Si el intento de asesinato de Donald Trump hubiera tenido éxito, América estaría en llamas. Afortunadamente no fue así. Pero no es un acto del pasado, es un terrible acto del presente que tiene raíces--no busquemos culpables--, que nos llama a la reflexión. No sobre el resultado de las elecciones, no, sobre el futuro de América.
Hace algunos días escribí "la democracia está en peligro cuando se desconecta de la realidad" y ¡cuán en peligro estaba!
Estaba en peligro cuando podía trastornar la mente de un muchacho de 20 años y convertirlo en un asesino, estaba en peligro en los hogares cuando en una casa las elecciones se transformaron en un campo de batalla entre enemigos irreconciliables, en los gestos agresivos entre conductores en las calles y autopistas de América, en la descalificación de uno u otro candidato, no en el debate de ideas, en el intento de humillarlo. Ello pone la democracia en peligro.
Está en peligro cuando la bandera es secuestrada como un símbolo de división y no de unidad, cuando un afiche se percibe como un "contra" y no como un "por".
La política al nivel al que hemos llegado ensucia; al humillar nos humillamos, al insultar nos insultamos, al despreciar nos volvemos despreciables.
Lo sucedido ayer, no es culpa de otros, es culpa nuestra, no supimos parar la deriva de la campaña presidencial a tiempo.
La democracia en peligro es nuestra responsabilidad, individual, pero ello no excusa la responsabilidad de las instituciones, de ambos partidos, de quienes dirigen las campañas, de quienes quieren, con el dinero, imponer un resultado, un presidente, de quienes ofenden en un cartel, en un video, en una declaración.
El lenguaje tiene consecuencias, las palabras no se recogen, hieren, y esas heridas permanecen, las palabras son un bálsamo o un veneno, las palabras pueden accionar un arma; ayer lo hicieron.
Tuvimos suerte, no solamente Donald Trump, nosotros. El fallido atentado nos da una oportunidad de cambiar de rumbo, de cambiar de lenguaje, de retirar de los muros las ofensas, de pensar el resultado que pueden tener en una joven mente.
No basta con llamar a la unidad del país, tenemos que cambiar, somos nosotros quienes debemos cambiar, y no aceptar, jamás aceptar la descalificación como argumento, jamás aceptar que nos impongan un destino contra nuestra voluntad, jamás permitir que nos roben un espacio de libertad, nuestro derecho a vivir en democracia.
No quiero un Yo, el Supremo, no quiero un dueño de la verdad y la razón, quiero un nosotros, un humilde nosotros que construya junto a mis hijos, mis nietos, a ustedes, el futuro de América.