FIRMA INVITADA

La victoria sin triunfo III o el cuento del héroe

El cuento del héroe
Manuel Lopezneria Fernández | Domingo 21 de julio de 2024
En el ocaso de la vida, ahí, en el frío suelo, ante la mirada lacónica de mi estirpe, escuché más gemidos y más lamentos... ella también había partido. Atónito, con los últimos de mis alientos, escuchaba como si me alejara, como si rápido caminara y los sonidos e imágenes fueran menos diáfanas.


Escuché que su ánima estaba arrepentida, arrepentida del engaño en el que había caído aquella tarde cuando el centauro le dijo: - "Ven, querida, no tengas miedo, acércate a mí, sé que quise hacerte daño, pero te aseguro que tengo algo para ti. Juro, ante los dioses hoy presentes y los ausentes, bajo los últimos rayos de mis ojos, que, con mi sangre, tu amado será de nuevo tuyo, te será fiel a ti, a tu esencia, a tu prudencia e incluso en tu ausencia. Niña mía, toma y guarda en ese cristal que llevas la sangre que te hará ser de nuevo feliz, el elixir mágico que hará que el amor renazca y tu sonrisa sea así, de raíz."

Ella así lo hizo. Ante sus celos y desesperación, guardó aquel maligno líquido para mí, para que nuestro amor renaciera y mi fidelidad permaneciera. Ahora, esta reina, al ver lo que me había hecho, al ver que cayó en las penumbras de las mentiras de aquel abyecto animal, vil y oprobioso, decidió que era hora de encontrar a su marido, encontrarlo en aquellos misterios del más allá, en los fríos ríos explorados por Orfeo cuando rescató a su amada. Aquellos ríos donde solo los muertos navegan esperando cruzar ante las puertas de cancerbero, donde mi tío, los recibe a todos por igual y sin mirar. Enloquecida por su desgracia. Enloquecida porque en vez de revivir el fuego con su hombre, extinguió dicho fuego, desapareciéndolo de la faz de la Gea, y decidió hundirse una letal arma al costado, para así, cumplir, sin su consentimiento, la profecía de aquel terrible ser: -"vivo o muerto acabaré con tu menester". ¡Qué misterioso es el destino! las encrucijadas y los senderos que se carcomen o se bifurcan, bifurcan, y se bifurcan...casi al infinito, así es el camino.

Cerré y abrí los ojos. Por unos segundos no era claro del todo, pero ahí estaba, de nuevo en mi habitación, habitación sola, tétrica, taciturna. Blanca como la perla y callada como mariposa. Cada cosa, las estrellas, el firmamento y las doncellas; la cama, un espejo, una baraja; todo era el infinito, porque ese punto en la esquina superior de mi habitación, donde vi todos los puntos del cosmos, se iba cerrando poco a poco. Vi el celeste mar y la plácida montaña, me vi a mí, en grandes campañas, en otro tiempo, en otra persona, pero era yo, en otro lugar, en otro pedestal.

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