De regreso a casa, cansada y a la anochecida, hoy y todas las noches de cada día, la misma duda me atenazaba.
¿Acortar por el parque a esta hora solitario y sombría o seguir caminando, rodearlo y llegar al hogar un poco más extenuada?
El parque durante el día era una belleza. Tupidas arboledas, pequeños estanques y puentes recoletos. Multitud de flores y trinos acompañaban los coquetos bancos, convirtiendo el lugar en un remanso de paz.
De noche era otra historia. Casi nadie lo cruzaba. Había cuentos, leyendas y decires de todos los colores.
Relatos de doncellas desaparecidas, amantes encontrados sin aliento, susurros y suspiros agónicos.
Aquellos que alguna vez se atrevieron a cruzarlo hablaban del silencio absoluto, el más profundo, tan profundo era que notabas como iba impregnándose en tu camisa, surcando tu nuca.
Cada vez los pasos eran más trabajosos; algo en lo más íntimo te animaba a continuar en esas luces mortecinas, en esos senderos borrosos. Un frio repentino, poco a poco, te iba sumergiendo en un sopor difícil de controlar. Y cuando ya vencías todos esos temores y lograbas traspasar la herrumbrosa verja, a lo lejos, en la oscuridad, oías o creías oír un aullido reprimido, un grito ahogado.
La veía pasar a la anochecida, con ganas de hogar y calor.
La veía pasar, cada noche; noche tras noche.
Su suave pelo, su piel tan pura, tan blanca. Su caminar, que ella ignoraba tan sensual. A veces vislumbraba su sonrisa, a veces creí oír su voz.
La sentía llegar, reconocía sus dudas, sus temores, como reprimía el deseo…la llamada.
Hoy será, hoy atravesará esa puerta, sus miedos quedarán atrás. Llegaré hasta su corazón, hasta su alma pura ¡!!Su aliento!!! Sabía que sería ella. Solo ella.
Reconocía sus titubeos, sus dudas. Todo mi ser, toda mi fuerza, un dolor infinito luchando para envolverla, para anidar en su cuerpo.
No tengas miedo, te estoy esperando desde la eternidad más profunda, eres tú, única, absoluta.
Veía como el vuelo de su falda jugueteaba en sus tobillos… (soy yo que te estoy llamando). Su mano sujetando la suave blusa de muselina... (soy yo, escucha mi voz). Ella tan ingenua, tan menuda.
Mis fuerzas se iban agotando…
Solo acudiría a su llamada. Únicamente ella.
Y así seguían pasando nuestros atardeceres, nuestras noches infinitas.
-Llegaba a casa agotada, deseando hacer volar por los aires los malditos zapatos de tacón, las medias, todas las ataduras.
-Me iré pronto a la cama.
Últimamente se notaba extenuada. El regreso era una lucha, el desasosiego me acompañaba me angustiaba y me hacía tener sueños extraños.
No quería tener aquella deriva en mi cabeza. Me repetía, hoy no pasará. Cerraba los ojos con fuerza y algo muy íntimo, algo casi sucio recorría con descaro mi cama. Aquel sueño extraño se repetía cada vez.
Veía su imagen a través del cristal, una imagen desdibujada de mirada desafiante y abismal.
¿Sonreía? no sabría decir, pero un escalofrío se hacía paso, una urgencia sacudía mi carne trémula ¿Lo veía, lo soñaba, era su voz?
Unos golpes en la puerta... Déjame entrar, te estoy sintiendo. Siento tu cuerpo.
Solo si tú lo quieres entraré. Solo así.
Un despertar sudoroso y húmedo. Una realidad inexistente poniendo el universo patas arriba. Sus profundos y negrísimos ojos no se han borrado. Su boca hambrienta tampoco. Y entonces salía del letargo temblando, ardiendo... Y ya no estaba.
Hoy estaba más agotada que nunca, la vigilia, los temblores matutinos iban minando mi cuerpo. No, no quiero.
Pero poco a poco, a medida que las estrellas van aumentando su brillo, el sopor se apodera de mí. Su rostro cada vez más claro, más nítido se entremezcla con mis sentidos
Nunca supe hasta ese momento lo fácil que era reconocer cada poro, cada palmo de mi piel, doloroso, mágico. Estremecida busco tu rostro en el cristal. Cada vez más próximo, más mío.
Puedo apreciar tus ojos profundos su intensidad, su brillo. Tu boca me atraviesa. Boca deseada. Ojos abismales. Tu voz en un susurro...
Solo tú, si lo deseas, si me llamas. Solo así será… y una mueca de ¿dolor? ¿desesperación? surcaba su semblante.
Corría hacia el parque, deshecho, aullando, gotas de sangre corrían por su pecho… Solo ella, no habrá más, solo ella, pero la desesperación, la angustia acorralaban sus deseos.
Hoy será la última vez....
Un grito ahogado, un espasmo y el estertor de la muerte volvieron a recorrer el parque.
Y así un día y otros después.
Hoy, será hoy. No hay vuelta atrás. Rodearía sus estanques, cruzaría los puentes y los atajos y allí, donde tantas veces lo soñé, me estará esperando.
Una noche cálida guiaba mis pasos, las luces poco a poco se volvían tenues a medida que la distancia se iba acortando. El parque ahogaba sus sonidos, sus murmullos. Solo mi respiración entrecortada revoloteaba entre los arbustos.
A medida que me acercaba a mi destino, una ligera brisa primero tibia después ardiente me embriagaba.
La luz del único farol encendido dejaba entrever una figura reclinada en la baranda. Figura elegante, apuesta y viril. La capa recogida en la espalda dejaba adivinar los firmes hombros de porte elegante y aristocrático.
Poco a poco nuestros destinos se fueron acercando, se fueron fundiendo en largo abrazo. Allí, junto al puente y en la penumbra le entregue mi vida.
Su voz ahora casi un murmullo llenando mi ser. Eras tú, únicamente tú, me has llamado, déjame entrar. Me entrego a ti.
Mis manos en su espalda, su boca en mi cuello, nos fundieron en el más profundo y largo espacio de tiempo.
Pasaban las horas. Aquellas palabras ahora casi inaudibles, su temblor, su entrega. Juntos
Un suspiro profundo atravesó cada revuelta, cada esquina.
Las farolas se fueron apagando, los pájaros ensayaban sus primeros trinos. Todavía en sus brazos atrapo su último aliento, Tan frágil, tan menuda.
Y así, con las primeras luces del amanecer, los cuerpos de los amantes fueron convirtiendo lentamente en cenizas.