Es difícil hacer una crónica sin mácula cuando dos amigos vienen a Madrid a presentar sus últimos poemarios. Si además de la amistad, unimos que colaboran en esta página web, la empresa se vuelve casi imposible. Hay que tener cuidado con lo que se dice para ser lo más fiel y riguroso y que no parezca que la amistad nubla los sentimientos poéticos. Así que seré justo, y olvidaré por unos minutos la amistad para contar el reflejo de lo vivido.
Desde Valencia llegaron a Madrid los jóvenes poetas, cosecha del 77, Heberto de Sysmo o José Antonio Olmedo López-Amor, como firma sus reseñas en Todoliteratura.es y Gregorio Muelas Bermúdez. El primero acaba de publicar El testamento de la rosa en Ediciones Cardeñoso después de haber sido finalista del VI Certamen de Poesía “Poeta Juan Calderón Matador” 2014. El segundo ha publicado en Germanía su poemario Un fragmento de eternidad. Ambos comparten muchas características poéticas, como el gusto por los haiku, pero son diferentes.
Ambos poetas valencianos, fundadores de la alianza poética Alquimia y Verso, están dispuestos a llevar la poesía donde haga falta, a llevar sus poemas al rincón más olvidado del planeta donde no sepan que existe algo tan maravilloso como expresar sus sentimientos en forma de poema. Tal es así que una editorial de Puerto Rico les ha seleccionado para publicar una antología sobre los diez poetas valencianos jóvenes más prometedores e interesantes. Que un país como Puerto Rico se fije en Valencia como meca de la poesía no deja de ser sorprendente.
En la presentación que se llevó a cabo el pasado jueves 25 de septiembre nos reunimos unos cuantos poetas y amigos de los autores para celebrar una eucaristía poética donde la palabra daba paso al verso, donde el silencio daba paso a la poesía, donde la voz daba paso al sentimiento. Para eso, no sólo bastaban las voces de los poetas, se necesitaba la ayuda de un actor, concretamente de Francisco Ferrer Olmedo, reconocido rapsoda que familiarmente conocemos por Frasco, pero al que aquí llamaremos el Actor. Dirigiendo el acto tuvimos a Victoria Caro Bernat, que supo medir bien los tiempos y dio paso a las intervenciones del público y de los poetas.
La presentación se dividió en dos partes. En la primera se presentó el libro de Heberto de Sysmo, seudónimo con el que firma su obra poética José Antonio Olmedo López-Amor, y como no podía ser de otra manera le presentó su hermano de letras Gregorio Muelas Bermúdez. El testamento de la rosa es un poemario dedicado a la madre del autor. Si no hay nada más desinteresado que el amor de una madre, el amor de un hijo no es sólo el reconocimiento de ese amor, sino el agradecimiento por arropar las soledades infantiles y las incertidumbres. Gregorio Muelas dijo de Heberto que “ha tenido una proyección meteórica” y que está seguro de que será perdurable. Ambos son personas polifacéticas. José Antonio, además de escribir poesía, cuentos y ensayos, dibuja y compone al piano. Tiene una especial sensibilidad para todas las artes.
“La responsabilidad del autor es crear lenguaje”, señala Gregorio. Heberto lo hace, crea palabras nuevas como su apellido poético Sysmo, pero también crea emociones y atmósferas. Y también rescata cultismos, arcaísmos. Los dos lo hacen. Son escritores cultos y cultistas con un lenguaje contemporáneo, pero anclado en cierto pasado gongorino. Para José Antonio sólo el amor puede redimirnos, y en su poemario hay mucho amor. Amor a la madre que la significa como una rosa. “La madre es la rosa más perfecta”, evoca. Y lo hace leyendo sus versos que conoce como los pétalos que caen en el otoño recién estrenado y para evocar a su madre que le oirá desde un rincón del universo; el actor declama el poema dedicado a la madre. Y lo declama como se debe hacer, sin prisas, con la entonación justa, con sus pausas versales como deben hacerse, con gusto y pasión. Un acierto que un lector atento interprete la poesía. Porque la poesía está escrita para ser recitada en alto.
Heberto finaliza su intervención con sus versos, dejándonos con su voz potente una reflexión: “sólo el amor nos redimirá”, pero también la amistad, el amor al amigo, que es lo que siente cuando presenta a Gregorio Muelas Bermúdez, el autor del poemario Un fragmento de eternidad. Este evento es algo que hemos vivido en una tarde mágica, donde la poesía nos ha hecho olvidar lo que afuera, en la calle, nos espera. La sórdida cotidianidad en un mundo donde la poesía se arrincona. “La poesía es la hermana pobre de la literatura. Sus seguidores son pocos, pero muy fieles. Casi todo el mundo que lee poesía también quiere escribirla”, analiza Gregorio en su intervención.
Pero antes escuchamos las palabras de José Antonio sobre Gregorio, su hermano poético, el nuevo hermano que le ha dado la poesía. “Sus poemas cruzarán fronteras. Su vida es la poesía, nuestra vida es la poesía”, dice y también la preservación de la lengua y de las formas poéticas agredidas sin razón. “Existe una tendencia al acoso y derribo de la rima en consonante”, apunta José Antonio. Algo que claramente no tiene sentido en el decadente postmodernismo en el que vivimos.
Gregorio Muelas nos dice, con voz ronca que un mal resfriado ha enturbiado en el peor día, que “escribe versos, urde versos, plasma versos”, no puede haber nada mejor. Muchos los hace con la compañía de Heberto, “su amistad es un tesoro muy valioso”. “Mi escritura es el trasfondo de la vida”, especifica quedo. Cree que ambos son poetas formados en lo filosófico y en lo metafísico. Heberto le canta al amor, Gregorio ya lo trató en su primer poemario y en Un fragmento de eternidad se ha preocupado más por la futilidad del tiempo. “Tempus fugit”, repite en varias ocasiones, la evasión de tiempo. El tiempo que se nos escapa de las manos. El tiempo ínfimo que se diluye escuchando el recitado del actor, que se va intercalando con el autor.
Gregorio Muelas limpia la palabra, busca la esencia de la misma y cuando la retiene, la plasma en un verso o en un soneto. Los temas de su poemario son el tiempo, la música y el paisaje como telón de fondo.
Cuando finaliza el acto nos vamos llevándonos el testamento de la herida de la espina de rosa y con el convencimiento de que un fragmento de eternidad ha sido por una vez eterno.
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