Estimado amigo Alonso Castro (García de Armenteros):
Ante todo, haceros saber cuánto me ha satisfecho haberos conocido y haber vivido con vos, (aun cuando no lo supierais, pero quizá lo advirtierais en vuestros momentos de soledad y zozobra), pues caminé vuestros primeros pasos hasta la escuela del honorable Martín Valdivieso, fui partícipe de las enseñanzas de ajedrez y sus escaques que casi a hurtadillas vuestro padre os inculcara, os esperé aquella noche en la puerta de la inclusa donde quedaría parte de vuestro transido corazón, hui junto a vos de la miseria y del hambre, y, sin duda, derramé lágrimas de impotencia, lágrimas de rabia, lágrimas que imploraban la justicia de los hombres, lágrimas que regaron valles baldíos, lágrimas limpias, lágrimas sinceras, pero también lágrimas de sangre, y lágrimas de fuego, de hogueras. Sí, Alonso, debéis saberlo, fuimos muchos los que os acompañamos a más de vuestros incondicionales Juan de la Calle y Antonio. Algunas tardes las pasé enjugando lágrimas y haciéndole compañía al joven Antonio en sus juegos con la pequeña “zarandaja de la sonrisa”. Creo que también soñé el paraíso de los caballos.
Alcanzar la justicia responde al paradigma de humanidad. Así vuestra promesa, vuestro deseo de restablecer el honor y el apellido de vuestros padres fue tomado por cuantos oídos os escucharon como una necesidad vital, muy por encima de la venganza. Pero no hay vergüenza en buscar venganza, quizá solo a través de ella se abran los ojos de quienes encendieron las hogueras del oprobio.
No pudiendo desvelar en estas líneas los avatares de vuestro periplo en la búsqueda de restablecer el nombre de los Castro, vuestro padre don Sebastián Castro, el honrado e incorruptible notario y vuestra amorosa y dulce madre doña Margarita Carvajal, sí le significaré cuánta admiración y satisfacción me ha concitado vivir las páginas de vuestra historia, con vuestros momentos de euforia, con vuestras caídas al vacío en la afrenta de caminos sin salida, con vuestros inconformismos, con vuestra pasión por levantaros frente a la adversidad, con vuestro preciado sentido de la amistad llevado a extremos insospechados y por encima de todo por vuestra entereza de la que el lector tiene que tomar parte para no hundirse. Ahí en esos momentos vuestras palabras, vuestros hechos, avivan el espíritu de vuestros seguidores que, agradecidos, toman la mano de esperanza que vos le tendéis pues jamás vuestro espíritu os pillará en un renuncio.
Un aparte para saludar en esta misiva, como corresponde, cortés y afectuosamente a vuestra ilustre mentora y creadora sobre el papel, la muy noble y distinguida escritora, licenciada doña Sandra Aza. Saludos que deseo vos le trasmitáis haciéndole saber que siempre supimos, quienes con anhelo esperábamos la conclusión de esta bilogía “libelista”, que vibraríamos de igual forma que con la narración de vuestra historia inicial hasta que hubisteis de renunciar a vuestra identidad, pero lo que quizá no estaba en la ensoñación de los lectores es que dándolo todo como tan noble dama se ha dado, con esta segunda parte, no solo se ha superado a sí misma sino que ha puesto el listón de la novela como género, en un superlativo grado de altitud. Afirmación en la que me afianzo remarcando el lirismo prosódico y culto de la narración donde la figura de la tercera persona (omnisciente) cuenta lo que ocurre con el conocimiento pleno de lo que pasa en la cabeza de los personajes, informando de cada detalle, cada sentimiento y la función que desempeña cada cual, en el relato, estableciendo las motivaciones de determinadas acciones de los protagonistas. A través del uso de un lenguaje con expresiones típicas del vocabulario del Siglo de Oro, las jergas de según qué oficio, lugar o circunstancia y los modismos del castellano antiguo, incluso del rescate de ciertos vocablos despectivos en desuso y expresiones no exentas de ironía, la autora contextualiza historia, trama y narración hasta el punto que el lector queda imbuido y contagiado de aquel lenguaje interactuando en entendimiento con los hechos y la acción. Las detalladas descripciones de los espacios y localizaciones del Madrid del Siglo XVII donde se desarrollan las escenas, denotan un profundo conocimiento y documentación por parte de Sandra, que sin duda habrá navegado entre los más afamados mapas de la época y entre legajos de historia, de política, de sociedad, de costumbres, de leyes, de vestimenta y atuendos, de comidas y de bebidas e incluso quizá también del arte del cortejo por parte de los nobles con rimbombantes y acarameladas frases con las que aterciopelar el acercamiento y doblegar voluntades de las féminas. Es encomiable el rigor histórico que aporta la novela a través de diversas pinceladas históricas situando a determinados personajes en los espacios y escenarios del hecho histórico para que, con de su presencia, el lector se ubique en la época relajadamente, sin atención a fechas ni aconteceres anteriores que desembocaran en el momento que el personaje esté viviendo.
En relación con esta última etapa de vuestra vida narrada bajo el título de ESTIRPE DE SANGRE os significo ante todo que, ciertamente siendo la sangre la que alborota el corazón, la que gobierna la nave de nuestro existir, la que determina nuestro linaje en la esfera de los hombres que no en la de Dios, la que en definitiva nos define y nos une a la tierra en su fluir por nuestro cuerpo, es la llamada de nuestra propia sangre la que nos mueve a luchar con denodado espíritu contra quien ose lacerarla o derramarla en escarnio sin conmiseración. Es por ello que intitular esta vuestra lucha con aquél epígrafe, a más de todo un acierto, es en sí una declaración de intenciones por parte de la autora que nos participa desde la portada que todo cuanto vos, nuestro “ahijado” Alonsillo, más adelante un muy crecido en tamaño, bondad y personalidad, licenciado Alonso Castro de Carvajal, habréis de vivir en este período de vuestra existencia, va en pos de la llamada de vuestra sangre. ¿¡Habrá algo más noble y digno de ensalzar!?
Así, he caminado de nuevo junto a vos los pasos que os han llevado a tener nuevos amigos miembros de aristocráticas familias muy bien posicionadas en la corte como los Soto de Armendía o los Salazar, habiendo llegado hasta ellos por vuestra parte con la nobleza por delante, derrochando valor y quijotismo en vuestras acciones. Familias que por demás significarán mucho en el transcurrir del resto de vuestra vida y en vuestro loable tesón de venganza al que os aferráis en cumplimiento de vuestra palabra empeñada. También he sufrido las afrentas con viejos enemigos no buscados, sino así posicionados por mor de su mal quehacer. He conocido, tratado y saludado junto a vos en este volumen a una cincuentena de personajes si bien 23 de ellos, incluido vos, ya me erais familiares. Entre los muchos nuevos, las dueñas, trabajadores en casa de los Soto de Armendía y pintores, sastres, funcion arios del alcázar, médicos, bodegueros y algún profesor cuyo nombre me ha sido muy grato reconocer de inmediato. Vuestros amigos son desde entonces mis amigos y siento el mismo desprecio que vos por quienes truncaron vuestra feliz vida urdiendo aquel despreciable libelo.
Y he sabido de la ilusión de vuestro corazón en forma de complicidad, eso que se da a llamar amor y que habéis experimentado pues, como no podía ser de otra forma habría de alcanzar a vuestro joven y noble espíritu bondadoso. ¡No diré su nombre, que ella lo diga si quiere! Su nombre aparece como bien vos sabéis en muchas páginas de esta narración y estará presente aún en sus ausencias. Bien se yo lo que digo y que vos me entendéis.
Pero sobre todo lo que más me ha movido el ánima hasta llegar a la página 770 es acompañaros en vuestras congojas, en vuestra pericia casi de detective que removerá cuanto haya de ser movido para que el honor de los Castro sea restablecido, no esgrimiendo espadas sino leyes como vuestro padre os pidió. Y bien que para que así sea os habéis “armado” exclusivamente de paciencia. Y he permanecido atento a cuantos sucesos en forma de subtramas os ha deparado la vida a través de la pluma de la autora, arquitecta del lenguaje, maga de las letras, poeta de verbo, maestra del suspense, especialista en la creación de diálogos y excelente profesional del mundo del derecho, que ha manejado los hilos de vuestra existencia con los giros precisos para que el lector devenga devorar el volumen prestamente sin acusar cansancio, antes bien, a su conclusión aun demandaría más páginas de fascinación.
Quiero subrayar en estas líneas que yo también sentía en mi pecho el medallón que vos portabais, ese relicario con una sempiterna inscripción, dogma de vida, que habrá de dirigir vuestros derroteros y que sin duda os proporcionó el ánimo y la positividad ante los nubarrones que no dejaban ver la luz de la verdad. También aprendí la lección de lo casual y causal para entender que las circunstancias y los hechos quizá se deban no del todo a lo fortuito. También me hizo recapacitar y mucho aquella otra lección sobre las segundas oportunidades. Ah, si eso se diera más a menudo, quizá, hasta las guerras quedarían erradicadas de la faz de la tierra.
Pero no, no es mi intención anteponer en esta carta cuánto aprendí que fue mucho y bueno, y no solo en el campo dijéramos de lo filosófico, sino de la vida en el Siglo de Oro con sus grandes desequilibrios entre clases, el mundo de la mujer, de la nobleza o plebeya, en lo que respecta a los matrimonios, de los bajos fondos, de la pillería y la picaresca a la que obligaba el hambre, lo injusto de la justicia donde los pobres eran el blanco perfecto. Lo que sí quiero recalcar a vos en este escrito es que haré cuanto esté en mi mano por dar a conocer esta gran aventura que la insigne escritora Sandra Aza ha colocado en el panorama nacional de las letras, de la Literatura, y ha de ser así, con mayúsculas porque esta novela “coral”, ESTIRPE DE SANGRE habrá de significar mucho en la historia de la novela como género. Esta obra además por la construcción y resolución de sus variadas tramas, es también una gran novela de aventuras donde prevalece sin ningún género de dudas un muy culto y esmerado lenguaje.
Y ya a modo de despedida traslado a vos mi afecto y mayor consideración deseándole toda la dicha que se merece y, no pudiendo desvelar ni un ápice de cuanto ha vivido en este segundo y último capítulo libeliano, no me resisto a emplear un adverbio que bien entenderá porqué aquí lo escribo, así que reiterando afectos: hasta SIEMPRE.