y príncipes deformados por un caleidoscopio.
En este cuento las princesas esconden una sorpresa bajo las faldas y las caperucitas pasean por el cementerio. “Las piadosas mentiras reconvertidas en fantasías infantiles pronto dejan paso a las fantasías de los mayores.” Si hay un cuento infantil suficientemente enfermizo y confuso como para resistir la comparación, quizás sea el laberinto matemático de Lewis Carrol en su
Alicia en el País de las Maravillas.
Con el cielo a cuestas narra la historia de Lorenzo Massaní, excombatiente de la Guerra Civil española que huye a Francia para afrontar una batalla aún más terrible. El lector se internará con él en el París convulso aquellos años, atravesado de artistas y terroristas. De trasfondo, la guerra por la independencia de Argelia, el odio en Francia contra los argelinos, los círculos de artistas e intelectuales franceses como Edith Piaf o Albert Camus.
En definitiva, un París de ensueño, poblado de fantasmas que estuvieron vivos antes o que lo están durante la novela, que comparten ese tiempo y ese espacio con los personajes.
Y es que en esta novela la ciudad es una personaje más, condición de posibilidad de la trama.
No se trata de un lugar estático sino de un espacio dinámico donde, “como los sueños modifican lo soñado conforme lo soñamos, nuestra percepción cambia el decorado conforme nos movemos en el escenario.” El autor todavía recuerda el París que imaginaba en su infancia, el de las cigüeñas, “cuando la Torre Eiffel sólo era una tarjeta postal en blanco y negro y los pájaros de cabeza sobrevolaban mis sueños. Hasta que París dejó de ser París.
Sólo había sido una realidad alternativa más de las muchas que habían dejado de ser alternativas a la realidad. Como esas montañas que desaparecen si te acercas demasiado y se convierten en pedregosas rampas cuando las intentas escalar.” El niño
Gonzalo Suárez crece y en los 50 se marcha al París real, donde vivirá unos años trabajando de esto y de lo otro. Los pájaros ya no sobrevuelan la ciudad, que se disuelve en “ese otro París desconocido donde los pájaros muertos nos miran sin ver con sus ojos de cristal.”
UNA NOVELA QUE SE CUENTA A SÍ MISMA
Ya desde la primera página, la novela se presenta como obra, como artificio. El autor abre fuego con un prólogo en primera persona donde cuenta cómo da inicio a la novela: “No sé si soñé que soñaba o estaba escribiendo lo que ahora escribo. Por supuesto, todos los escritores somos farsantes, incluso (o más que todos) los que pretendemos no serlo.” Aunque luego se retira a las sombras, a lo largo de la novela Suárez será un dios omnipresente que juega con el azar y el destino de sus personajes. Regresa en muchas ocasiones. Cuando menos se lo espera, habla de la construcción de la novela y comparte con el lector recuerdos y reflexiones. Si los personajes van a una pensión, Suárez abre la puerta y confiesa que él mismo estuvo allí; si el desasosiego amoroso del protagonista es intenso, Suárez se inmiscuye para contarnos la paz que sintió una vez al no estar enamorado; si un personaje abandona la Salpêtriere, nos enteramos de que: «En el Hospital de la Salpêtrière, noviembre del 57, presencié una escena que nunca olvidaré.
Yo estaba allí para una consulta sin importancia, cuando vi cómo un paciente huía en pijama escaleras abajo, perseguido por una enfermera de bata blanca y aspecto de celadora carcelaria que le daba alcance y le obligaba a regresar, arrastrado por el lóbulo de la oreja y llorando escaleras arriba. No es de extrañar que, años después, incluyera este patético incidente entre los recuerdos atribuidos a la dulce Arlette, aunque ella no se pareciera en nada a la carcelaria enfermera ni yo diera al episodio similar desenlace.»
Con el cielo a cuestas es, así, mucho más que una novela de intriga: un ejercicio literario que recuerda a los juegos de Charly Kauffman en la película Adaptation: el ladrón de orquídeas, y nos hace reflexionar sobre este viejo artificio que llamamos ficción y que, en el fondo, no es más que una máquina que nos permite transformar aquello que llevamos dentro en algo que llevará dentro
el lector.
Gonzalo Suárez nace en Oviedo con la revolución minera del 34 y acaba la guerra en Madrid. Tiempo después, dejará los estudios universitarios y sus incipientes éxitos como actor de teatro para irse a París. Pero será en Barcelona donde, en los años sesenta, practique el periodismo bajo el pseudónimo de Martín Girard, edite sus primeros libros y realice sus primeras películas. Por su literatura y su cine obtiene distinciones nacionales e internacionales. Entre sus libros cabría destacar: Trece veces trece, Doble Dos, Gorila en Hollywood, El asesino triste, Ciudadano Sade, El hombre que soñaba demasiado y El síndrome de Albatros. Entre sus películas: Ditirambo, Fausto, Aoom, Parranda, Epílogo, Remando al viento, El detective y la muerte, La reina anónima, El portero y Oviedo Express.
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