“Ganarás la luz”, decía León Felipe en uno de sus libros escritos a raíz del destierro, del exilio obligado por las circunstancias adversas de la derrota en la guerra civil española.
Rulo Pardo en Teo encadenado y en circunstancias de desahucio de un personaje encadenado a su propia derrota también nos quiere relatar que, en realidad, somos luz. Y se nos está olvidando. Y, de manera prosaica, y lamentablemente, cuando hablamos hoy en día de luz, pensamos más en el recibo de la empresa hidroeléctrica correspondiente, aparte de que en las noticias nos dan cuenta diariamente de ese precio de la luz cada vez más alto. Y de noticias de desahucios, de la especulación de los pisos, de las infra condiciones para poder soportar los costes generados en una vivienda.
En la casa de Teo, encadenado a una lavadora hay, a pesar de todo, positivismo. Reafirmación en los hechos y asunción para encontrarse con un destino que no puede satisfacer a nadie, a ninguno.
En esta casa hay un fantasma encerrado, una perra, que es más que un animal de compañía, es la esperanza resucitada, la leyenda encendida de que las mascotas tienen más sentimientos que muchas personas.
Se perderá el rastro entre un sinfín de mil noticias repetidas y parecidas cada día. Hemos dejado apagar el fuego, o lo que es peor, se ha especulado con él, y por eso Prometeo es condenado a encadenarse a una piedra de por vida. Y Teodoro se encadena a su lavadora porque es la única tabla de salvación para que las cosas dejen de dar vueltas sin sentido, contradicción precisamente del tambor de ese electrodoméstico. De ahí saldrá lo que dé comienzo, lo que no puede perderse, lo que recomienza en cada centrifugado, donde aparece la ternura, a pesar de la fragilidad de la luz, los fantasmas siguen esperando.
Rulo Pardo como autor y como intérprete, junto a Raquel Villarejo y bajo la sabia dirección de Rubén Cano. Teo se encadena precisamente para querer ser libre. No saldrá por esos caminos, pero sí pedirá justicia junto a su fiel escudera, su perra de compañía y sinsabores. Su armadura será la ropa tendida al sol y el caballero blande sus armas, que no son otras que las palabras, el buen humor, el optimismo, la lealtad a la dignidad del ser humano. Pero alguien quiere llevarse el fuego para imitar a la luz, que no es de nadie. Crujirán sus huesos en un campo arrasado por la especulación inmobiliaria. Será un libro cerrado que ya no abrirá nadie. Mi casa es la ciudad, es esta sociedad con las paredes resquebrajadas a través de las cuales se puede escuchar al vecino en todo momento. Tendremos que seguir a la intemperie, aguantando los envites de la vida.
“Un día averiguamos que en nuestra casa no hay ventanas. Entonces abrimos un gran boquete en la pared y nos escapamos a buscar la luz desnudos, locos y mudos, sin discurso y sin canción”, León Felipe, dixit. Y el problema está en que nos hacen huir despavoridos, que no es por nosotros, precisamente.
Teo encadenado, que pudiera sonar, asimismo, como aquellas publicaciones infantiles donde el personaje de Teo era un niño espabilado en múltiples facetas de la vida, “Teo descubre el mundo”, “Teo va a la montaña”, “Teo está enfermo”… que pretenden estimular la imaginación del lector a partir de diferentes centros de interés. En este caso este Teo de Rulo Pardo pretende concienciar de que la vida va pasando, y no es irrelevante ni estacionada, al contrario, está cargada de memorias y recuerdos, pero nos debatimos en un mar de dudas por el tiempo que queda por venir todavía.
Para ello son necesarias las acciones, encadenarse, sentarse a la orilla del futuro, y atravesarlo cuando llegue el horizonte. Y romperlo. Romperlo de soledad y apretando los dientes, porque ya no se puede volver hacia atrás, aunque nos aten las manos y no se anote en ningún libro que estamos desahuciados.
Y, aun así, seguiremos intentándolo.
TEO ENCADENADO
Dirección: Rubén Cano
Dramaturgia: Rulo Pardo
Reparto: Rulo Pardo, Raquel Villarejo
Diseño de espacio escénico: Juan Sanz
Diseño de iluminación: Marino Zabaleta
Diseño de espacio sonoro: Mariano Marín
Diseño de video escena: Paul Alcaide
Espacio: Sala Mirador