FIRMA INVITADA

VUELVE EL MACHO

Donald Trump
Donald Trump
Rafael Balanzá | Sábado 01 de marzo de 2025

…y tiene hambre. Es inquietante, sí, y me propongo explicarlo; pero vamos antes con una breve introducción, para hacernos cargo del contexto social y político nacional en el que tiene lugar ese regreso imperioso del macho. Como saben, el nuestro es un país retrasado. Lo digo sin ludibrio, claro, porque es mi patria y le tengo mucho cariño después de todo. Pero es muy cierto que llegamos tarde a la modernidad: la Reconquista se hizo a caballo y la nobleza, por estos lares, tardó mucho en dejar algo de aire a la burguesía incipiente de artesanos y comerciantes para que pudiera prosperar, como lo hacía en otros lugares. También llegamos tarde a la Ilustración, a la industrialización y, ya en el siglo XX, a la democracia liberal. Tarde, siempre tarde, como el conejo de Alicia. Es el sino nacional. Sólo llegamos a tiempo a América.



Pero a veces eso tiene sus ventajas, porque hoy estamos llegando también tarde a la oleada de la internacional ultraderechista. No hace muchos años que nuestro macho alfa de andar por casa (ese sarraceno Abascal, con hechuras de moro alcoyano), puso a Vox en el mapa trumpiano del mundo y se sumó al tsunami de testosterona que lo invade todo, empezando por Ucrania y por Gaza. Lo cierto es que España, desde que yo tengo memoria, ha sido fundamentalmente un país progre. Muerto en su cama de El Pardo el Caudillo de voz aflautada y cojones de titanio que lo sojuzgaba, no había por aquí muchas ganas de valores marciales, masculinos o patrióticos. Se prefería un país libre, frívolo, blandito. Un país de picnic indefinido entre las flores de mayo… el del 68. Eso fue la Movida. Y así hasta casi perder el norte de una virilidad saludable y bien entendida, como les pasa a no pocos varones millenial de masculinidad avergonzada e hipócritamente feministas. Ese Errejón goteando líquido seminal en el parqué, ante una moza insustancial, comprensiblemente asqueada. Los Z, sus hermanos pequeños, los desprecian, admiran a Franco y van peligrosamente en la dirección contraria.

Todo cambia. Felipe González se vio obligado a convencer a su propia generación de las bondades de la OTAN, a marchas forzadas. Por lo que Javier Krahe, el legendario amigo de Sabina, le cantó con mucha gracia eso de “Tú decir que si te votan… tú sacarnos de la OTAN… Hombre blanco habla con lengua de serpiente”. Y ahora resulta que viene Trump, el gran gorila naranja, y es el que de verdad le pega una patada a la OTAN. Después de medio siglo de feminismo, de alegría Queer y de capitalismo global-libertario… vuelven los aranceles y las guerras. Vuelven los machos feroces y rapaces a los valles verdes de utopía. Esa utopía jamás realizada.

Hace más de medio siglo The Beatles cantaron aquello de All You Need Is Love. Y muy poco después, John Lennon, en solitario, su hermoso “Imagine”, que habría hecho llorar al mismísimo Tomás Moro. ¿Qué ha ocurrido, para que ahora nos veamos como nos vemos? Sigamos con las explicaciones. Lyotard lo advirtió, y hasta le parecía bien: se trata de la incredulidad ante los grandes relatos, como el socialismo utópico.

Como explica Tom Holland, al cantar aquellas canciones, sin saberlo, John Lennon estaba siendo un buen cristiano. Pero muchos siglos atrás, un tal Maquiavelo se había revuelto ya contra la Iglesia “por quebrantar el vigor del hombre”. Acabo de leerlo en la Historia General Moderna de Vicens Vives, nuestro mejor historiador del siglo pasado. Y Nietzsche recogió su testigo. También Lorenzo Valla encontró una incompatibilidad fundamental entre el estoicismo y el cristianismo. Ahí está el nudo de la cuestión. Valla, Maquiavelo, Nietzsche… están de acuerdo en que la doctrina de Jesús desnaturaliza al hombre. Y, en cierto sentido, no les falta razón. La del nazareno es una religión para hombres castrados voluntariamente: “Algunos son eunucos porque nacieron así, a otros los hicieron así los hombres, y otros se han hecho así por causa del reino de los cielos” (Mateo, 19:12). Por supuesto, no hay que tomar esto de la castración literalmente, como hizo Orígenes, pero sí es verdad que el cristianismo propone, en aras del sublime ideal de una nueva humanidad, trascendente y celestial (en la que “ya no habrá hombre y mujer”, Gálatas, 3:28), una radical contención del instinto de dominación masculino, tan arraigado en la naturaleza, como bien explica Nietzsche en “Genealogía de la moral”.

No olvidemos que Jesús, para escándalo de sus amigos, departió con la samaritana y defendió a la adúltera, no olvidemos que puso a las putas muy por delante de los señoros del Sanedrín, y que su discípula más íntima fue, probablemente, María Magdalena. No olvidemos que las mujeres anunciaron la resurrección. El cristianismo, cuando es fiel a sus principios, dulcifica y feminiza el mundo. Lo ha dicho muchas veces este feble papa que se apaga. Si suprimimos el Evangelio y descartamos los viejos ideales ilustrados que secularizaron esos mismos valores… queda la naturaleza desnuda, sin el satén de los relatos. La energía masculina de Zuckerberg, que ha vuelto para devorar el planeta. ¿Recuerdan a aquel tigre tan preocupado por los derechos humanos? Pues se comió al filósofo utilitarista que lo había domesticado. Es cierto que tanto Trump, como Putin, como los yihadistas -o los ayatolas de Irán- apelan mucho a Dios; pero atención: es el Dios del Antiguo Testamento, el patriarcal Yahvé de la ira y el fuego que reclama la tierra. Pregunten a la Inteligencia Artificial, su ángel anunciador.

Encontramos en la literatura grandes retratos del “macho universal”. Desde ese José Arcadio de “Cien años de soledad” que marchitaba las flores a pedos, hasta el rudo amante de Lady Chatterley, del Ulises de Homero (y el de Joyce, que tenía un pene algo más esmirriado) al lúcido y demente Calígula de Camus, de aquel celoso Otelo, moro de Venecia, al cínico Sam Spade, encarnado para siempre en Humphrey Bogart.

En realidad, el macho nunca se ha ido, solo estaba un poco amodorrado, hechizado por Circe o por Calipso, pero ahora se ha espabilado y quiere tierras más raras que las del jardín de su casa. No le importa ir de conquista a otros países. Es la peor versión de la masculinidad, la que casi había superado nuestra civilización. Un no es un sí cuando el macho lo dice. Y ahora, hombres con ideales pacíficos -los viejos ideales humanistas europeos-, como Keir Starmer o Macron, tienen que explicar a sus ciudadanos que si quieren la paz tendrán que prepararse para la guerra.

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