Conocí a Pepe Viyuela allá por el año 1990, (aunque él no se acuerda, lógicamente), cuando se crearon las televisiones privadas y yo hice una pequeñas intervenciones en el programa de Emilio Aragón, Vip Noche (mi participación era de unos 45 segundos, nada menos). Él ya se las venteaba como gran cómico, como excelente payaso y, posteriormente, nos ha demostrado que también es un gran intérprete de lo cómico y lo dramático, que es capaz de afrontar cualquier personaje y cualquier texto, y en cualquier medio, teatro, cine, televisión, actor de doblaje, y hasta en docudrama y también como escritor y poeta.
No, él no sabe quién era yo, ni antes ni ahora, pero los demás sí sabemos de él. No conozco a nadie que cuando se le menciona en alguna conversación, o sale a colación, diga algo negativo sobre él: “me cae muy bien”, “es un buenísimo actor”, “qué gran persona”, “me desternillo de risa con él”, “qué gran currante”,…
Aquí, hoy, en Encerrona, nos vuelve a presentar su mítico personaje al que todo le sale mal y hasta una silla se le rebela. Pero cada vez lo perfecciona más. Con su expresividad y con sus comentarios, con sus gestos y sus desventuras.
Nos llega a las tripas, porque no paramos de moverlas al reírnos, nos entregamos como niños temiendo que algo le pueda suceder y, al mismo tiempo, pensando cómo se puede ser tan patoso.
Hace de la palabra y el concepto de Payaso algo sublime, nos emociona mientras sonreímos, entendemos la tragedia que nos cuenta con el desgarro cómico de la inutilidad, y no podemos de dejar de identificarnos con las dificultades por las que todos pasamos en algún momento (o en muchos) de nuestras vidas.
Ya desde el comienzo, en esa Encerrona en la que se ve envuelto. ¿Quién no ha estado en algún lugar sin comerlo ni beberlo, queriendo huir, pero donde alguien nos impela a quedarnos y, además, a participar. Me parece un inicio de espectáculo magistral, todos mirando al futuro, que es una puerta (o dos) negra. Pero es que después se va creciendo mientras va fracasando. Eso solo lo hacen los monstruos de la escena. Los grandes payasos de todos los tiempos.
Sus propios brazos y muslos que son tacos corporales que le impiden ejecutar algo tan común como sacarse una silla o una escalera que nos apresa el cuerpo. Esa guitarra que se nos resiste, “¡ay, por favor!”, aeiou, la mejor letra de la literatura, que todo, absolutamente todo requiere un esfuerzo tremendo, la propia chaqueta desgarrada en su majestuosa forma de vestirla, y una preparación física que ríete tú de los campeones olímpicos y que, incluso, llegamos a temer por su integridad.
Pero los que nos reímos somos nosotros, a carcajada desbocada, entregados en esta historia cotidiana de verdadera hecatombe si tu medio no es el adecuado.
Los personajes que interactúan con Pepe Viyuela también están soberbios, lo bien que responden a sus requerimientos, aunque sean indisciplinados, la maleta anodina y vergonzosa, la funda de la guitarra que encierra secretos, la guitarra misma díscola e impertinente, la silla de tijera con una actuación estelar que comparte con la escalera altiva y arrogante, la chaqueta totalmente desmadejada , la pobre, o el pañuelo prudente y solidario, y el foco que no encuentra su sitio y respira otro aire en el escenario.
Encerrona de los desvelos retorciéndonos, como Pepe Viyuela, pero nosotros de risa. Hasta los bebés de meses lo comprenden y toman parte en este magnífico espectáculo.
Dirección: Elena González
Interpretación: Pepe Viyuela
Espacio: Teatro del Barrio