Especial por varios motivos. El primero porque, como recuerda Lacruz, coincide con otro cumpleaños, el de la primera edición de la obra del escritor portugués, que hace ahora 30 años, en 1984, fue introducida en España mediante una edición a cargo de Mario Lacruz, padre de Max, que tradujo Ángel Crespo, cuya viuda, Pilar Gómez Bedate, estaba también entre los celebrantes.
"Pessoa no era entonces un 'valor seguro', pero Ángel sí estaba seguro. Pessoa ya era un valor consolidado en el grupo que Ángel frecuentaba, para los escritores portugueses de entonces Pessoa era el maestro indiscutible, y a él le entusiasmaba la idea de difundirlo en España. Y tuvo una repercusión enorme", nos ha dicho.
El segundo porque, como subraya Luis Morales, antólogo y traductor de esta nueva propuesta, ésta es "una antología de fragmentos, no es la totalidad del libro. El criterio de selección ha sido muy personal, avalado por el criterio del editor, a partir de los subrayados que yo tengo en las ediciones que manejo, partiendo de esa consideración de Libro del desasosiego como un diario íntimo de Pessoa, porque creo que nunca ha sido tan él mismo como con el heterónimo de Bernardo Soares. De ahí que el filtro haya sido quedarnos con los textos que tocan directamente al interior de su alma".
Morales entiende su trabajo como una invitación, una manera de atraer "a ese lector más generalista que había oído hablar del Libro del desasosiego, que sabía que tiene cierto volumen, y no se ha atrevido con él". Admite que esta sobredosis de Pessoa entraña riesgos, y lamenta que al institucionalizarse y convertirse en un producto cultural se registre "un cierto manoseo de su figura. Creo que muy pocas de las personas que se hacen fotos con su estatua en el Chiado saben lo oscuro y lo trágico de muchos de sus versos, de su producción". Lo cual 'molesta', pero no impide: en su opinión, es el gran poeta del siglo XX.
Un libro perfecto, pues, para celebrar estos 10 años de trayectoria. "10 años después ―echa Lacruz la vista atrás― uno se da cuenta de que en realidad lo podía haber hecho de una manera distinta. Lo que hemos hecho bien es que alguna gente nos ha identificado y nos va siguiendo." En estos tiempos difíciles, "el no haber desaparecido ya es un mérito".
Admite que, en el mundo editorial, 10 años es nada, "si ahora mismo cerráramos, caeríamos en el olvido en menos de tres años, para dejar huella una editorial necesita varias décadas".
Es Lacruz un editor que vive a caballo entre España y Luxemburgo, una 'cercana lejanía' que le aporta una perspectiva peculiar. "Desde allí veo mucha diversidad, lo cual me congratula mucho. Creo que en España se publica mucho y muy bien, cuando voy a una librería española lo que tengo son ganas de dejarlo, pienso que hay tanta gente que lo hace igual o mejor que yo y me digo: 'para qué seguir'. Y sin embargo, cuando me vuelvo a ir, sigo haciendo mi trabajo..."
Pensando en los próximos 10 años, asegura que "el gran reto es el asunto digital. Y soy a la vez optimista, en el sentido de que es imparable y aporta cosas muy buenas, y pesimista, en el sentido de que igual se lleva por delante a muchos editores, incluso a nosotros si seguimos tan pegados al papel. ¿Se podrá seguir editando con garantías y habrá negocio? ¿Quiénes lo tendrán ese negocio? No lo sé".
Le preguntamos, para terminar, cuál es la razón, si sólo hubiera una, que le impulsa a seguir editando. Se lo piensa. Se decide: "Ver la sonrisa de ciertos autores".
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