En el rojizo amanecer de las letras y la mujer

Y dentro de los miles de inicios, germinaba desde lo más profundo de los luceros una figura incómoda para muchos, brillante para otros. Desde los sonetos más oprobiosos, los hombres decidieron tomar la tinta como una espada y arremeter contra una figura que infunde amor y cariño, cuando es tu progenitora, pero miedo y amenaza, cuando no lo es. Y es que es más fácil crear cien odas sobre principios filosóficos que llevar a la práctica uno, al parecer.

Y en el carmín amanecer de la pluma y el papel, los profetas declararon la guerra a la mujer.

Así nació Lilith, aquella aclamada por Rossetti, germinada del mismo polvo que Adán, la primera mujer de la inmortalidad. La primera, inclusive, antes de Eva, y que se rebeló ante los mandatos de un varón. Varón que algunos de los “sabios” crearon y le dieron nombre y poder de un dios. Los cuestionamientos de Lilith no deleitaron el pensar de las élites, entonces la tinta y el papel, la castigaron eternamente, convirtiéndola una serpiente.

Y así fue creada Pandora, la otrora primera mujer de la cuna de la civilización, de la arcilla de Hefesto, por órdenes de Zeus, para culparla de abrir la lúgubre caja de los males de la humanidad y ser señalada injustamente por el resto de sus días junto a todas y cada una de sus hijas.

Asimismo, surgió Helena, desde Esparta hasta Troya, la más bella, incluso entre Hera y Atenea. Y que los poetas la imputaron también, por su profunda belleza, feminidad y dudosa lealtad. Y de ser la única responsable del derrumbamiento de las murallas más celebérrimas de las doradas páginas de la humanidad, como si ese conflicto, los varones no hubieses tenido responsabilidad.

Y así, también fue creada Eva, la que todos conocemos. De la costilla de un hombre, siendo producto de él y no una creación original como su compañero sí lo fue. ¡Cuánta maldad profirieron los abyectos que escribieron esto! O, mejor dicho, los pusilánimes que se escondieron tras estos preceptos. Que, según el libro, debía ser sumisa, servicial y callada ante Adán. Y, al igual que las demás, enjuiciada y expulsada perpetuamente del diáfano Edén por desobedecer el mandato de la más alta de las ficciones masculinas por doquier.

Pero, ¿y si no ocurrió así? ¿Si en verdad ellas cuatro han sido las voces apagadas de millones de mujeres obligadas a callar? ¿Y si realmente son símbolos de rebelión, libertad y curiosidad? ¿Y si efectivamente son el himno del cuestionamiento a la autoridad machista?

O también, me pregunto: ¿Y si, en el rojizo amanecer de las letras, la pluma y el papel, incomodaron a los hombres y estos las castigaron por siempre a través de las difamaciones, la tinta, las ficciones y el cincel? Afortunadamente, bajo las faldas de la luna, la musa Clío, una mujer, fue quien, a través de un susurro onírico, me contó la verdad, sin en el intento de fenecer. Afortunadamente, estos dioses, profetas y varones, son cada vez más débiles, lejanos y endebles. En cambio, las hijas de Lilith, Pandora, Helena y Eva, son cada vez más resistentes, independientes.

Son cada vez, más fuertes.