De forma cotidiana Ana Mayo nos cuenta la historia de su abuela, que no se llama Carmen, pero eso no importa.
Lo que importa es que esta historia es una historia de una triunfadora desconocida, que sale adelante entre penurias, que educa a una familia, que tiene sus propios principios, que lleva un bagaje personal intenso y decidido.
De labios de la actriz Ana Mayo, que escribe, interpreta y dirige este monólogo tierno y cercano, nos lleva, a través de su abuela, a muchas tantas otras abuelas, que todos hemos tenido, que algunos aún pueden disfrutar, y contarnos lo imposible, los versos y la poesía no escrita, la humanidad resumida en un cuerpo, en el néctar de la sabiduría popular, en el rumor de que aquellos años pasados fueron terribles y duros, sin perder nunca la sonrisa. Ni la coquetería. Ni el orgullo, ni la entrega incondicional de quien lo da todo por los demás.
Después de estos tiempos donde muchos de nuestros ancianos tuvieron que pasar solos una pandemia, a los que no se les podía visitar, de los que nos alejaron casi de forma sanguinaria, en una desatención feroz e inhumana. Para que luego vengan dirigentes a decirnos que de todas formas se iban a morir. ¡Qué poco sentimiento!
Por eso también es necesario hablar con ellas, acompañarlas, que nos cuenten sus mil batallas, y mejores anécdotas, que sepamos lo que tuvieron que pasar, antes y en este momento, antes de que sea demasiado tarde.
Ana Mayo, Mi abuela no se llama Carmen, se puede llamar Adela, o Pilar, o Teresa, o Dolores, o Mayo, da igual el nombre, son nuestro libro de historia, son nuestra memoria, son la quietud y el sosiego de los que disfrutamos hoy en día.
La actriz nos hace partícipes de esta su relación con su abuela, se pone en la voz y en la actitud de la abuela, la estamos viendo, y nos conduce a nuestras propias experiencias y recuerdos, a la vergüenza social, a la gallardía de ser buenas personas y que nadie lo reconozca e incluso que ellas mismas duden de ello.
Nosotros, hoy nietos, hijos, debemos pensar acerca de eso. Algún día seremos abuelos, irremediablemente, tendremos necesidad de cuidados pero, sobre todo, de cariño, de comprensión, de escucha.
No hay tanto abismo generacional, formamos parte del mismo camino, sintamos el amor que nos transmiten con su silencio. Buscad ese sendero que conduce a las estrellas, al cielo, como queráis llamarlo, apuntad al infinito de los recuerdos, porque mientras los tengamos presentes no habrán desaparecido del todo. Y nos dejarán esa paz y esa esperanza de que llevamos en el ADN parte de ellas.
Es un monólogo limpio, profundo al mismo tiempo, cotidiano, como hemos dicho al principio, es un corazón agigantado, es la verdad sencilla, es la palabra viva de aquellos que fueron antes que nosotros y nos ayudaron a ser como somos, sin disfraces, y nos enseñaron a sonreír en este mundo tan serio.
MI ABUELA NO SE LLAMA CARMEN
Creación, dirección e interpretación: Ana Mayo
Asesoramiento escénico: Fernanda Orazi
Espacio: Teatro Fernando Fernán Gómez – Sala Jardiel Poncela