No sé si te lo han dicho alguna vez, pero la tierra es un valle de lágrimas y aquí cada cual tiene que llevar su cruz. Podemos discutir el tamaño del madero. O los estándares que utilizamos para medir la capacidad de aguante, pero la cruz, la tienes, seguro. Y el que esté libre de cruces que tire la primera piedra.
Vale, no es lo mismo la cruz del rey emérito, que la tuya, la mía o la del ministro Bolaños (por no citar a Pedro Sánchez). Tampoco es fácil ponerse en el lugar de un rey que vive como un idem y se pega la vida padre. Lujos, dispendios, libertinaje, se acuesta con quien quiere y se levanta cuando le da la gana. Pues mira, esa es su cruz. Noches alegres mañanas tristes. Pasan 30 años y siempre habrá un mal nacido que te saca unas fotos del baúl de los recuerdos. Dirás, que le quiten lo bailao. Craso error. El quilombo y el pifostio que el emérito deja a la monarquía, a la democracia, a España entera y sobre todo a su hijo (que de cruces anda sobrao) también le duele, le humilla y le ofende. Oye, que luego tiene que pasar a la historia. Y este país es muy cruel. A ver qué mote le ponen a Juan Carlos I. Yo no pienso dar ideas.