El arte consiste en un exceso de sentido, en un regalo a la imaginación, por eso es siempre lo otro, aquello que se añade a lo bastante, aquello que necesitamos. Más allá de nuestras necesidades, siempre hay una insatisfacción inherente al ser humano. Siempre buscamos algo más allá, incluso de lo que nosotros mismos somos. Pedir más a la vida.
El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo, Premio Nacional de Literatura con El lenguaje de las fuentes (1993), Premio Miguel Delibes con Marea oculta (1993), Premio Nadal con Las historias de Marta y Fernando (1999); Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con Tres cuentos de hadas (2004), Premio de las Letras de Castilla y León con El jardín dotado (2008), Premio Torrevieja de Novela con Tan cerca (2010) y Premio Vargas Llosa de relatos, presentó el 9 de septiembre en la Librería Rafael Alberti de Madrid su última obra, publicada por la Editorial Galaxia Gutenberg acompañado por su editor, Joan Tarrida, El cuarto de los sombreros, en el que se incluyen dos novelas cortas: El cuarto de los sombreros y La mentirosa.
Han tenido que pasar cinco años para que esta obra llegara a los lectores. ¿Por qué no se publicó entonces?, pregunta Tarrida, a lo que responde el escritor: “tal vez porque el proceso creativo me llevó por otros derroteros despertando otras inquietudes que estaban agazapadas, dormidas sin saber dónde te van a llevar -aludiendo al cuento de La Bella durmiente-. La escritura forma parte de este proceso de despertar, pero no sabes bien lo que estás haciendo ni las consecuencias de esos actos”. Confiesa que, cuando acabó de escribir el segundo relato, pensó que qué locura había hecho escribiendo sobre Bernadette y le entró miedo y no sabía si le podía interesar a alguien y la guardó después de reescribirla varias veces hasta que volvió a encontrarse con ella y decidió compartirlo porque estaba contento con el resultado final.
Dos historias que, aparentemente, no tienen ninguna conexión entre sí, pero nada es lo que parece, porque ambas tratan de revelarse contra ese adelgazamiento de lo real que es uno de los signos más preocupantes de nuestro tiempo. Bien podrían titularse “Dos novelas católicas”, pues inspiran, a su manera, en los restos aún vivos de ese mundo católico tan proscrito por la modernidad.
La primera novela, El cuarto de los sombreros, narra la historia de dos mujeres jóvenes que, a pesar de la diferencia de estatus, compartieron proyectos, vivencias y amor. La vida las lleva por distintos derroteros y al final, cuando una de ellas lee lo que la otra escribió de esa relación, se pone de manifiesto la diferencia entre la realidad, la ficción y los recuerdos, dos puntos de vista distintos sobre una misma vivencia. La segunda historia, La mentirosa, trata de Bernadette Soubirous, la joven que ve en una gruta “aquello” que pasaría a convertirse en la Virgen de Lourdes. Nunca dice que vio a la virgen, utiliza una palabra en occitano que significa literalmente “aquello”, una luz, una llama. Cuando estas “apariciones” tienen un eco gigantesco, aprovechadas por la Iglesia para relanzar el mito de la Inmaculada Concepción frente al creciente laicismo, la joven es internada en un monasterio en Nevers sin que ella haya decidido ser monja; maltrata por la abadesa, muere muy joven de un cáncer de huesos. Es un personaje conmovedor, como el de una poeta, el de alguien que ha visto algo, que no sabe lo que es, pero a lo que quiere ser fiel. Una visión que la pone en conflicto con todo lo que la rodea.
Reivindicar el mundo de la visión ¿no es la tarea más secreta de la literatura? El autor reflexiona sobre esa búsqueda permanente que mueve al ser humano para encontrar sentido a su vida. Inherente a cada uno de nosotros, no nos va a abandonar nunca. Luz, deseos, anhelos, sueños, no conformarse con la vida miserable, en el caso de Bernadette; volver al momento de la fascinación en la experiencia amorosa, al lugar del hechizo, del encantamiento. Volver al cuarto de los sombreros donde está esa mujer, en la primera novela.
El mundo de la fábula es el mundo de la posibilidad, es el mundo del asombro de existir
Encontrar el porqué de ese deseo de volver a la experiencia amorosa, que tanto poder tiene sobre nosotros, aunque nos conduzca al desastre, es una constante en los últimos libros de Gustavo Martín Garzo; indagar sobre los mecanismos que se desencadenan en esa situación deseada, sobre el hechizo que produce… tal vez porque el amor nos saca del mundo real y nos lleva al mundo de la fábula, que también es un poco el mundo de la literatura. El mundo de la fábula es el mundo de la posibilidad, es el mundo del asombro de existir, del asombro ante las cosas. Es el mundo que alimenta la literatura; pero también es el mundo que nos permite cosas que en el otro mundo no son posibles, por ejemplo, vincular realidades que nuestra razón separa, el mundo de los vivo y el mundo de los muertos, el mundo de los hombres, el mundo de los animales, el mundo de los niños y el mundo de los adultos, el mundo del sueño y el mundo de la realidad. Tiende puentes entre todos esos mundos, con lo cual, hace más amplia nuestra vida. El amor pertenece al mundo de la fábula y es ahí donde hay que entender el trastorno que nos produce y el deseo de volver a ese lugar donde eso se ha producido.
Martín Garzo enamora con sus personajes por el candor que emanan de ellos, porque se lo creen todo, como las mujeres de sus novelas. Afirma, por último, que las dos novelas forman una curiosa y no premeditada unidad, algo que tiene que ver con ese cerco de silencio, cuando no de desprecio, con que el mundo actual ha castigado la cultura católica. Amante del cine y del arte, se deja sorprender y deslumbrar con la belleza de un templo católico, con la obra de escritores como San Bernardo, Santa Teresa, San Juan, el poeta de las andanzas del alma, o el cuadro de La Anunciación de Fra Angélico. Porque de todo ello emana encantamiento, hechizo, transfiguración.
Hablar de transfiguración es hablar de amor también, porque el amor es cuando el otro se transforma en algo que no sabemos explicar lo que es y no nos queda otra solución que estar a su lado. Los cuadros, la música, ¿han dejado de servir? ¿Si lo miramos debemos olvidad de dónde procede? ¿De dónde viene todo eso?
Y afirma con rotundidad: El mundo del arte es una colección de bellas mentiras. Todas son mentiras, pero las necesitamos para poder vivir.