El otro día, mientras trataba cierta complicación en el tratamiento más adecuado para uno de los personajes que protagonizan la novela en la que estoy ahora metido, me asaltó una pregunta que aparentemente no tenía nada que ver con el asunto, ni con la literatura, acaso, si nos ponemos estupendos… ¿Qué pueden tener en común Irene Montero y Vinicius Junior?, me pregunté, de repente… Y, seguidamente, me asaltó otra duda… ¿Usar la palabra negro para referirme a una persona negra, pongamos, en un artículo de prensa, resultaría inconveniente?
A la primera pregunta, me dije, la respuesta es muy sencilla, ambos molestan y molestan mucho en dos campos de la realidad aparentemente distintos, pero solo aparentemente. Y como, frente a los que no molestan, prefiero a los que molestan, mi intención, aquí, finalmente, es reivindicar lo que los dos, Irene Montero y Vinicius Junior, tienen en común: la virtud de molestar mucho a muchos, algo que me atrae de las personas como ellos dos.
Y, en cuanto a lo segundo, les diré que, qué quieren que les diga, que, frente al eufemismo vergonzante, prefiero la palabra respetuosa y directa.
Irene Montero es una mujer feminista que no se calla, que no solo denuncia lo que no es justo, sino que trata de cambiarlo de modo efectivo, a pesar del coste personal que esa actitud conlleva, del estigma mediático y de las ofensas en las redes y el ostracismo político al que la han condenado sus iguales; Vinicius Junior, igual que ella, no se calla ante lo que ve y le toca sufrir, domingo tras domingo en los campos de juego y, día tras día, en los medios y en las redes, y, como ella, reacciona y se enfrenta a todos esos prejuicios e insultos, y, como ella, trata de cambiar lo que no está bien y es injusto.
Ninguno de los dos se conforma con lo dado y pagan, por ello, una dura factura sin chistar; y esa valentía, cuando la veo en alguien, me atrae irremediablemente, la observe donde la observe, ya sea a mi alrededor, en mi entorno personal, ya sea en la sociedad, en general.
Por eso me gustan las feministas molestas, los negros y las negras molestas, los gordos y las gordas molestas (sí, gordo y no persona con cierto sobrepeso, o algo por el estilo); por eso me gustan las palabras que no mienten ni esconden, aunque, a veces, renuncie a ellas por conveniencia, no voy a mentir yo, ahora, precisamente.
Por eso es por lo que me gustaba más Krahe que Sabina, o Malcolm X más que Luther King, o Trotski más que Stalin, o Nina Simone más que Diana Krall, o The Clash más que Sex Pistols; y, por eso, me gusta más Irene Monero que Yolanda Díaz o Mónica García, o los pequeños sindicatos más que Comisiones y UGT, a pesar de que sigo afiliado a Comisiones (no voy a mentir, aquí, tampoco), o Vinicius Junior más que Balboa, por poner un ejemplo; o Julián Ríos más que Antonio Skármeta o Roberto Bolaños más que Antonio Muñoz Molina (por poner algunos ejemplos panhispánicos de escritores ligados por edades y coyunturas semejantes).
Me gustan las personas que no se conforman, las que se arriesgan y tratan de cambiar lo que está mal o es injusto, arriesgando su tranquilidad o su estatus, las que salen de su área de confort, de mujer feminista (pero, eso sí, sin pasarse) que no molesta, o de negro eficiente en su disciplina, en este caso el fútbol, que hace oídos sordos a los gritos y gestos racistas y que no contesta, porque es mejor no meterse en líos y ya pasarán o se cansarán los energúmenos.
Esas personas, como Irene Montero o Vinicius Junior son las que ayudan a cambiar de modo efectivo las cosas, las otras reman a favor de la mayoría, vaya a donde vaya lo que las mayorías dictan, normalmente en una dirección diametralmente opuesta a lo justo y lo que está bien.
En fin, que me gustan las feministas molestas y los negros y las negras molestas (qué decir de Ángela Davis o de la gran Nina, sin ir más lejos), como las gordas y los gordos molestos, o los escritores y las escritoras molestas (qué me dicen de la gran Gloria Fuertes o de Doris Lessing, o Adrienne Rich), o los músicos molestos, que no se venden por dos duros o miles de duros. Por favor, Irene, Vinicius, seguid incomodando y molestando, os necesitamos.
Lo repito, no sé si estas preguntas y estas dudas que me asaltaron a propósito del tratamiento de un personaje concreto de mi novela en curso tiene que ver mucho, o poco, con la literatura, pero, en mi interior, algo me dice que sí, que tienen mucho que ver; por eso, aquí las dejo caer, como el que no quiere la cosa.