LA TERTULIA DEL HULE

PASTA ITALIANA

Pasta italiana (Foto: Maudy Ventosa).
MAQUE | Jueves 30 de mayo de 2024

Ese día de finales del verano, habíamos quedado en vernos. Teníamos una celebración pendiente. Todos estábamos en la mismísima calle. La empresa había quebrado, pero ya se sabe, los españoles somos así. Si hay que celebrar, se celebra. Da igual una boda que un despido.



Decidimos encontrarnos en la casa de uno de los pocos que la tenía propia.

Yo había llegado temprano. Iba a ocuparme de las bienvenidas, nuestro amigo se uniría un poco más tarde.

Él era afortunado, combinaba el trabajo del despido con encargos ocasionales del periódico local. Entrevistas, reportajes y eventos varios.

No éramos muchos, gente que conocía y gente que no.

Entre los que no, había un italiano, ni feo ni guapo. Me lo presentaron

-Hola. "encontrado". Perdón por mi español. Encantado.... alargaba su mano para estrechar la mía.

Me gusto. Mirada directa, media sonrisa, un contacto... ni fuerte ni flojo, peculiar.

El tiempo pasaba. Todos esperábamos al anfitrión que no daba señales de vida. La gente un poco cansada se iba retirando a otros quehaceres, a otros bares.

Yo, como custodia de las llaves de la vivienda, no me quedaba otra que esperar. El italiano allí seguía. Era el amigo de un amigo de otro amigo común.

No sabía qué hacer, o qué actitud tomar.

¿Le digo que se vaya? ¿le ofrezco una copa? El seguía felizmente despatarrado en el sofá. La hora de cenar se acercaba y nuestro hospedador sin aparecer.

Ya solo quedábamos el italiano y yo.

-¿Tienes hambre? (su español no era ni tan malo) ¿preparamos algo?

Pensándolo bien, si el hambre empezaba a abrirse camino. Tendríamos que esperar a Javi ¿no?

Tú verás. Yo no le conozco. ¿Preparamos unos espaguetis? En todas las casas suele haber pasta.

-No me gusta la pasta.

-Eso es porque no has probado "lo mío". Me miraba desafiante.

-Seguro que no, no he probado "lo tuyo". Vale, pues adelante, hagamos la prueba.

Buscamos por las alacenas y efectivamente, allí encontramos tomate aceitunas, especias y claro: pasta.

Lo primero y principal, la pasta no se lava, no se escurre y no se pasa en la cocción.

Se había quitado la chupa, una chupa bastante roñosa. Ahora podía apreciarse lo que la camiseta no podía ocultar. Empezó a moverse por la diminuta cocina. A medida que iba y venía, sorbia y olfateaba, el milagro se iba forjando ante mis ojos. Ahora era más guapo que feo, más viril... Un espartano entre pucheros. Me acercaba la cuchara y... Prueba, nota, ¿lo sientes?

Lo que yo empezaba a sentir cada vez más cerca... Su proximidad, su aliento. No solo percibía el aroma del tomate, la albahaca y el tomillo... Su cuerpo pegado al mío, mi espalda contra su vientre, su barba cosquilleando mi mejilla.

-Déjate llevar, solo disfruta... percíbelo.

¡Ya lo creo que percibía y notaba y de qué manera!

-Siempre hay que encontrar el punto. No precipitarse. Despacito... Y la tersura es fundamental.

-Mi cabeza había emprendido el vuelo hacia otros espacios. Hacia calor, mucho calor. En su cara morena se apreciaban pequeñas gotas de sudor. Habría que abrir la ventana ¿no? Mi voz sonaba rara, muy rara.

-No hace falta, me quitare la camisa.

-Dios, Dios existe y habla con acento italiano.

-Creo que esto ya va estando.

-Su risa me mata.

-¿Probamos?... e ... introdujo sus húmedos dedos en mi boca.

Y ese fue el día, el día al que siguieron otros muchos, cuando aprendí a saborear la más suculenta y perfecta comida italiana.

TEMAS RELACIONADOS: