Daños colaterales. Viajar a través de la guerra y sus consecuencias. Estar inmerso en el dolor, en las heridas, en el quebranto. Tiempo gris y taciturno, húmedo, y desértico al mismo tiempo, en ruinas, en el borde la vida y de la muerte. Residuos de humanidad, ciénagas y tierra ensangrentada, Dios ausente, se recitan las plegarias del horror y desconsuelo.
Las langostas son eternas, inmortales, nos convertimos en eso, en cucarachas, crueldad mezcla de memoria pasada y futuro aciago, no hay esperanza.
Estremece este deambular de los personajes por un país que puede ser cualquier país en guerra, en invasión, en destrucción. Si Madre Coraje arrastraba su carro y sus hijos, intentando sacar partido de la guerra, Crezk nuestro protagonista en Protocolo del quebranto, interpretado por Luifer Rodríguez, junto con Nadia (Marta Viera), deforme, marchita podríamos decir, arrastran todo un bagaje de vivienda caracol, de lluvia y tormentas. Agua que no es inocente, lluvia envuelta en odios, en sicalipsis reprimida, pólvora húmeda que puede convulsionar en la bebida y la desesperación.
De repente, un hombre herido y perdido, (Mingo Ruano), un fotógrafo de trincheras, vendrá a trastocar esa falsa calma, esa paz individualista y fraudulenta, que producirá un desgarrón más en la existencia de estos individuos sentenciados de guerra y muerte.
El tema escuece en la sensibilidad. Son las sombras de todas las guerras, las inundaciones que conllevan un estado de lucha, de huida, de inanición, de destrucción, de pérdida.
No duele lo que se ignora. Pero, en este caso, cercados por las metrallas y los obuses de incontinencia bélica que tenemos, este montaje nos lleva a añorar cómo era la primavera.
Mario Vega, que escribe, dirige y diseña la escenografía de este drama que se atraganta en el “sin posibilidad de escape”, utiliza las palabras adecuadas, las acciones pertinentes, duras, las que realmente existen, centrándolo en tan solo tres personajes, que percibimos e intuimos próximos a lo que ahora mismo está sucediendo, y a lo que no encontramos explicación alguna por más que quieran justificarlo políticamente.
Hay, en Protocolo del quebranto, compromiso social, claridad del mensaje, rechazo a cualquier acción bélica. Huimos, desde nuestra posición acomodaticia, es horroroso, pero tenemos algo hermético y oscuro que nos impide alzar el rechazo auténtico a estas barbaries.
Es una representación oscura pero, al mismo tiempo, luminosa, porque pretende comunicar los desastres de esa guerra, y ahora me viene a la memoria aquel texto de Fernando Arrabal, Ciugrena, o Guernica, que viene a ser lo mismo, donde no hay sol bajo esas vidas, donde la existencia se hace eterna y, a veces, quisiéramos dejar de ser langostas, que no hay forma de acabar con ellas, por más muertos que contemos, rotos en el deterioro humano, mermados en nuestra capacidad de amar, la guerra es lo que tiene y sigue, un protocolo de la ruina.
PROTOCOLO DEL QUEBRANTO
Dirección, texto y escenografía: Mario Vega
Dirección de producción: Valentín Rodríguez
Con: Marta Viera, Mingo Ruano y Luifer Rodríguez
Co Producción entre unahoramenos producciones y el Teatro Pérez Galdós
Espacio: Teatro Fernán Gómez