En el grupo 016 de los epígrafes de Actividades Artísticas figuran los humoristas, los caricatos, pero también los excéntricos, los charlistas o charlatanes, los recitadores, ilusionistas, etc.
Víctor Lustig quizás entrara en alguna de estas calificaciones, porque el de estafadores no está contemplado, pero hay que reconocer que arte tenía de charlatán, de embaucador, algo de ilusionista, mucho de excéntrico y, como no podía ser de otra forma, con gran sentido del humor y también sagacidad y capacidad para la caricatura y el disfraz.
El conde de Von Lustig, el hombre que vendió la torre Eiffel, (dos veces), pero también falsificador de millones de dólares, timador del propio Al Capone, seductor de damas, viajero incansable…, no podía traerlo a escena nada más que Los Absurdos.
Con Alfonso Mendiguchía en la dramaturgia y también en la interpretación junto a Patricia Estremera, nos encandilan con su relato escénico, entrando y saliendo de diferentes personajes, haciendo cómplice al público, contándonos una historia que puede parecer absurda, pero que ocurrió realmente. Y es que hay gente “pa’ to”, como es el caso.
Natalia Hernández, con gran sentido del humor, dirige este vodevil, esta comedia de hilarante singladura que nos hace pasar un rato divertido, sorprendente, fresco de simpatía y complicidad con el espectador.
Es un regalo en este sinuoso e inescrutable panorama teatral, que nos mantiene con la sonrisa puesta, la atención encendida y la sorpresa continua, incluso haciendo referencias a épocas históricas de un pasado no tan lejano.
Daría mucho que hablar el tema de la impostura en estos tiempos de fugacidad y mentiras diarias en redes sociales, donde ya no se sabe quién es real o cuánto hay de realidad o falsedad en los perfiles de la gente. En estos tiempos de estafas telefónicas, de mensajes virtuales, de falsas apariencias.
Von Lustig, aunque fue perseguido y condenado, no deja de ser un referente de la sagacidad y la seducción impostada, de la elegancia en la simulación para su propio beneficio y en ser el pionero de las comisiones y acuerdos comerciales entre estamentos públicos, privados y de dudosa legalidad.
Ahí descubrimos, también, el valor de la palabra, la fuerza de la necesidad de las creencias, el interés por medrar y sacar beneficio aunque sea con turbias acciones.
Podríamos retrotraernos al mítico “timo de la estampita”, donde a la postre, el estafado solo quería, a su vez, engañar a un pobre ignorante y desvalido en situación de discapacidad.
Pues que alguien consiga vender la torre Eiffel, es como si intentamos comprar el horizonte que vemos en el futuro, las palabras flotan, embaucan, se pierden en el vacío de la nada y se escapan en forma de contratos, de acuerdos imposibles, de pájaros volando.
Lo que importa aquí es que no es una estafa este montaje, que no pretenden engañarnos con el personaje de Kikí, ni el de Víctor Lustig, porque aceptamos, desde el principio, que el teatro en sí mismo, es la mejor manera de que nos engañen queriendo nosotros, y aceptando todas las condiciones que nos propongan. Y si es humorísticamente, mejor.
VON LUSTIG. El hombre que vendió la Torre Eiffel
Dramaturgia: Alfonso Mendiguchía
Dirección: Natalia Hernández
Elenco: Patricia Estremera y Alfonso Mendiguchía
Coreografía: Ricardo Santana
Producción: Los Absurdos Teatro y Teatro Liceo Salamanca
Espacio: Teatro Lara