FIRMA INVITADA

MÉJICO LINDO Y QUERIDO, QUE LEJOS ESTÁS DE MÍ

México lindo y querido
José Antonio de Yturriaga Barberán | Domingo 13 de octubre de 2024

Estuve en Méjico por primera vez en 1974 para asistir al Congreso del Instituto Hispano-Luso-Americano Derecho Internacional, en el que fui elegido miembro de esa prestigiosa Asociación. Asistí a los actos conmemorativos del Día Nacional celebrados en el Palacio presidencial, donde contemplé los gigantescos frescos de Diego Rivera, tan maravilloso desde una perspectiva pictórica, como execrables desde un punto de vista histórico. Escuché el grito de “!Abajo los gachupines!” y otras lindezas contra España. México es el país más hispanizado de América, y ha heredado -junto a muchas de las virtudes hispanas- el lamentable espíritu cainita español. Pude comprobar el contraste entre la animosidad hacia España y lo español de la clase dirigente del Partido Republicano Institucional, y el afecto y cercanía del pueblo llano, la mezcla de amor y odio de sabor agridulce, junto con el menosprecio por, y el silenciamiento de, la etapa del Virreinato, y la artificial exaltación de un falso indigenismo.



No existían entonces relaciones diplomáticas entre los dos países, porque el Gobierno mexicano no reconocía al régimen de Franco, sino al fantasmagórico Gobierno republicano español en el exilio, que tenía su sede en Ciudad de Méjico. Para paliar esta absurda situación, había una vergonzante representación sin “status” diplomático, que ejercía las funciones de una embajada” de facto”. En 1977 se puso fin a esta anómala situación con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y se abrió un período de amistad y cooperación mutuas. Méjico siempre fue importante para España, como reconoció el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, que afirmó que, una vez normalizadas las relaciones con este país, el Gobierno se dotaría de un cuerpo de doctrina sobre lo que debería ser su futura política con Iberoamérica y establecería sus principios rectores.

Subsistía, sin embargo, una profunda animadversión hacia España en los partidos de la izquierda y, de ahí, que no me haya extrañado demasiado el rosario de descalificaciones e insultos a nuestro Rey por parte del presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), nieto de españoles, y de su sucesora, Claudia Sheinbaum, hija de judíos letones, que ha vetado la presencia de Felipe VI en su puesta de largo internacional, por no haber pedido perdón por las supuestas atrocidades cometidas por los españoles durante la colonización de Méjico hace cinco siglos.

Dime con quién andas y te diré quién eres”. AMLO y Sheinbaum prefieren codearse con dictadores como Putin, Maduro o Díaz Canel, en vez de con un monarca ejemplar del país que dio su ser a Méjico. Para el periodista mejicano Mauricio Hernández, la obsesiva insistencia de AMLO en vestir a la monarquía española, a la Conquista y a Hernán Cortés con ropajes de villanía, es un delirio, un capricho y un acto de soberbia e ignorancia. “¿Cómo es posible que el presidente de un país en el que desaparece una persona cada hora en y el que 20 mujeres son asesinadas cada día, se haya atrevido a exigir una disculpa por lo sucedido hace más de cinco siglos, cuando él mismo ha sido incapaz de garantizar la vida y los derechos fundamentales de los suyos? Tal atrevimiento raya en el cinismo”. Según Octavio Paz, “el odio a Cortés no es odio a España, es odio a nosotros mismos” y, para Carlos Fuentes, “entender a México sin España y a España sin México es sencillamente inútil”.

A juicio del embajador Jorge Fuentes, pedir perdón por la gesta mexicana sería tanto como replantear toda nuestra Historia y prescindir de algunas de sus páginas más gloriosas “¿Habría que pedir perdón por haber acabado con la antropofagia y los sacrificios humanos? ¿Por haber creado universidades y aprobado leyes que dignificaban humanidad de los nativos?”. Cuando se independizó, Méjico recibió de. España un legado cultural, lingüístico, legal, espiritual, artístico y monumental como no abundaba en Europa. Méjico esconde el grave déficit democrático que padece recurriendo al populismo y arremetiendo contra la madre patria.

Jorge Negrete cantaba “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí”. Se cuenta de un español afincado en Méjico que indicó en su testamento que si moría en España lo enterrara en México y, si moría en México, lo enterraran en España, y cuando un amigo le preguntó por qué había incluido esa cláusula, le contestó: “para chingar”. AMLO inició sus invectivas contra España no solo para fastidiar, sino también para extender una tupida cortina de humo que ocultara la desastrosa situación que atraviesa el país tras su mandato. Todo político narcisista necesita crear un enemigo al que culpe de sus fracasos, y AMLO ha escogido a España, pero no la actual-que tiene un gobierno “progresista” como el suyo-, sino la de Carlos V, Hernán Cortés, Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas. ¡Todo sea por el indigenismo populista de bolsillo del presidente-out y de la presidenta-in¡

El indigenismo sobrevenido carece de credibilidad. Como ha señalado la profesora Frida Hernández, lo importante es resolver los problemas de la población indígena, escuchándola y dándole lo que lleva años solicitando. Según José Antonio Lara, en México existen más de 115 millones de personas que integran comunidades indígenas, pero -ante la falta de sensibilidad de las autoridades federales en materia de derechos humanos- se ven marginadas. Desde el siglo XIX, los Gobiernos del nuevo Estado mantuvieron una política de hostilidad contra de las comunidades indígenas. En el momento de la independencia, 50% de la población estaba compuesto por indios y mestizos, mientras que hoy no llega al 30%. Porfirio Díaz acabó prácticamente con los mayas y persiguió con saña los yankies, causándoles 20.000 muertos. Los criollos expropiaron las tierras de los indígenas -que habían mantenido los colonizadores españoles- y los dejaron en la pobreza. El lema de AMLO “primero los pobres” es más falso que Judas y además, entre ellos, no figuran los indígenas.

El “grito de Dolores” lanzado en 1810 por el cura Miguel Hidalgo - que fue el origen de la independencia de México- se convertiría en un grito de dolor por la pérdida de la Nueva España y de la grandeza y prosperidad de un Méjico que cayó en las garras de su codicioso vecino del norte, que -por el tratado de Guadalupe Hidalgo, tras la guerra de 1848- perdió el 55% de su territorio, que iba de Yucatán hasta Alaska, y estableció en el río Grande la frontera. Cómo ha indicado Alberto Gil Ibáñez, AMLO y Sheinbaum deberían pedir disculpas a sus ciudadanos, en nombre de antecesores más cercanos -la oligarquía criolla-, que fue la responsable de convertir en un caos empobrecido a uno de los países más ricos del mundo, con una industria de primer nivel y el control de la ruta comercial entre Asia, América y Europa. Deberían pedir asimismo perdón por el trato infligido a los indígenas después de la independencia y por su actitud servil hacia Estados Unidos, que destrozó el próspero Virreinato. Para Felipe Fernández Armesto, los desastres de los siglos XIX y XX fueron culpa de los mexicanos, no de los españoles, y las lágrimas del siglo XXI lo son de los líderes actuales.

Sheinbaum ha heredado el odio irracional a España de su a antecesor, del que ha dicho que ha sido el mejor presidente y el dirigente político y social más importante en la Historia de México. ¡Que Santa Lucía le conserve la vista! Para mí, AMLO ha sido uno de los peores presidentes mejicanos, de los que, por cierto, tan solo uno fue de origen indio. Como ha observado Maite Rico, ha legado a su sucesora un Estado que atraviesa un periodo convulso por la inseguridad, el crimen organizado, la corrupción y la vulneración de los derechos humanos, y donde buena parte del territorio está controlado por los cárteles de narcotráfico. También le ha dejado en herencia un país endeudado, la sanidad y la educación en caída libre, la petrolera Pemex en crisis, y la inversión extranjera en fuga, después de haberse dinamitado la independencia judicial con una reforma que ha dejado la elección de los jueces en manos del voto popular. Además, macerado en el rencor y el delirio, ha querido humillar a Felipe VI a costa de abrir a su sucesora una disparatada crisis diplomática con España, en la que Sheinbaum -descendiente por línea directa de Moctezuma, como su propio nombre indica- ha entrado con gusto en la polémica, al afirmar en su discurso inaugural que “el origen de la grandeza cultural de México reside en las grandes civilizaciones que vivían en esta tierra siglos antes de que la invadieran los españoles”.

El Gobierno mejicano ha reivindicado con orgullo las culturas milenarias precolombinas que han dado “rostro y corazón” al Méjico actual. La gran civilización a la que se refería la presidenta era si duda la del Imperio azteca, que -solo con el 8% de la población- tiranizó al 90% de los aborígenes y los culturizó con prácticas tan sublimes como los sacrificios humanos, la extracción de las vísceras de sus enemigos para ofrecérselas a sus dioses y el canibalismo. Según el historiador argentino, Marcelo Gullo -autor del libro “Nada por lo que pedir perdón”-, no hay nada que reivindicar de los aztecas, porque fueron un pueblo de asesinos, que causó la muerte de más de 150.000 personas. Los perdones anacrónicos tienen un efecto negativo, porque encubren una mentira que nos hace esclavos del rencor. “Quién reniega de su pasado real y se inventa un pasado imaginario se autodestruye”. Esteban Mira ha estimado que no cabe pedir perdón por un proceso histórico que fue compartido y donde los españoles representaron una minoría, y Antonio Pérez Henares que los españoles actuales tiene la misma culpa que los cromañones por la desaparición de los neandertales. En su “podcast” sobre “Borremos a España, destruyamos México”, el historiador mejicano Juan Miguel Zunzunegui, ha afirmado que los presidentes mexicanos faltan a la verdad y al honor al falsear la Historia. Hernán Cortés y los indígenas del altiplano derrotaron a los crueles mexicas y fue entonces cuando nació el México mestizo que somos.

Sheinbaum aseguró que los lazos entre México y España se beneficiarían con el reconocimiento de una renovada perspectiva histórica, como eje de una relación respetuosa, sólida y fructífera, pero ha sido ella la primera que ha faltado el respeto España y a su Rey. Ante tanta desmesura, Felipe VI ha dado a los mejicanos una lección de compostura y de ecuanimidad, al comentar que la relación entre los países hispanoamericanos es tan intensa que “les permite incluso hablar con franqueza de nuestras posibles discrepancias, inevitables por lo demás en tantos siglos de historia compartida, pero siempre desde el respeto basado en la amistad”. Añadió que “el foco de nuestra relación debe orientarse hacia el presente, para así reparar o construir un futuro aún mejor, de mayor provecho compartido y de mayores oportunidades. Por eso, lo esencial es tomar impulso en lo que nos une, en nuestras afinidades, para, a fin de cuentas, alcanzar respuestas pragmáticas, útiles y equilibradas”. Juan Claudio de Ramón ha destacado que, con su silencio al no contestar a la carta de AMLO, Felipe VI había declinado participar en las guerras civiles de la memoria y desautorizado el empeño de los políticos de usar la Historia como arma de combate. No habría servido de nada haber dado una respuesta a su exorbitante exigencia porque, “cuando el sufrimiento pasado genera un derecho de crédito a favor de las generaciones presentes, ningún incentivo hay para saldar la deuda y sí, en cambio, para mantener viva la llama del ultraje”. El silencio fue decisión del Gobierno español y creo que fue equivocado. Aunque la carta de AMLO fuera una impertinencia, el monarca debería haberle contestado, de forma escueta pero cortés, remitiéndolo al artículo 56-3 de la Constitución, que establece que los actos del Rey deberán siempre ser refrendados por el Gobierno y carecen de validez sin dicho refrendo. AMLO se enfadó con el Rey y no con Sánchez, al que Sheinbaum invitó a su investidura, invitación dignamente rechazada al ser excluido el jefe del Estado. Sin embargo, aunque dijera que España no estaría representada en el acto, permitió que en él estuviera presente un destacado miembro de un partido que forma parte de su Gobierno, Gerardo Pisarello, que desempeña el cargo institucional de secretario primero del Congreso, por lo que debería ser destituido. Sheinbaum lo citó en su discurso inaugural y le agradeció su presencia.

Sheinbaum es más inteligente que AMLO, pero es tan sectaria como él, y ha prometido seguir su nefasta senda. Manifestó que, con su falta de respuesta, Felipe VI había insultado no solo al presidente, sino también a todo el pueblo mejicano. La Dra Sheinbaum sabrá mucho de ecología y de ingeniería energética, pero bien poco de Historia, hasta el punto de afirmar que Tenochtitlan fue fundada un par de siglos después de su establecimiento, e ignora que la capital de los aztecas no fue conquistada por Cortés con la ayuda de los indios, sino por los indios con la ayuda de Cortés. El padre de la nación mejicana no fue Moctezuma, ni Porfirio Díaz- el presidente al que se atribuye la “boutade” de “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos-, sino el menospreciado Cortés.

Escaso reconocimiento a la gesta de Hernán Cortés

La Historia no puede ser valorada con proclamas demagógicas, sino con hechos comprobados. Hernán Cortés ha sido injustamente tratado por Méjico y, en cierta medida, también por la propia España, y no se ha reconocido suficientemente su extraordinaria contribución a la Historia universal. Fue el conquistador más culto -licenciado en Humanidades por la Universidad de Salamanca-, a la par que competente militar y excelente diplomático. ¿Cómo fue posible que con 850 compatriotas y unos pocos caballos pudiera derrotar al Imperio azteca, que contaba con un Ejército de 136.000 guerreros, y cuya capital -rodeada de lagunas- era considerada inexpugnable? Pues sencillamente porque consiguió con astucia y tacto el apoyo de las tribus indias -tlaxaltecas, totonacas, chichimecas-, que estaban siendo esclavizadas por los mexicas. Cortés llegó en 1519 a Méjico con 11 naves, 110 marineros, y 579 soldados, junto con 32 caballos y 10 cañones. Contaba con la enemiga del gobernador de Cuba, Diego Velázquez, que mandó una expedición de 800 hombres al mando de Pánfilo Narváez para prenderlo por rebelión, pero fue derrotada en 1520 por las tropas de Cortés, y muchos de los expedicionarios se sumaron a su Ejército. Tras el desastre de la “Noche triste”, Cortés logró recuperarse y, con la ayuda de 200.000 indios enemigos de los aztecas, consiguió conquistar Tenochtitlan y apresar al emperador Moctezuma en 1521.

Cortés tenía un espíritu humanista y no se conformó con acabar con las cruentas prácticas de los mexicas, sino que impidió que sus tribus aliadas tomaran represalias contra sus verdugos cometiendo sus mismas barbaridades. Como escribió su contemporáneo Francisco López de Gomara en su “Historia general de Indias”, la conquista de México y la conversión al cristianismo de los pobladores de la Nueva España se podía y debía poner entre las Historias del mundo, porque fue muy grande, no en el tiempo, sino en los hechos, “pues se conquistaron muchos y grandes reinos con poco daño y sangre de los naturales”. Según Fernández Armesto, ss inadecuado hablar de "conquista”, porque la nueva España se fue extendiendo en su mayor parte de forma pacífica. Cortés practicó el mestizaje predicando con el ejemplo y tuvo varios hijos con la Malinche -su hábil intérprete, que se convirtió en doña Marina- y con otras tres nativas miembros de la familia imperial. Sus hijos extramatrimoniales fueron legitimados por una bula del papá Clemente VII e integrados en la nobleza local.

Nombrado por Carlos V capitán general – pero no virrey-, Cortés fue un buen administrador y realizó numerosas obras públicas. Puso la primera piedra de la Catedral de Ciudad de Méjico, creó varios hospitales como el de Jesús Nazareno -tres de ellos financiados de su bolsillo- y en 1539 se publicó el primer libro impreso en América, “Breve compendio de doctrina cristiana en lenguas mexicana y española”. Cortés regresó a España 1540 y murió siete años más tarde en Castilleja de la Cuesta, cuando estaba a punto de ser sometido al juicio de residencia. Fue enterrado en Sevilla y, en 1566, sus restos fueron trasladados a Méjico, donde recibieron sepultura en varias iglesias hasta que en 1794 se depositaron en la iglesia del hospital de Jesús Nazareno. Las peripecias de los diversos traslados de sus restos muestran de la falta de consideración y reconocimiento de los dirigentes mejicanos por quien fue el creador de Méjico. Solo cuenta en todo el país con dos pequeñas estatuas en Cuernavaca y en Dolores Hidalgo. El presidente José López Portillo trató en 1981 de promover el reconocimiento público de Méjico a Cortés, pero topó con la oposición de nacionalistas, indigenistas y la extrema izquierda, y el presidente cejó en su empeño, con lo que Cortés quedó olvidado en algún rincón de la Iglesia del hospital que fundó.

Según Octavio Paz en su libro “Hernán Cortés, exorcismo o liberación”, el carácter ideológico del mito de Cortés fue el arma de combate de un partido, pero estas luchas pertenecían al pasado y en la actualidad el mito peleaba con fantasmas. “Aparte de su irrealidad, es nocivo porque, en vez de unir, divide a las conciencias. Cortés divide a los mejicanos, envenena las almas y alimenta rencores anacrónicos y absurdos”. Creo que los mejicanos tienen una tremenda deuda con Cortés y, mientras Méjico no se concilie con el padre de la nación, no hallará a su auténtica identidad.

Necesidad de una mayor presencia de España en Hispanoamérica

La política exterior de los Gobiernos mejicanos ha derivado de una posición integradora y constructiva a un acercamiento a los iliberales países bolivarianos. De haber sido, junto con España, promotor de la Comunidad Iberoamericana en la Conferencia de Guadalajara de 1991, a ofrecer Puebla como sede de la reunión de personalidades izquierdistas en la que crearon el Grupo que lleva el nombre de esta ciudad charra. La animosidad del Gobierno de AMLO hacia España es anterior al envío de su controvertida carta a Felipe VI, que se ha utilizado ahora para atacar al monarca y a España. En un video promocional con motivo de la conmemoración del 200° aniversario la independencia, se decía que, tras el grito de Dolores, “el pueblo mexicano -harto del yugo colonial- rompió las cadenas de la opresión de España que le dejó una herencia de exterminio y de muerte”. Nada más ajeno a la realidad histórica. El movimiento independentista se inició durante la invasión napoleónica de España y fue una guerra civil iniciada por los criollos de origen español, en la que la mayoría de la población indígena se puso del lado de la Corona, La Nueva España nunca fue una colonia, sino una parte muy importante del Imperio más poderoso de los siglos XVI y XVII. Los 300 años del Virreinato son ignorado por la sociedad mejicana, cuyos hijos son adoctrinados desde la escuela con el mito de que la Historia del país pasó del glorioso Imperio de los aztecas a la independencia, dejando un vacío colmado por los tres siglos de período virreinal. Fue éste -a juicio de Gil Ibáñez- un éxito de prosperidad y de modernidad, un polo de progreso cultural, social, económico y de conexión comercial con el mundo, un ejemplo de honestidad y eficacia administrativa, y una fuente única de mestizaje, como atestiguó el barón Alexander von Hundbolt. Cuando visitó la Nueva España, el científico alemán constató que el Virreinato estaba muy bien organizado, era bastante próspero y no había corrupción institucional. Los indios y mestizos ocupaban un lugar en el mundo hispano, y participaban abiertamente y sin trabas en la vida de la comunidad, gozando de una situación de superioridad sobre los campesinos germanos de su época. Concluyó, muy a su pesar, que era la región más próspera y emergente de la tierra.

Según Octavio Paz, desde su origen, España ha sido una tierra de fronteras en continuo movimiento y su última gran frontera ha sido América. “Hablar de nuestra lengua es hablar de una civilización, de una comunidad de valores y creencias, y de cuestionamiento sobre el pasado, el presente y el porvenir”. Para Carlos Fuentes, “la liga más fuerte de nuestra comunidad probable es una lengua española, como vehículo para el encuentro y para la creación de identidades híbridas cada día más enriquecedoras”. Julián Marías se ha preguntado “si existe en el mundo actual una comunidad comparable de vitalidad, una capacidad creadora, un marco de referencia de medio milenio de Historia compartida y de memoria colectiva, si no estuviera dilapidado por el olvido. La empresa de nuestro tiempo no puede ser otra que la recomposición de las Españas, que constituye la única posibilidad de que tengan porvenir”. Un medio para lograr este objetivo es la Conferencia de la Comunidad Iberoamericana que se reunirá en noviembre en Cuenca -Ecuador- y se verá adversamente afectada por el lamentable episodio de la investidura presidencial.

El movimiento hostil de Méjico hacia el Rey se produce en un momento de desgaste del ascendiente de España en Iberoamérica. Sin embargo, aunque América no la necesite tanto como antes, nuestro país sigue teniendo influencia en el continente americano, pese a la disminución de su prestigio causada por la trayectoria errática de los Gobiernos de Rodríguez Zapatero y de Sánchez. El Gobierno español debería incrementar las relaciones políticas, económicas y culturales con países democráticos como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú o Méjico -si éste se deja, lo que no parece ser el caso-, y reconsiderar su política benevolente hacia Gobiernos dictatoriales o populistas como los de Cuba, Nicaragua, Bolivia o Venezuela. Los dirigentes mejicanos se empeñan en separar, incluso anímicamente, a Méjico de España, contra el sentir mayoritario de la población de los dos países. Alberto Gil ha puesto de manifiesto la paradoja de que, si los mexicanos odian a los españoles, se están odiando a sí mismos, porque todos ellos -criollos o mestizos- tienen la misma herencia genética, cultural e histórica, y -como ha señalado la historiadora mexicana Úrsula Camba- “no podemos despojarnos de nosotros mismos”. ¡Ay Méjico, que lejos estás de mí!

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