En 1534, el rey inglés Enrique VIII -que había repudiado a su esposa Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos- dictó el “Acta de Supremacía”, por la que se erigía en jefe absoluto de la Iglesia de Inglaterra y rompió con el Papado, creando un cisma que ha durado hasta nuestros días. Declaró traidores a quienes siguieran siendo fieles a la iglesia de Roma y suprimió los monasterios, las iglesias y los colegios católicos. Su sucesor, Eduardo VI, prohibió la celebración de la misa romana, confiscó las iglesias católicas y sus bienes, y conminó a los sacerdotes que no aceptarán el anglicanismo a abandonar el país. Le sucedió en 1553 María Tudor, hija de Enrique y de Catalina, que un año después se casó con su sobrino Felipe -a la sazón Príncipe de Asturias, que en 1556 accedió al trono de España como Felipe II-, pero no tuvieron descendencia. Ferviente católica, María, trató de revertir la reforma de su padre y persiguió a los anglicanos. Solo reinó 5 años y nombró heredera a su medio hermana Isabel I.
La Reina volvió a las andadas reformadoras de su padre y persiguió con encono a los católicos y se enfrentó a su cuñado Felipe- especialmente por su apoyo a los rebeldes flamencos-, lo que provocó el envío en 1588 de la Gran Armada -calificada con sarcasmo por los ingleses como “la Invencible”-, que fue un fracaso debido a las inclemencias del tiempo ya la imposibilidad del duque de Farnesio de conquistar un puerto en Flandes en el que pudieran atracar 122 buques que la componían. Náuticamente fue un éxito, al ser un gran convoy que -por primera vez en la Historia naval, recorrió todo el litoral del sur de Inglaterra sin sufrir más pérdida que dos buques a causa de un accidente, no en acción bélica. Como manifestó el arqueólogo submarino Desmonto Branigan , “El viaje y la actuación de la Armada desde que zarpó de Lisboa hasta el punto en que navegó hacia el Atlántico al norte de Escocia, guardando su formación y con más de 100 navíos que la componían en buen funcionamiento, deberían ser calificados sin duda, como el más grande acto de la épica marina de todos los tiempos. De no haber sido por las excepcionalmente severas tormentas provocadas por el equinoccio otoñal que encontraron sus barcos, en vez de dispersarse como lo hicieron, habrían logrado regresar a sus bases. Pese a todo, y conforme a cualquier tipo de estándares, la travesía fue una aventura que alcanzó un apogeo de valor, aguante y supremo arte marinero. Resultó realmente un auténtico logro”. Militar y políticamente, sin embargo, fue un gran fiasco, porque los 30.000 soldados que transportaba no pudieron invadir Inglaterra desde las costas flamencas y naufragaron 26 navíos en las costas del oeste de Irlanda. No obstante, 87 buques que siguieron las instrucciones del duque de Medina Sidonia de bordear Escocia y eludir las traicioneras costas irlandesas consiguieron regresar a sus bases.
Isabel recrudeció los ataques a los católicos, por lo que el papa Pío V expidió en 1570 la bula “Regnans in excelso” en la que la acusaba de hereje, la excomulgaba y liberaba a sus súbditos de cualquier lealtad hacia ella. En 1571, la Reina decretó que, para poder estudiar en una escuela, los colegiales deberían abjurar de la religión católica y, en 1585 dio un ultimátum a los sacerdotes para que en un plazo de 40 días abandonaran Inglaterra bajo amenaza de muerte si no lo hacían. En 1587, mandó ejecutar a María Estuardo, reina de Escocia, y un año más tarde, se produjo la desventurada aventura de la Gran Armada. En 1594 se produjo una rebelión de los jefes católicos irlandeses liderados por el señor de Tyrconnell, Hugh O’Donnell y el Conde de Tyrone, Hugh O”Neill contra los ocupantes ingleses, y se inició la guerra de los 9 años. O’Donnell marchó a España para pedir ayuda a Felipe III y murió asesinado en Simancas por un espía inglés. El Rey mandó una expedición naval al mando de Juan del Águila para auxiliar a los rebeldes, pero no consiguió unirse a las milicias católicas por la interposición del Ejército inglés liderado por el Conde de Exeter y por Lord Mountjoy. Las tropas españolas fueron derrotadas a principios de 2002 en la batalla de Kinsale y, un año después, O’Neill capítulo. España firmó la paz con Inglaterra por el Tratado de Londres. Se intensificó la represión de los católicos y muchos irlandeses abandonaron su país y se refugiaron en los países europeos católicos.
El arzobispo de Santiago de Compostela, Alonso de Fonseca, decidió construir en 1519 un Colegio Mayor que acogiera a los estudiantes gallegos que fueran a la Universidad de Salamanca. La construcción del Colegio concluyó en 1578. Se trata de un edificio de estilo plateresco que fue construido por los principales arquitectos españoles de la época: Diego de Siloé, Rodrigo Gil de Hontañón y Juan de Álava. Se trata de un edificio de estilo plateresco, cuya espléndida capilla contiene un retablo de Alonso de Berruguete. Cuenta con un magnífico claustro y con un anejo en el que se estableció una hospedería de estilo barroco. En honor de su fundador, se le dio el nombre de Colegio Fonseca.
Ante la dispersión de jóvenes irlandeses por toda Europa, se creó en 1590 el “Irish Continental College Movement”, con el fin de coordinar las actividades de los Colegios irlandeses que se fueron creando en Europa para formar sacerdotes y religiosos, dada la imposibilidad de hacerlo en Irlanda. Ese mismo año se creó en Valladolid el primer colegio irlandés de carácter privado. El obispo de Ross, Buenaventura Naugtin, presentó un Memorial a Felipe II en el que le solicitaba que las universidades españolas aceptaran a 24 seminaristas irlandeses, “mancebos virtuosos y bien nacidos” que habíann venido a España a estudiar “para aprovecharse de las artes y la teología, y con el grande ejemplo de cristiandad de estos reinos”. El principal objetivo era formar sacerdotes que pudieran regresar a Irlanda para instruir “a los que están engañados por los herejes” y conducirlos “a la luz de la verdad y a la unión de la Iglesia católica romana de la que se han apartado”. El Gobierno inglés había cerrado todos los seminarios y centros de formación católica en Irlanda, y expulsado a gran número de sacerdotes y religiosos, y los que aún permanecían en el país estaban en la clandestinidad y tenían grandes dificultades para ejercer su misión evangelizadora. En 1592 se había fundado en Dublín el Trinity College para formar a los anglicanos y los católicos no eran admitidos en sus aulas.
Ante la lentitud en la respuesta por la burocracia palatina, Thomas White fue al Pardo con los 24 estudiantes para ver al Rey y pedirle la limosna de la creación de un Colegio para la formación de los mismos. Felipe II los acogió con empatía y, el 3 de agosto de 1592 envió sendas cartas al Ayuntamiento y a la Universidad de Salamanca en la que les pedía que prestaran toda la ayuda posible con espíritu de caridad, porque eran extranjeros pobres que se habían visto forzados a dejar sus tierras, “como prueba de fidelidad a su fe y a su Dios”. El objetivo era formarlos como sacerdotes y hacer que se convirtieran en defensores y mártires católicos. Ese mismo año se fundó en Salamanca el Colegio de San Patricio de Nobles Irlandeses, que fue el más importante de los establecidos en las Españas. Siguieron los de Lisboa (1593), Santiago de Compostela (1605), Sevilla (1608), Madrid (1621) y Alcalá de Henares (1630). El Colegio privado de Valladolid se incorporó al público de Salamanca, que gozaba del patronazgo real y financiación parcial de 500 ducados.
El primer rector del Colegio de Salamanca fue James Arden, que fue sucedido por Thomas White, que en el ínterin había ingresado en la Compañía de Jesús. Esto hizo que los obispos irlandeses encomendarán la dirección del Colegio a los jesuitas. Sus estatutos fueron a su adoptados en 1605 -véase la obra de Luis Sala “Constitución, estatutos y ceremonias de los antiguos colegios seculares de la Universidad de Salamanca”-. En 1610, Felipe III le concedió el rango de ”Colegio Real” y le dio una subvención de 10 libras por alumno, y -a su muerte en 1616- la reina Margarita de Austria incluyó en su testamento un codicilo por el que le concedía el legado de una renta de 3.000 ducados.
Los estudios duraban 7 años, al término de los cuales los seminaristas eran ordenados sacerdotes y se comprometían al regresar a Irlanda para ejercer su ministerio, asumiendo los riesgos de martirio. Los colegiales llevaban una sotana negra y una beca roja, por lo que el pueblo salmantino los llamaba cariñosamente los “pavitos”. Esto me recuerda a mis profesores del Colegio de San Felipe Neri de Cádiz, que vestían trajes negros, y a los que el pueblo gaditano los llamaban “Cuervos”. Entre 1596 en 1644, del Colegio de Salamanca salieron un primado de Irlanda, 4 arzobispos, 9 provinciales religiosos, 120 sacerdotes, 40 doctores en Teología y 30 mártires.
La opresión de los católicos irlandeses se fue relajando y en 1725 se fundó el Colegio de San Patricio en Maynooth como seminario. Ello hizo que los Colegios en el extranjero perdieran relevancia y los establecidos en España fueron cerrando poco a poco -Madrid en 1692, Sevilla en 1767, Santiago en 1669 y Alcalá en 1790-, y todos sus efectivos personales, materiales y documentales fueron enviados a Salamanca. En 1785, Carlos III expulsó de España a los jesuitas, que eran los que regentaban el Colegio salmantino. Aunque los seminaristas irlandeses fueron exonerados y continuaron en España, se vieron muy adversamente afectados. A partir de esa fecha, se prohibió ingresarán nuevos alumnos en el Colegio de Alcalá La jerarquía irlandesa decidió mantener solamente el de Salamanca. En 1780, Cuánto arzobispos que habían estudiado en Salamanca nombraron rector al español de origen irlandés Patrick Curtis -Patricio Cortés-, quién sería nombrado más tarde arzobispo de Armagh y primado de Irlanda. Entre 1781 y 1817 salieron del Colegio de Salamanca otros 3 arzobispos y 2 obispos.
En 1801, las tropas lideradas por el general Leclerc ocuparon la ciudad hasta 1812 y convirtieron al colegio Fonseca en un hospital militar. Ese año explotó un polvorín le causó grandes daños en el Colegio, que tuvo que ser abandonado. Durante la invasión napoleónica, 12 seminaristas irlandeses actuaron como intérpretes y traductores en el Ejército del duque de Wellington. Expulsados los franceses de Salamanca, tropas españolas ocuparon el Colegio Fonseca. En 1818 los irlandeses que tuvieron que alojarse provisionalmente en el Palacio de las Cuatro Torres hasta 1822, fecha en que se trasladaron al Colegio en régimen de alquiler. En 1836, el rector protestó al Gobierno por el impago de las subvenciones atrasadas y señaló que, el edificio que les había sido cedido para uso de los seminaristas contenía enseres que deberían ser les entregados en concepto de compensación por las sumas que se les debían. La reina regente María Cristina accedió en parte a su demanda, a excepción de la entrega de los objetos artísticos y dictó una Real Orden en la que establecía que edificio había sido cedido únicamente a efectos de uso y habitación y que los objetos artísticos no podían ser enajenados y se entregaban en depósito.
Los estudiantes irlandeses influyeron en cierta medida sobre la ciudad y, en 1881 introdujeron el deporte del ”foot-ball”, sorprendiendo a los salmantinos dando puntapiés a una pelota en los descampados del río Tormes, con las sotanas remangadas. Crearon el equipo Hamilton FC que compitió a nivel nacional y, en 1907 participaron en la Copa del Rey, junto con el Madrid, el Club Vizcaya, Vigo FC y el Recreativo de Huelva, quedando los penúltimos. En 1910 había 20 seminaristas en el Colegio y, en 1931, éste fue declarado bien de interés cultural.
La guerra civil pilló a los estudiantes irlandeses en una residencia de verano que tenían en Pendueles -Asturias- y no pudieron regresar a Salamanca. El Colegio fue requisado y entregado a Alemania, que estableció en él su Embajada ante el Gobierno de Franco hasta 1939. Durante la II Guerra Mundial fue ocupado por tropas españolas hasta 1944, en el que fue devuelto a los irlandeses. Dada la normalización de la situación religiosa en Irlanda, la jerarquía irlandesa estimó que ya no era necesario mantener el Colegio de Salamanca y solicitó al Vaticano permiso para cerrarlo y enajenar los bienes que poseían en España. En 1951 cerró el Colegio y la Santa Sede creó una Comisión para estudiar la manera de liquidarlo, formada por los obispos de Galway, Meath, Salamanca y Valladolid, que no llegó a un acuerdo, dado que los prelados irlandeses alegaban -sin mostrar prueba alguna- que la propiedad del edificio esta había sido concedida por Alfonso XIII en 1914. Un año antes, el rector de la Universidad, Esteban Madruga había inscrito en el Registro de la Propiedad el Colegio de Fonseca a nombre de la Universidad de Salamanca, “sin perjuicio del derecho de terceros al uso o habitación del edificio”. Los avatares del cierre del Colegio fueron ampliamente descritos por el rector desde el punto de vista español –“Evocaciones universitarias en Salamanca”- y por el obispo de Galway, Michael Browne, desde la perspectiva irlandesa –“Los últimos días el Colegio de los irlandeses en Salamanca”-.
Ante la situación de punto muerto en las negociaciones, los obispos irlandeses fueron a ver a Franco, que los acogió favorablemente y accedió a la mayor parte de sus peticiones: transferencia de la propiedad del Colegio al Gobierno español a cambio de una compensación económica, envío de su archivo del Colegio de Maynooth, y creación de 2 becas para que candidatos irlandeses estudiarán en universidades españolas. El Gobierno concedió un crédito extraordinario de 2.000.000 de pesetas para la adquisición de las propiedades irlandesas en España. El asunto pasó a las Cortes donde se presentó un proyecto de ley por el que se autorizaba “la adquisición por el Estado de los bienes de la jerarquía irlandesa radicantes en España, y la renuncia de la misma a favor del Estado de sus derechos sobre el Colegio de Fonseca”. Los directivos de la Universidad salmantina estaba con la mosca en la oreja y el nuevo rector, Antonio Tovar, consiguió que se aceptara una enmienda por la que se establecía que la jerarquía irlandesa renunciaba a “cuántos derechos pudieran corresponderle sobre el colegio arzobispo Fonseca”. La Ley aprobada en 1954 fue completada en 1962 por una orden del Ministerio de Hacienda, que reconoció el pleno y exclusivo dominio del Colegio Fonseca a favor de la Universidad de Salamanca. El Gobierno español asumió las labores de restauración del edificio del Colegio, que fue destinado a residencia de profesores y de graduados. Las propiedades de la Iglesia irlandesa fueron vendidas por 20.000 libras, que se invirtieron en valores irlandeses, cuyos intereses fueron adjudicados al Colegio Irlandés en Roma. Así terminó, con más pena que gloria, la histórica presencia de seminaristas irlandeses en el Colegio de Salamanca.
España realizó una labor muy positiva con la creación de 7 colegios universitarios para ayudar a la formación de los sacerdotes y religiosos irlandeses en momentos fomente difíciles por la persecución del Gobierno inglés a los católicos. No parece que la Iglesia irlandesa haya agradecido suficientemente la generosidad española por la forma poco airosa con la que dio fin a la labor del último de sus Colegios. Cómo afirmó Madruga, La jerarquía irlandesa “no ha correspondido como debía a los beneficios que nuestra altruística hospitalidad les han proporcionado durante tanto tiempo”. Incluso en la aplicación del Acuerdo de finiquito no ha estado a la altura debida. Así, los obispos decidieron tener manos libres para designar a los dos becarios que estudiarían en universidades españolas e incluso no aceptaron que un representante de la Embajada de España formara parte del tribunal seleccionador. Ante esta incomprensible actitud, el embajador en Dublín, Joaquín Juste, recomendó al Gobierno que suprimiera las becas, a lo que éste accedió.
La biblioteca del Colegio de Maynooth -que fue declarado Universidad Pontificia en 1896- cuenta con una rica colección de miles de documentos relativos no solo a la Historia de los Colegios irlandeses en España, sino también de la propia historia de nuestro país. Cuando llegué a Irlanda como embajador en 1987, me sorprendió que hubiera cátedras de Español en todas las universidades irlandesas, menos en el Colegio de Maynooth. Según me dijo el director del Instituto Cultural, Antonio Sierra, el Instituto había ofreció gratis un profesor para que enseñara el castellano en el Colegio, pero éste se negaba a incluir el Español como una asignatura en los programas de la Universidad, y lo consideraba como lengua opcional fuera de currículo. Ya en mi primera visita de cortesía al Colegio, le pedí oficialmente al rector que se considerara el Español como una lengua más a estudiar en el Departamento de Idiomas. Monseñor Mihail Ledwith fue sensible a mi petición y -con el apoyo de la ministra de Educación, Mary O’Roarke- conseguimos que se normalizara la situación, y actualmente los alumnos pueden cursar en el Departamento de Idiomas “Estudios Españoles y Latinoamericanos”.
La bibliotecaria del Colegio -que lo fue con anterioridad del Instituto Cultural Español-, Regina Whelan, ha hecho una extraordinaria labor. Ya en 1996 publicó “Los archivos de Salamanca”, y ha catalogado y ordenado la abundante documentación p0rocedente de los archivos del Colegio de Salamanca. También es digna de mención la obra de Cristina Bravo “Misioneros y gentlemen: Lecturas en torno a la biblioteca del Colegio de los Irlandeses en Salamanca”. La biblioteca reúne un enorme acervo documental, que debería alentar la investigación de los interesados en las relaciones entre España e Irlanda. Insto al Colegio Universitario de Maynooth y a la Universidad de Salamanca a que potencien su cooperación en este sector.
Yturriaga es embajador de España, profesor de Derecho Diplomático en la UCM y miembro de la Academia Andaluza de la Historia. Fue embajador en Irlanda entre 1983 y 1987, y es autor de la obra “Liberia, Irlanda y Austria: Semblanzas diplomáticas”.