El 1º de diciembre de 1948, un sonido contundente resonó en el Cuartel Bellavista. Era el golpe de mazo que don José Figueres Ferrer daba sobre una de las almenas del edificio militar. Apenas habían transcurrido ocho meses desde que esas paredes fueron testigos mudos de fusilamientos, enfrentamientos y desencuentros entre militares oficiales y rebeldes.
Aquel mazo se transformó en símbolo y su golpe, en la tinta que puso punto final a la historia de la Primera República de Costa Rica. Con el desprendimiento de la almena —estructura vertical que protegía a los militares en las torres del cuartel—, nunca más un soldado necesitaría parapetarse detrás de esas paredes; nunca más una madre vería a sus hijos partir al servicio militar; nunca más una esposa sufriría la ausencia de su compañero en la guerra, ni un hijo quedaría huérfano por un conflicto armado. Aquel acto simbólico abrió un espacio para la luz, la paz y la libertad, cerrando un capítulo de la historia patria en el que las glorias militares fueron escasas y los abusos frecuentes.
El ejército costarricense, aunque victorioso en batallas como la librada contra los filibusteros de William Walker, acumuló sombras en su administración del poder. Para 1948, coexistían tres fuerzas armadas formales: el ejército estatal, el Ejército de Liberación Nacional de José Figueres y la Legión del Caribe. El ejército estatal, debilitado tras años de recortes presupuestarios, se enfrentaba a fuerzas insurgentes mejor organizadas y equipadas.
La revolución de 1948: el catalizador del cambio
La revolución de 1948 fue desencadenada por la negativa del gobierno a reconocer el triunfo electoral de Otilio Ulate, un hecho agravado por la quema de papeletas electorales y el asesinato del Dr. Carlos Luis Valverde Vega a manos de las fuerzas oficiales. Desde Santa María de Dota, Figueres convocó al pueblo a defender su soberanía perdida. Aseguró que esta no era una guerra por ambiciones personales, sino por ideales de libertad y dignidad, inspirados en una alianza improbable entre intelectuales comunistas y figueristas.
El Ejército de Liberación Nacional cumplió su cometido con gloria, pero Figueres entendió que mantenerlo era incompatible con la aspiración a un paz duradera. Tanto en este ejército como en el estatal había presencia de militares extranjeros, lo que representaba un riesgo para la estabilidad. Así, el 25 de noviembre de 1948, la Junta de Gobierno aprobó suprimir el ejército.
Un golpe al pasado, una visión para el futuro
El acto simbólico del 1º de diciembre fue más que la abolición del ejército; fue la inauguración de una nueva era para Costa Rica. Figueres confesó en 1986 que su decisión se inspiró en las lecturas de H.G. Wells, quien, además de biólogo y profesor de ciencias naturales, fue un escritor con un gran compromiso social y pacifista y sostenía que los ejércitos eran innecesarios, pues la peores batallas serían contra los microbios, como lo demostró la pandemia reciente, donde un virus —menos que una bacteria— puso al mundo de rodillas. En este contexto, los ejércitos son innecesarios.
En su discurso de 1986, Figueres recordó que el Cuartel Bellavista, convertido hoy en el Museo Nacional, debía ser un símbolo de la nueva batalla: la lucha contra la pobreza y la ignorancia mediante la educación. Así, el presupuesto antes destinado al ejército serviría para fortalecer al "ejército" formado por educadores y estudiantes. Gracias a esa decisión, generaciones de costarricenses han podido acceder a educación gratuita y expresar sus ideas en libertad.
Reflexiones sobre la paz
El estoicismo de Figueres para disolver un ejército victorioso y la aceptación pacífica de la sociedad costarricense, son un ejemplo para el mundo. En un planeta donde los tambores de guerra todavía resuenan, el Día de la Abolición del Ejército debería inspirarnos a reflexionar sobre la frase de nuestro Himno Nacional: “La tosca herramienta en arma trocar”. Tal vez sea hora de revisarla, sustituyendo ese grito de guerra por un llamado consecuente con nuestra tradición de paz y neutralidad.
Costa Rica ha demostrado que los conflictos pueden resolverse sin violencia. Aunque la justicia sea lenta y ciega, creemos en los tribunales nacionales e internacionales. Esa es nuestra arma más poderosa: el respeto por la diversidad y la confianza en la resolución pacífica de los conflictos. Pero esto, quizás, es almena de otro cuartel…
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